Siempre me pareció salir de la modorra de la siesta como rompiendo hebras. El sopor va deshaciéndose en hilos pegajosos que hay que quitarse de encima para volver al día normal. Y el día normal se va presentando en trozos que poco a poco lo recomponen. Levantarse con prisa de la siesta da taquicardia, hay que dejar el proceso con sus ritmos. Y, a mayor escala, así se suele ir agosto y así se suele asomar septiembre, uno deshilachándose y el otro recomponiendo rutinas en trozos. Nuestra vida pública entró en el verano con unas expectativas de cambio político que se quebraron y muchos temas recientes, sobrevenidos, de fondo y hasta históricos burbujeando en espera de tratamiento.
Una situación como la que provocaron las elecciones, donde solo se puede formar gobierno con el acuerdo de muchos, pone muchos temas sobre la mesa y obliga a darles perspectiva temporal y a veces histórica. Por eso agosto empezó con esa sensación fundacional como de nueva transición. Ahora toca sacudirse las hebras e ir juntando las piezas del escenario.
La pieza principal la ocupa ahora la performance de Feijoo y su investidura. Se está exagerando la excentricidad de presentarse a una investidura aparentemente imposible. No olvidemos que eso lo hizo también Sánchez, cuando se presentó con aquel acuerdo neoliberal con C’s y dependía de una abstención de Podemos que sabía que no se iba a producir. Y aquello no fue políticamente inútil, como no fueron inútiles las mociones de censura que se sabían perdedoras de antemano. Para la historia quedó la que el PSOE puso a Suárez, que marcó su despegue como partido de poder. Feijoo tiene un guion posiblemente útil como acto político, pero que está interpretando como un mal actor. Feijoo es demasiado gris, no tiene la verborrea de Rajoy ni cumple los mínimos para ejecutar actuaciones sencillas sin meter la pata.
Es algo histriónico lo de encapsular en el palabro «sanchismo» todos los males que caben en un país y a la vez pedir su apoyo, decir que solo él tiene la legitimidad de las urnas y pedir dos años de legislatura, llamar prófugo a Puigdemont (no lo es; que la gente se pregunte por qué no lo entregaron países como Alemania y Bélgica y por qué no hubo lumbreras jurídicas que avalasen las sentencias del procés y solo lo hicieron tomboleros gritones en canales y prensa cavernarios) y decir que tiene todas las credenciales democráticas para llegar a acuerdos con él. Pero tampoco está siendo fina la actuación del PSOE.
Por supuesto que te pide el cuerpo hacer mofa y escarnio de Feijoo, por su volatilidad y por la maldad y veneno con que buscó su sustento político. Pero a la gente nunca le gustó la arrogancia, sobran ejemplos. Recordemos cuando en EEUU Gore hizo una campaña de profesor sobrado que explicaba a los americanos lo que eran las autopistas de la información, mientras el Partido Republicano marcaba en Bush un perfil de paleto tejano (él era en verdad un niñato de papá vividor y bebedor) que pareció más cercano.
Yo me gastaría menos guasa con la caricatura de Feijoo en su laberinto. Isabel Ayuso ya va asomando llamándolo bisoño y diciendo que con el PSOE ya no se puede tratar, porque abandonó sus ideales socialistas. Será que para la derecha es mejor que el PSOE sea socialista. Lo bueno de que tu personaje sea un icono pop choni descerebrado es que no necesitas cerebro para que tus ocurrencias funcionen políticamente.
La otra pieza del verano fue el bueno de Rubiales. Ya se dijo, en ámbitos nacionales e internacionales, todo lo que convierte a este caso en uno de esos momentos en que la sociedad cruje porque avanza. Y de nuevo conviene ir midiendo la comunicación para que no se vaya dibujando en la mente de la gente una caricatura de lo que pasó. Ya se oye en la pescadería lo de no sé si dar un beso a la muyer, a ver si me denuncia.
