El verano está dejando un balance terrible de violencia machista: ocho mujeres asesinadas en julio a manos de sus parejas o exparejas, siete en agosto. Son cifras que producen escalofríos. Y mucha indignación.
La llegada de las vacaciones estivales se convierte en un calvario para las mujeres víctimas de violencia de género, porque la relativa tranquilidad de que disponen cuando su maltratador sale a trabajar, desaparece, aumentan las horas de convivencia y, por tanto, el riesgo de ser agredidas. Cuando se cierra la puerta de casa, con él dentro, para ellas se abren las del infierno.
La violencia contra las mujeres es una forma de terrorismo demasiado extendido. El movimiento feminista ha conseguido que se contabilicen todos los asesinatos de mujeres. De hecho, los feminicidios son la principal causa de muerte de las mujeres de entre 15 y 44 años, pero solo la mitad los cometen las parejas o exparejas.
La oleada de crímenes machistas del verano provocó que el Ministerio de Igualdad convocara en dos ocasiones el comité de crisis (lo hace cuando se producen cinco asesinatos o más en un breve espacio de tiempo). En la reunión del 4 de septiembre (ese día la cifra de mujeres asesinadas en 2023 ascendía a 42…, y mientras escribo estas palabras ya son 47, dos menos que en todo 2022) se puso el acento sobre tres factores de riesgo en los que las instituciones implicadas van a poner la atención para mejorar la protección a las víctimas: el proceso de separación, el embarazo y la recogida de enseres del domicilio familiar tras la ruptura con el agresor. Dos días después, la Fiscalía de Violencia sobre la Mujer, con buen criterio, proponía analizar no solo los asesinatos sino también los intentos.
Nuestra voluntad en esta lucha está demostrada. Como venimos haciendo desde hace años los últimos martes de cada mes, nos seguiremos movilizando como forma de repulsa contra la violencia machista, sea cual sea su expresión.
Esas concentraciones complementan el trabajo que hacemos en otros ámbitos, en las administraciones y en las mesas de concertación y negociación colectiva. También con los planes de igualdad, que nos permiten detectar y atajar desigualdades en las empresas. Porque tenemos que ir a la raíz de la desigualdad para actuar sobre ella y eliminarla.
Y, por supuesto, seguiremos actuando en los centros de trabajo, donde nuestros delegados y delegadas saben que su labor diaria, esa labor no tan visible, es la que al final logra resultados y mejora la vida de los compañeros y compañeras, velando para que no se produzcan discriminaciones ni abusos de ninguna clase. No olvidemos que la violencia económica también es una forma de violencia machista.
Al mismo tiempo, hay que combatir el negacionismo. Por eso, estaremos vigilantes y denunciaremos los intentos de la derecha y la extrema derecha de cuestionar o negar -como está ocurriendo ya donde gobiernan juntos- la existencia de violencia machista (eliminando de paso los recursos para combatirla), y su retorno al discurso de lo privado: que si los trapos sucios se lavan en casa, que si la violencia no tiene género… Pero es a nosotras a las que matan.
Gracias al empuje del movimiento feminista, en las últimas décadas se ha avanzado considerablemente en la sensibilización contra esta lacra que nos desacredita como sociedad.
Comisiones Obreras es un sindicato feminista, y nuestro compromiso es firme y claro: por una sociedad sin violencias machistas, por una sociedad más democrática y con mayores cotas de igualdad, por una sociedad mejor.
* Úrsula Szalata es la responsable de Igualdad de CCOO de Asturias
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