Atrás quedó Valderas y su taurino «Encierro», anunciado en cartel y organizado por la llamada Bendita Afición, pudiéndose leer: «Encierro campero, Valderas, 1 de septiembre 2023. 1 Toro y 1 Vaca. Hora 17.30 H. Al finalizar el encierro se vuelve a la tradición de cenar vaca guisada». Y atrás quedaron San Miguel del Valle y sus «gentes diferentes en la misma calle», y poblaciones como Valdescorriel y Fuentes de Ropel. Junto a Los Paradores, veo en lo alto, más colina que otero o loma, a Castrogonzalo, un pueblo en el que hace siglos, por mandato del Consejo de la Suprema y General Inquisición, se buscaron luteranos y bígamos, escondidos en eras y bodegas.
Allí, según contó don Bernardo Calvo Brioso en su libro Crónica negra de la Provincia de Zamora, el carretero don Vicente González, que iba a Villarín de Campos para cargar vino, fue asesinado en 1886 no se sabe bien por quién. Y allí mismo, en Castrogonzalo, don Eloy Manrique, confeccionador de alambreras, hizo primorosos alambres para braseros, ratoneras y pajareras. Oficio ya de otro tiempo.
A pocos kilómetros de Castrogonzalo se ve, a lo lejos y enfrente, la Villa de Benavente, la del Toro Enmaromado, destacándose la Iglesia de Santa María La Mayor del Azogue, la del mercado. Y hasta ella voy en camino, bajando del autobús y como despidiéndome, según recordé, de compañeros de viaje que fueron también de otro tiempo, desde Valderas a Benavente: un joven novicio, sin votos, de la Congregación de San Pedro Ad Vincula, un recluta o «quinto» con macuto y botas de Segarra, zapador en Salamanca, y zamoranas de pueblos, que, en cestas de mimbres, guardaban pichones para mercadear los jueves, día de Feria y de Muestras.
Subo la gran cuesta de Santa Cruz, al lado del tradicional y antiguo negocio de Paco, el bejarano, ya casi a las puertas de La Rúa, en el llamado Corrillo de San Nicolás. Pregunto a la estanquera de la derecha por Goyo, el del kiosco, Gregorio Ledesma Nuñez, según recordé. ¡Cuánto me acuerdo de Goyo, que tantas revistas, chuches y algún periódico me vendió! La estanquera me dijo que Goyo, aunque jubilado, está bien. Y unos pasos más adelante, ya en La Rúa, a la izquierda está la Carnecería Paulina, con ofertas tan apetitosas como son las ancas de ranas, muy de las charcas de Benavente, inclusos en tiempos de sequía, y los torreznos de Soria, elaborados por Moreno Saez, productos los últimos que por ser de corteza, carne y grasilla son muy de «carnecería».
No sé lo que más me gustó, si lo de la Carneceria o lo de Paulina, pues si Paulina se llamó a la esposa de Séneca, que también se abrió las venas y carnes, Paulina fue protagonista en el Jarama de Sánchez Ferlosio, y sin confundir, pues la ahogada novelesca fue Lucita. Paulina suena a dulce, como Petrita es la manera cariñosa de llamarse Petra: Petra y Paula, Petrita y Paulina, como Pedrito y Pablito., Pedro y Paulo.
Y a la derecha, a pocos metros, también en La Rúa, está la Carnicería Hermanos Infiesta, con una vaca o toro de cartón en la puerta, a manera de reclamo. Y es curioso, pues en Benavente, muy cerca de la Plaza Mayor, hay una calle llamada de las Carnicerías, habiéndome comprobado que no hay, en dicha calle, ni carnecería ni carnicería alguna. Tampoco se venden en la calle de Los Carniceros los afamados torreznos, que, por cierto, los mejores no son de Soria capital, sino de San Esteban de Gormaz, donde el Obispo tiene el palacio, catedral y curia. Leí hace meses en El País, luego será verdad, que los mejores torreznos del mundo, son los del Bar Antonio, en San Esteban.
En el pasadizo al Gran Teatro, partiendo de La Rúa en Benavente, aún oigo el ruido de los impactos de las piezas del dominó, como balas, en las mesas marmóreas del Café Imperial ¡qué nombre!, justo debajo de El Circulo. Y ante mí, en la Plaza de Santa María, surgió la imponente Iglesia de Santa María La Mayor del Azogue, que bordeé pasando por delante y detrás. Me senté después debajo del edificio que fue en otros tiempos de Las Hermanitas de los Pobres, primero hospital de Convalecientes y luego Asilo, siendo hoy terraza de la Churrería Trini, en la Plaza de la Madera.
