
No sé lo que piensa usted, pero a mí lo de Rubiales me tiene hasta el gorro, por no indicar otra parte del cuerpo que tanto le gusta al protagonista de esta historia. Jamás pensé que medio segundo de sexo diera tanto que hablar y por eso me pregunto… ¿Qué hubiera pasado si el periodista de turno hubiera obviado el dichoso beso?, ¿Se hubiera escandalizado tanto la opinión pública por ese desafortunado gesto? Me voy a aventurar a conjeturar una realidad alternativa. Imagine que no fuera verano, imagine que el precio del aceite de oliva no rondara los 10 euros, imagine que el paripé de los pactos de gobierno no existiera… Pues si no ocurriera nada de esto, le aseguro que lo de Rubiales hubiera pasado sin pena ni gloria. La gente necesita casquería y por lo visto las payasadas de Donald Trump, las guerras, los incendios, los golpes de calor y los ahogamientos en piscinas al parecer nos aburren a todos un poquito.
Creo que Rubiales tuvo muy mala suerte, su desatino ocurrió en el peor momento para él. El quinto poder se cebó en sus groserías porque las otras realidades de nuestra España parece que son menos interesantes. No se preocupe, encienda la radio de su coche y escuche las evoluciones del caso Rubiales, pero eso sí, olvídese de que ha pagado casi 100 euros por llenar el depósito de su coche.
Cuando comencé a escribir este artículo de opinión quise contarles la compleja interpretación que tiene el acto del beso en las diferentes culturas, incluso en nuestra realidad española encontramos infinidad de lecturas de esta manifestación afectiva. Pues bien, este abordaje antropológico del beso me pareció improcedente porque como dije al principio de este texto, estoy hasta las gónadas de Rubiales, de los periodistas sensacionalistas, de la doble moral de nuestro querido país, de los que protestan por gilipolleces y sobre todo por la gente que no sabe hablar de otra cosa porque no ve lo que está ocurriendo.
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