La evidente incomodidad de la derecha con un episodio que pone negro sobre blanco a la vez la justicia y el éxito de las movilizaciones feministas, empieza a susurrar por las rendijas el aliento machista que lleva en sus tripas bajas. Lo de Ayuso (acabará con tortícolis de tanto estirarse para pillar foco) del boicot a la Vuelta fue una bufonada. Pero lo de que se está criminalizando la vida corriente tiene más recorrido. No saben cómo decir que lo del piquito no fue para tanta histeria y que toda la vida hubo efusiones, a ver si ahora hay que celebrar con las manos atadas no vaya a ser. Una insistencia mal medida puede abonar esta mercancía ideológica tóxica. Conviene apoyar los principios en la experiencia ordinaria de la gente para evitar la caricatura.
Tengo muchas amigas, algunas son amigas mías desde hace décadas. No puedo contar cuántos besos y abrazos intercambié con cuántas amigas, ni cuántas campanadas de Nochevieja, reencuentros largamente esperados, nacimientos, oposiciones aprobadas o goles agónicos del Sporting habrán motivado efusiones, abrazos y saltos. No recuerdo ahora ningún beso en la boca a mis amigas en tales trances. Ni a mis hermanas. Ni a mi madre. Ni a mi hija. No digo que pase nada por un piquito entre amigos o familia, solo que eso no es lo habitual de siempre. Y menos cogerle la cara a una alumna y estamparle el dichoso pico. Y menos en un acto público. Además, el escándalo no viene del beso y el tamaño que tiene como agresión. El piquito en público fue el tapón que destapó los tufos machistas rancios del mundillo del fútbol tan análogo a tantos mundillos.
No es casualidad que la consigna haya sido de hartazgo, lo de se acabó. «Ya andaba amargado a los veintitantos, cuando todavía tienes al lado un coño fresco». ¿Creen que era difícil oír lindezas así en ambientes académicos ilustrados? Lo ocurrido es el ruido del progreso y la resistencia a él es pura carcunda. Y cuidado con Jenni. Apenas salió D. Quijote de la venta, obligó a un labrador que azotaba a un muchacho a dejar la labor y reparar el daño. Hasta que el hidalgo se fue y el labrador redobló los azotes al chico. A Jenni le cogió ojeriza el facherío. D. Quijote, el foco mediático, se irá y desaparecerá. Y Jenni estará sola.
Otra pieza que emergerá es la vivienda. Hace un par de días los dos periódicos de más tirada de Asturias pusieron sendas noticias sobre la vivienda en Gijón. Poner una al lado de la otra muestra la patita de la cuestión. Uno decía que Cimavilla, el Centro y la Arena piden al Principado contener los pisos turísticos. El otro decía que el barrio de la Arena está tenso por un edificio de okupas en la calle Aguado que motiva muchas intervenciones policiales. Lo primero es cierto. El turismo empieza a corroer la vida normal. Ya vi cerrar en la Arena tres pescaderías que nadie reabrió. Lo segundo es falso.
Paso suficiente tiempo en Aguado en plan parroquiano acodado en alguna barra como para saber que es una milonga. Pero una noticia explica la otra. Hay un fuerte interés económico de los nuevos terratenientes en exprimir sus pisos a costa de que la gente no tenga donde vivir o trabaje para ellos. Y tienen una fuerte influencia para que sus intereses incidan en los medios de comunicación.
Y Urkullu destapa otra pieza de difícil digestión, nuestra organización territorial. Urkullu plantea un horizonte confederal que rompe las costuras de un país cohesionado, pero en un razonamiento que incorpora elementos de reflexión aceptables con un tono también aceptable. Sí, surge al hilo de las componendas que requiere una investidura, pero no es un simple mercadeo.
El galimatías territorial actual sí hace de España un Frankenstein lleno de costurones. Una cosa es un sistema asimétrico de comunidades y otra cosa es el batiburrillo competencial y financiero en el que estamos y en el que Asturias flota como la barquilla de Lope de Vega, sin velas desvelada y entre las olas sola.
Lo dicho. Salir de la modorra con sobresalto da taquicardia. Pero dejarse en ella solo hace crecer el musgo y alimentar el deterioro. Algo sabemos de eso en Asturias.
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