Allí sentado, desayunando churros, pensé en lo que les gustan a los naturales, llamados antes de Castilla La Vieja. Si los churros de 'Trini' son exquisitos, no son menos los de la Churrería ambulante, en Valderas, La Toresana, de Toro, naturalmente, también chocolatería, con tubos fluorescentes para luces azules y rosas, y con churrero con perilla, ya blanca como de nube. Y pensé y pensé allí sentado…
Pensé que allí enfrente, en la Plaza, y que pegando al Norte de la Iglesia, hubo un puesto de venta de melones y sandía, lo más parecido a una tienda de campaña como de beduinos, abierta a todas horas, llamándose, su dueño Rufino, nombre más maragato que zamorano. Y allí, los melones y sandías se pesaban en una oscura «romana» como de los tiempos de Julio Caesar, muy visible y compuesta de barra, pilón de contrapeso y plato.
Miré a la derecha, por donde la calle de Los Aguadores, recordando que allí, en la plaza, había un letrero que decía: «Fonda La Victoria», y a no confundir con «Fonda Mañanes», más abajo. La Victoria era conocida como la de los pastores, cuyo dueño era Andrés Rodríguez, padre de tres hijos, casado en segundas con Orosia Mayo, y con Andrés, hijo único de ambos. La fonda tenía una barra en el bar a la entrada, pudiéndose beber vino de todas las posibles maneras: con porrón, en bota, en vaso o en jarrica. Las mesas de madera del Bar se limpiaban con olorosa lejía y sosa; el comedor, a la izquierda de la barra, era enorme y en él se gustaban garbanzos guisados y conejo asado, muy del gusto de la cocinera gorda y enlutada. La fonda tenía bodega, cueva o antro, que debía ser parecido al de la Sybilla en Cumás, aunque no para descender al Infierno según Virgilio, sino para depositar botellas de vino de Los Oteros, gaseosas y sifones.
Los jueves, día de mercado de cerdos, «marranos» se les llamaba, (también así, aunque de marrar eran llamados los judíos en tiempos de los Reyes Católicos) eran de trasiego inmenso, de humanos y de cerdos, haciendo estos últimos ruidos ensordecedores al ser agarrados para ser examinados en el proceso de venta, y siendo de contraste la estética gótica y de excelencia celeste de la Iglesia, con lo infernal de los chillidos de los cerdos.
Giré la cabeza, y más abajo, recordé la «Carbonería y Piensos» de Alejandro Flórez, un local en planta baja, pues la vivienda de los propietarios estaba en el piso superior, dividido el bajo en dos partes, una, junto a la oficina, dedicada a venta de cereales y piensos, y otra, al fondo, para carbones. En el fondo, muy fondo ya, estaba la cuadra para el mulo; un mulo importante, pues era el que llevaba los cestos de carbón para repartir, bajo el mando de Miguelín, el feo, que vivía con su madre y hermana en la cercana Plaza de San Martín.
Andrés Rodríguez Mayo, el hijo de Andrés y Orosia, el de la Fonda, fue en aquel tiempo personaje importante, que, por maneras suaves, con chulería y mucha picardía, era la atracción de las damas. Puedo decir que en aquellos iniciales tiempos, Andrés «comía la moral a los competidores», pues a su lado nada seductor, con éxito, se podía hacer, ni siquiera con la ayuda del sastre don Braulio Álvarez. Don Braulio vivió en Valdescorriel y tenía un aparato mágico, que llamaba «el abridor de ojales»; tampoco nada se podía hacer fumando cigarrillos «Peninsulares extras», a veces Bisontes, sacados no de la cajetilla de la Arrendataria, sino de un pitillera plateada, con sujetador interior elástico y amarillo, y encendidos gracias a un mechero Ronson, con piedra, mecha y gasolina.
En lo más alto, ya en los jardines de La Mota, admiré las rosas rojas cerca del Parador; rosas rojas que me recordaron que en Benavente precisamente tuvo lugar la reunión de socialistas de conspiradores, llegados de muchos sitios, también de Andalucía y de Asturias contra Pedrito Sánchez, allá por el año 2016. Y ese episodio es interesante, pues el propietario del restaurante, donde tuvo lugar la reunión, me dijo que el día anterior, unos que dijeron ser paisanos, no siéndolo, colocaron cables para escuchar en todas las esquinas.
Acaso por todo eso, Pedrito Sánchez quiere tanto a Valderas, de tanto parentesco por afinidad con él, por su Begoña esposa, más exactamente Valdefuentes, donde tanto se sabe y se cuenta, y, acaso por aquello, lo de la reunión de conspiradores y conspiradoras, detesta Benavente. Es comprensible: el bacalao de Valderas es superior a las ancas de rana de Benavente.
Y en sitios tan taurinos, Valderas, Benavente y Gijón, habrá que recordar que Pedrito Sánchez hizo posible una maravilla, muy de tauromaquia: convertir su apretado y taurino pantalón vaquero en todo un traje de Luces. Véase lo de la tarde noche del 23-J en Ferraz.
Continuará.
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