Feijoo ganó, pero como dijo Fran, el capitán del Dépor, después del penalti de Djukic, nadó mucho para morir ahogado en la orilla. Sumó casi un cincuenta por ciento más de escaños (136 a 89) que su antecesor, Pablo Casado, pero se quedó muy lejos de la mayoría suficiente que reclamaba durante la campaña.
Para Sánchez, la situación no es nueva. Perdió, pero el rechazo a la derecha entre sus aliados independentistas es tal que podría reunir los apoyos suficientes para sumar más síes que noes e imponerse a Feijoo.
Buena parte de la jugada está en manos de un prófugo de la Justicia. A medida que el PP subía en el escrutinio, en Waterloo Puigdemont estaba descorchando cava. La gobernabilidad de su odiada España pasa por sus ocurrencias en Bélgica mientras pende sobre él la duda de la extradición.
Puigdemont se encargará de torpedear las ilusiones de Núñez Feijoo, pero el precio que puede exigir a Sánchez puede ser tan exorbitado que incluso el actual presidente tenga que decir que no. Pero el expresidente catalán se ve fuerte: el futuro pasa por sus manos y su eterno rival, ERC, ha pagado en las urnas su vocación negociadora con el PSOE perdiendo casi la mitad de sus apoyos. Dijo que el precio de sus votos será un referendo de independencia vinculante. A ver quién sostiene el órdago.
Y en esa ecuación aún falta por ver lo que tiene que decir el PNV, otro de los grandes damnificados de su relación de cercanía con el sanchismo. Bildu le ha ganado por segundas elecciones consecutivas en número de votos y en el horizonte hay unas autonómicas vascas en las que se lo juega todo. El PNV dijo que con el PP no podría pactar porque había traspasado todas las líneas rojas al pactar con Vox. ¿Pero está en condiciones de arriesgar su posición de privilegio y competir con Bildu por el cariño de Pedro Sánchez?
Mientras, el líder socialista podrá seguir durmiendo en la Moncloa. Sánchez ha conseguido escribir un nuevo episodio de su particular manual de resistencia. Pasó de concejal de relleno en Madrid a fontanero en Ferraz. Se impuso en las primarias socialistas a Madina cuando nadie daba un duro por él. Cosechó el peor resultado de la historia del PSOE (82 diputados en el 2016) y consiguió hacer triunfar la primera moción de censura de la democracia. Fue expulsado del poder de su partido por sus propios compañeros y regresó para derrotar a la entonces poderosa Susana Díaz. Rechazó una mayoría cómoda con Albert Rivera para armar lo que Rubalcaba bautizó como el Frankenstein. Sobrevivió casi cuatro años haciendo equilibrios y ahora puede seguir en el cargo cuando nadie apostaba por él.
El sentido común dice que lo ideal sería una gran coalición entre los partidos centrales del sistema. Pero eso, con las rencillas pendientes, es imposible. Sánchez tendrá que elegir entre Otegi y Puigdemont o repetir elecciones. ¿Nos vemos en diciembre?
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