¡Queremos más y más mitos, muchos más!

OPINIÓN

María Pedreda

06 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Después de mucho revoltijo sobre nuestra condición racional -la animal es más sencilla-, los más listos dicen que sabemos poco, y los más radicales que nada, yendo como ciegos a tientas o palpando. Lo que digan los restantes, incluso subidos a tarimas o púlpitos de pacotilla, nada importa, aunque se disimule lo contrario. La vida social, para ser educada, necesita eso, de la apariencia y el aparentar.

Ignorancia, en primer lugar, sobre uno mismo, siendo esa la causa de tanta psiquiatría y psicoanálisis, de tantas mentiras y desmemorias. ¡Ya está bien de tanto meditar y hablar, siendo la depresión enfermedad de en-si-misma-miento, muy hacia adentro, curándose mirando afuera! Lo siento por tanto adepto y adicto, a los que se ha de recordar lo que dijo Karl Kraus, de la época de Freud en la Viena imperial y satírico -hay cosas que sólo las pueden decir los sátiros, amantes del vino y de los placeres-:«El psicoanálisis es la única cura que ha inventado su enfermedad». Y la Religión, según los creyentes, es otra cosa, naturalmente.

Ignorancia, en segundo lugar, sobre el común o lo colectivo, tratando de poner orden en la realidad, haciendo apaciguar los alborotados mundos imaginarios, con canto retador como urugallo en celo. La fábrica de mitos y de su pariente, la mentira, funcionan a tope por demanda imparable. Y lo de «Luchemos cipote en ristre contra los mitos», fue un exabrupto, quijotesco del gallego Cela en el Epílogo de su libro «San Camilo, 1936», escrito antes de contraer matrimonio en segundas nupcias. La Historia, según los historiadores, es otra cosa, naturalmente.

No es extraño que ante la importancia de los «mitos», haya hasta diccionarios, unos cortos y otros de erudición infinita, como infinita es la retahíla mítica. En España tenemos el Diccionario de mitos, de Carlos García Gual, catedrático que fue de esa matriz mítica que es lo griego y también miembro de la mítica Academia de la Lengua.

Ese Diccionario fue editado por Planeta en 1997 al precio de 2.700 pesetas el ejemplar; está compuesto de 80 entradas, siendo la primera, la del padre Adán, y terminando con la de Zeus, también «padre» aunque de otra manera. Y en medio están los orientales Reyes Magos y hasta el yankee Superman. Es verdad que faltan muchos otros en la relación de «figuras míticas», echando en falta, entre otros, la honradez de los banqueros de hoy, socialistas de ayer y de Villa, flacos, con cara chupada o de pájaros disecados; echamos en falta al Pelayo nuestro, y a la pareja de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.

Al MITO García Gual, muy correcto cual académico que es, pues nada dice de su falsedad o mentira, lo define así: «Relato tradicional que refiere la actuación memorable y paradigmática de unas figuras extraordinarias, héroes y dioses, en un tiempo prodigioso y esencial». Y aquí hay que nombrar a Ricardo García Cárcel, hijo de maestro nacional y especialista de Historia Moderna.

En una memorable entrevista que a García Cárcel hizo el también historiador, Manuel Peña Díaz, el 30 de abril de 2019, en la Fundación Juan March, en Madrid, aquél dijo: «Haberme hecho historiador fue un acto de rebeldía contra mi padre, que quería que su hijo fuese notario, pues los notarios ganaban mucho dinero». Esto último, entrecomillado y en negrita, como los lectores y lectoras fácilmente comprenderán consultando la currícula, me llegó al alma, teniendo en cuenta que a lo de notario llegué, pues fui eso, por mucha rebeldía, no precisamente hacia mi padre. Un día lo contaré, pues tiene dimensión política.

Y es que García Cárcel me gusta por su rebeldía y por varias razones más, y eso lo escribo después de leer sus trabajos sobre La Inquisición, Historia de Cataluña y La herencia del pasado (Las memorias históricas de España). Me gusta en primer lugar (I), por ser un historiador desmitificador, no estando su historia dividida ni entre buenos y malo y ni entre santos y demonios. Por eso, los fabulistas nacionalistas catalanes no le perdonaron lo que escribió sobre la verdadera Historia de Cataluña, no la falsa de ellos, y sobre Felipe V, Rey maldito entre los malditos para los nacionalistas catalanes.

