Una consejera de Donald Trump acuñó en el año 2017 la expresión «hechos alternativos» para justificar lo que eran simples mentiras. Tuvo mucho recorrido y justificó muchas barbaridades, entre ellas el infame asalto ultra al Capitolio del 6 de enero del 2021.
Aquellos bisontes se lanzaron en estampida contra el parlamento de Estados Unidos porque se habían creído una trola que les habían transmitido por las redes y por televisión. Pensaban que se había producido un pucherazo que nunca existió. De aquellos polvos, estos lodos. Su caudillo ha sido fichado en una cárcel de Georgia por intentar subvertir aquel resultado electoral. Donald negó la realidad. Dijo que las graves imputaciones contra él son «gilipolleces».
No fue la primera vez que esta semana vimos en negro sobre blanco este exabrupto. Curiosamente lo usó también otro populista, Luis Rubiales, para negar haber hecho algo malo con su beso no consentido a Jenni Hermoso. En su cabeza aquellos gestos, inaceptables para casi todos, eran espectaculares. Cuando se percató de que no vivimos en 1950, el futuro expresidente de la Federación quiso ser como Trump y se inventó unos hechos alternativos para defender su comportamiento macarra. Le salió mal. El mundo en el que podía haber salvado su cargo y sus prebendas con un simple «son gilipolleces» ya no existe.
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