No sabría decir si me gustó o no la película Barbie, dirigida por Greta Gerwig. Lo que sí sé es que salí del cine aturdida. Quizá sea demasiado vertiginosa para mí, y no acabo de descifrar, aún una semana después de haberla visto, qué mensaje nos ha querido transmitir su directora. Sin embargo, me quedo con un diálogo, sin duda la mejor escena desde mi punto de vista, en el que Ken, el eterno compañero de Barbie, le dice a ella algo así como que él no es nadie sin su mirada, que para ser, necesita de su reconocimiento.
La decisión de dar vida a Ken —fue diseñado por Ruth Handler, creadora de Mattel, dos años después de la muñeca— ha sido interpretada por muchos como una reescritura feminista del mito de Adán y Eva. Ken no es el centro, y no importa; solo complementa la vida de su compañera, tal y como lo hacen sus mascotas, las múltiples ocupaciones que desempeña, sus vehículos, sus vestidos o sus casas. Handler le puso el nombre de su hijo Kenneth (hermano menor de Barbara, la niña que inspiró a Barbie) y le dio el aspecto de un posadolescente rubio, espigado y atractivo, con un ajustado traje de baño de color rojo, sandalias a juego y una toalla sobre los hombros.
En la película de Gerwig, Ken le dice a Barbie que necesita de su mirada para ser alguien, que solo tiene un buen día si Barbie se percata de él. Lo que él no sabe —y probablemente este es el secreto mejor guardado de la muñeca, y me atrevería a decir que la clave de su éxito— es que ella también le necesita a él. Y es que todos, absolutamente todos necesitamos sentirnos validados, y no siempre por una cuestión de ego ni de inmadurez. La literatura, como reflejo de la vida, está plagada de situaciones que así lo demuestran. Uno de los aspectos más atractivos de la obra Las criadas, de Jean Genet, es el juego de rol que desempeñan. Las hermanas solamente existen como criadas y hermanas a través de los ojos de la señora y, a la inversa, la señora solamente existe como ama a través de sus criadas. Cada una es un espejo para la otra. Algo que entronca con la dialéctica del amo y del esclavo de Friedrich Hegel.
Dijo Machado: «El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve.» Debajo de esta misteriosa frase hay algo compulsivo: la realidad es más compleja de lo que parece a simple vista, y nuestras interpretaciones están influenciadas tanto por nuestra percepción como por cómo somos percibidos por el mundo que nos rodea. Por eso, la imagen que Barbie tiene de sí misma, lo que la hace poderosa de cara al mundo (su belleza, su inteligencia, su simpatía, su independencia o lo que cada uno quiera ver en ella) no es simplemente interna, sino que también es modelada por la forma en cómo la ve su compañero. Todos necesitamos a un Ken en nuestras vidas.
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