En segundo lugar (II), me gusta García Cárcel porque es de lo plural, y no de lo único, viendo en la pluralidad la complejidad del relato histórico, encontrando en ello la verdad. Acaso por eso, en su libro La herencia del pasado, de Galaxia Gutenberg, escribe en plural de «Las memorias históricas de España», pues no hay una sola memoria histórica, la de Zapatero y Sánchez. Y califica G. Cárcel de «enfermiza» la obsesión contemporánea de fijación del pasado reciente de España (República, Guerra Civil y franquismo), en cuanto «conciencia adanista del tiempo histórico».

Y «no hay cosa de más engaño que la llamada historia oficial, que, como todas las historias de ese tipo, son mentira, y -añade García Cárcel- que reparten reparte admoniciones, descalifican a los que piensan de distinta manera e institucionalizan la verdad canónica».

El capítulo III de La herencia del pasado lleva por título Los mitos fundacionales de la España plural, diciéndonos en la página 177 que «la mayoría de los mitos personales entran en escena siglos después de la muerte de los correspondientes personajes». Y vamos atrás, rozando al famoso mito de los Reyes Católicos o la pretendida santidad de la Reina Isabel, siendo unos muy pro-«castellanistas» y otros muy de la extrema derecha, incluso los de Toro, siendo de allí la célebre «Churrería torosana».

Antes, mucho antes, hubo otros mitos, como el de la pretendida tumba de Santiago, en la gallega Íria Flavia. Tal episodio fue calificado por Álvarez Junco en su Mater dolorosa, Taurus 2001, de «elemento fundamental de la identidad hispana, e imán de atracción para el interés europeo». Y ¡atención! Que los mitos astures estuvieron cerca.

Del mito de la «familia feliz» de Isabel y Fernando, y de la unidad de España, no sólo trató García Cárcel, sino otros muchos historiadores, y es asunto muy de actualidad. Leo en un periódico de Valladolid, fechado el martes 11 de julio de este mismo año, de la organización de una peregrinación a Roma, para finales de febrero de 2024, para impulsar la causa de beatificación de Isabel la Católica. Al parecer, según el periódico, ya ha finalizado el Curso de la Comisión de la Causa de Beatificación de la Reina Isabel, destacándose como iniciativas, la publicación de un Comic y el reparto de estampas devocionales.

Del mito de los Reyes Católicos escribiremos semanas venideras, terminando ahora, para no cansar, contando un acontecimiento personal, una «vivencia personal», ejemplo de cómo, en vivo y en directo, por la educación, se mantienen y engrandecen los mitos, y no sólo gracias al papel y a las ganas.

Fue a finales de los años sesenta del siglo XX, en una mañana otoñal y nebulosa en Ávila, tierra de obispos y de monjas carmelitas. En el Real Monasterio de Santo Tomás de Ávila, convento dominicano, ante el sepulcro del Príncipe Don Juan, único hijo varón de los Reyes Católicos y considerado «la esperanza de la España entera», el catedrático de Historia del Derecho de la Universidad de Oviedo, el romántico don Ignacio de la Concha Martínez, compungido, con chaleco amarillo de canario y de dandi, después de recordar a su maestro Don Galo Sánchez, pronunció una patética oración fúnebre sobre «El Príncipe don Juan que murió de amor». Una muerte prematura de un enclenque -digo yo-, casado con una potente Margarita del Rhin, con lo cual, por falta de descendencia, los Trastámaras desaparecieron, y llegó Carlos, el primero de la larga lista de Austrias. ¡Qué pena y qué pena, lo que pudo ser y no fue…!

Después de tanta emoción, con lloriqueos y gimoteos, en tan gótico escenario, los allí presentes, creyeron/creímos en todos los mitos habidos y por haber, también sobre la real pareja, pretendidos padres de la Patria hispana. Y Si la Historia, como escribiera Lledó, sirve para acercar el pasado al presente, los mitos sirven para lo contrario.

Continuará.