Cuando aprietan los calores en el centro de esta canícula preagosteña, se desorientan las palabras que huyen de este artículo exhaustas, buscando la brisa que habita en algún rincón de mi memoria. Entre la Baiona gallega y Bayonne de Francia hay en torno a mil kilómetros de costa. El mar Cantábrico se abraza con el océano Atlántico en el vértice más occidental de la península, pongamos que en la estaca de Bares. Es un oasis en el corazón del cambio climático, donde los días evitan el calor atroz y asfixiante
Es el norte, en Galicia y en Asturias, en Cantabria y en el País Vasco, una playa continua, con la mar a menos de veinte grados nos espera cómplice sin «ferragostos» previstos. En Santander, en Donosti, en Gijón y A Coruña se inauguraron, cuando nació el pasado siglo, los baños de olas de mar, que las clases altas hicieron suyos rápidamente. Tardarían algún tiempo en democratizarse al igual que el veraneo, que se impuso en el litoral cantábrico como unas vacaciones distinguidas cuando el asueto del verano duraba los tres meses del estío.
El cambio climático privilegia al norte, que resiste en el amable mapa de isobaras cuando todavía no hemos aprendido los nuevos términos meteorológicos y seguimos confundiendo tiempo y clima. Estamos asimilando el significado de las depresiones aisladas en niveles altos, las danas —en una nueva jerga que reparte dialécticamente gotas frías con ciclogénesis explosivas— calimas del desierto con tornados mientras seguimos atentos el discurrir del Niño y de la Niña.
Y cuando agosto ya se adentra en el eje central del verano, quienes vivimos en la meseta buscamos la costa gallega para afianzar nuestro ocio. El norte galaico más al norte es mi lugar de descanso, mi solaz más aguardado, el que me espera para refrendar un estío en el paseo de las tardes, con las mejores noches imaginadas, y con el broche de oro en una terraza de la plaza Mayor, mientras una orquesta desgrana las notas que inauguran la verbena de los días de fiesta.
Incluso se agradece que la lluvia en sus múltiples manifestaciones, desde el orballo al chubasco, venga a saludarnos con su caricia de agua.
Reivindicar los veranos norteños es describir una manera de vivir, una forma de soñar y de saber. Este verano, en donde está el centro del universo. Al aire de esta brisa intuida, regresan a su sitio, las palabras. Volviendo al norte.
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