![Momika quema un ejemplar del Corán en el exterior de una mezquita en Estocolmo.](https://img.lavdg.com/sc/I9gO-CTj2pf4ZvVM_UafSZvpITA=/480x/2023/07/22/00121690044242301339815/Foto/GL23P21F2_184428.jpg)
Salwan Monika, refugiado iraquí en Suecia, calcula que, probablemente, su notoriedad quemando y pisoteando ejemplares del Corán (previamente manchados con beicon, para más saña) delante de la gran mezquita de la capital del país, le otorgará el beneficio que persigue, pues conecta inmediatamente con la islamofobia rampante de la sociedad europea, en su versión más grosera. Ya ha mostrado su singular simpatía por «Demócratas de Suecia», que es la formación nacional populista del reino escandinavo, en una muestra más del síndrome de Estocolmo, en este caso en la misma ciudad que le da nombre. Seguramente no se haya parado a pensar, ni falta que le hace en su papel, que la extrema derecha que le aplaude a rabiar (esto último, lo propio de su condición) probablemente lo quiera de regreso a su país, o adónde sea, tan pronto como logren acabar con el derecho de asilo, algo que van consiguiendo con gran rapidez en medio mundo. Su acción tiene maestros mucho más siniestros, como Rasmus Paludan, líder del partido político danés «Línea Dura» y abierto simpatizante de Putin (porque las mezcolanzas de esta clase están en boga), que ya ha protagonizado distintos actos de quema del Corán en Dinamarca y Suecia; el último frente a la embajada de Turquía, para ampliar todo lo posible las repercusiones diplomáticas de su provocación.
En todos los casos los actos han contado con la protección policial ante las amenazas (deseadas por sus promotores, pues comporta la atención buscada) y los intentos de prohibirlos han resultado infructuosos, porque, en efecto, no existiendo una actuación materialmente violenta sino enteramente simbólica, se enmarcan dentro de la libertad de expresión. Hace falta recordar que este derecho, nuclear en nuestra concepción abierta de la sociedad, por supuesto comprende el derecho a rebuznar en público, como hacen Monika y Paludan, sin gracia ni arte ni parodia, una exquisitez fuera de su alcance. No obstante, en lugar de generar el desprecio o, mejor aún, la indiferencia (que tipos con afán de notoriedad hagan el ganso de esta manera es lo que debería suscitar), en esta era del malestar excitado en seguida encuentran eco en quien busca culpables para sus zozobras, en este caso tomando por diana a los musulmanes y los extranjeros. El algoritmo de las redes que se nutre de la furia y el gusto del público por la espectacularidad, hacen el resto. También jalean quienes alimentan las ensoñaciones tenebrosas de una Europa blanca, xenófoba, homogénea y autárquica (que en cuatro días estaría guerreando entre sí, por cierto), de la que creen poder extirpar la inmigración y cualquier atisbo de la religión musulmana.
La otra consecuencia penosa es que el éxito de estas acciones traspasa fronteras y se convierte en instrumento en manos de aquellos a los que el victimismo también encaja como un guante. Las manifestaciones en Iraq, Egipto o Líbano, o las reacciones diplomáticas de Turquía, Irán, Marruecos o las monarquías del Golfo, culpan por entero y responsabilizan a Suecia y Dinamarca, expulsiones y llamamiento a consultas de embajadores incluidos. Dado que la propia noción del pluralismo y la mera existencia de algo parecido a la sociedad civil y la opinión pública, distinta y autónoma del propio Gobierno, se combate con encono por muchos de los dirigentes que se dicen agraviados, es normal que no sepan (ni quieran) diferenciar entre un país entero (en este caso nuestros socios nórdicos) y la vocación cizañera de algunos individuos, no desprovistos por ello de sus derechos ciudadanos (que son para los buenos, para los malos y para los regulares, de ahí su grandeza). Es fácil, con estos mimbres, agitar el avispero, reforzar la autoridad espoleada por el ánimo colectivo de venganza, explotar el rencor y seguir amasando crédito identitario. Aunque su forma de mirarnos, por desgracia, no es muy distinta de la manera en que analizamos desde el Norte a los países de mayoría islámica, juzgando la parte por el todo. Por otro lado, en algunas de esas manifestaciones, curiosamente (de nuevo el revoltijo reaccionario), junto con las banderas suecas se quemaba la bandera arco iris, que los extremismos religiosos o nacionalistas de todo signo en el mundo toman en común como muestra de la decadencia occidental que dicen combatir.
En un debate primario e inquisitorial, donde los intervinientes se sienten (de buen grado, habitualmente) compelidos a la condena o la exaltación, las personas de similar carácter primitivo se encuentran como pez en el agua. Si además consiguen atizar las llamas y despertar oleadas de rechazo o adhesión, el sueño de la popularidad efímera o del autoritarismo reforzado estará conseguido. Es la dinámica de nuestro tiempo, donde polarizar, dañar y excitar los jugos gástricos se ha convertido, incluso, en una forma de vida con réditos sociales o directamente lucrativos, aunque no se extraiga de ello un gramo de racionalidad. La convivencia y el respeto cotizan a la baja, en todas las escalas.
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