...Y ya Hércules tuvo el encargo de acabar con el gran jabalí

Jesús Ricardo Martín CATEDRÁTICO DE LATÍN JUBILADO. DISTINGUIDO CON LA CRUZ DE ALFONSO X EL SABIO

OPINIÓN

CESAR QUIAN

15 sep 2023 . Actualizado a las 11:56 h.

De un tiempo a esta parte es frecuente ver jabalíes que campan a sus anchas por playas y calles. El personal contempla con expectación y cierto regocijo estas excursiones suicidas (llevadas a cabo por estos mamíferos de la familia de los suidos) y más de un medio de comunicación se ha hecho eco de tan novedoso evento.

Lo cierto es que no hay tal novedad. Ya los griegos fueron conscientes del poder de estos animales. Cuenta la mitología que Artemisa envió al Jabalí de Calidón a devastar las tierras de Etolia, algo parecido a lo que hacen ahora sus descendientes en numerosos maizales, viñedos y trigales. Hizo falta una conjunción de «héroes de época» para acabar con aquel jabalí.

Ya no recuerdo cuándo, pero no se me olvida la respuesta de un ganadero a la pregunta de «¿por qué tenemos que comer cerdo?»:

—Porque, si no, nos comerían ellos a nosotros.

Respuesta chusca, claro que sí, pero no tan desencaminada de la realidad si nos atenemos a la invasión de jabalíes en toda la geografía hispana (en realidad, casi el único mamífero salvaje en todos los continentes).

Que estos animales, y sus hermanos los cerdos, son voraces omnívoros y se comen todo lo que encuentran es una obviedad. «Se dice» que algunos de los capos mafiosos se vengaban de sus rivales simplemente arrojándolos a los cerdos hambrientos.

Volviendo a la antigüedad griega, podemos hacernos una idea más clara de la importancia del jabalí cuando Euristeo encomendó nada menos que al mismísimo Hércules (era el cuarto trabajo de los doce que le encargó) la caza del Jabalí de Erimanto, un «jabalí enorme que se alimentaba de hombres y de tal fuerza que con sus colmillos era capaz de arrancar árboles de raíz».

Tal era la dureza de los colmillos de jabalí que el propio Homero nos cuenta que los aqueos se hacían cascos con dichos colmillos (Ilíada X, 261-265). Todo el que haya visitado el Arqueológico de Atenas habrá podido contemplar uno de esos cascos (un tanto deteriorado, es cierto, pero auténtico).

Tampoco recuerdo dónde, pero un día leí una propuesta de un colectivo catalán para «acabar con la plaga» de jabalíes en el parque de Montjuich: esterilizar a las hembras. Independientemente de la eficacia de tal propuesta, un servidor admite el atractivo que puede causar el ver a un jabalí merendando el bocata posbaño de cualquier turista.

Si alguno de ustedes ha podido comprobar, como el que suscribe, la belleza de una piara variopinta y multicolor de jabatitos, convendrá conmigo en que se entiende la simpatía por estos nuevos convecinos; claro que, si también han experimentado la cara de la madre adelantándose a la manada y encarando al espectador con rugidos nada amistosos, admitirá que lo mejor es alejarse lo más rápido posible.

Bien: ya sabemos que pululan por nuestros campos otros jabalíes de Erimanto y Calidón; creo percibir cierta pasividad, incluso aquiescencia, por parte de los organismos oficiales ante esta novedad de jabalíes merodeando por las playas; esperemos que no llegue el día en que una piara numerosa y hambrienta irrumpa en un arenal cualquiera y le dé por devorar, por ejemplo, a una persona sin que nadie de los presentes pueda evitarlo.

Habríamos llegado tarde y, claro, Hércules no podrá venir a salvarnos.