Por dónde íbamos…
A ver, en el primer capítulo de esta serie se decía que, viviendo en un mundo de incertidumbre exacerbada por un modelo socioeconómico de depredación generalizada, los niveles de estrés y ansiedad resultantes pueden explicar el incremento de problemas de salud mental y física. Y es que, como dice la OMS, los determinantes sociales, entendidos como el conjunto de factores sociales, políticos, económicos, ambientales y culturales, ejercen gran influencia en el estado de salud.
En el segundo capítulo se abordaba el papel del contexto —el laboral, por ejemplo— en la salud mental y cómo se ha estado subestimando en la occidental concepción del individuo y su casi exclusiva responsabilidad sobre su propio bienestar. Por eso se iba a dedicar este tercer y último capítulo a ampliar el foco para entender mejor la relación entre el contexto y la salud mental. Recurriendo para ello a recientes desarrollos teóricos en psicología.
Partamos de la autocrítica; de las limitaciones de los actuales sistemas de clasificación diagnóstica. Mis colegas de la División Clínica de la Sociedad Británica de Psicología publicaron en 2013 una Declaración de principios denominada Clasificación de la conducta y la experiencia en relación con diagnósticos psiquiátricos funcionales: es tiempo para un cambio de paradigma, en la que se reconoce que los sistemas clasificatorios dominantes son defectuosos. Apoya, además, el trabajo para desarrollar una perspectiva multifactorial y contextual que incorpore factores sociales, psicológicos y biológicos que nos lleven más allá de las premisas de la medicalización y el diagnóstico.
Desde entonces, y con ese propósito, han estado trabajando en un modelo denominado El Marco de Poder, Amenaza y Significado (PAS): hacia la identificación de patrones de sufrimiento emocional, las experiencias inusuales y el comportamiento perturbado o perturbador, como alternativa al diagnóstico psiquiátrico funcional. Uno de los objetivos es la «construcción de narrativas que sean no diagnósticas, no culpabilizadoras y desmitificadoras sobre la fortaleza y la supervivencia, que reincorporen muchos comportamientos y reacciones, que en la actualidad se diagnostican como síntomas de un trastorno mental, al ámbito de la experiencia humana universal».
Si tuviera que definir, a riesgo de ser reduccionista, un denominador común de los conflictos humanos a lo largo de la historia, y de su evolución hasta la crisis global actual, diría que es el abuso de poder en la lucha por la supervivencia. Una lucha en la que, en la medida en que una de las dos principales estrategias (y sus respectivos estilos cognitivos), el egoísmo, se impone a la otra, la cooperación, por la ventaja competitiva que le brinda a la primera la falta de empatía (y, por tanto, de ética), nos vemos abocados a la autodestrucción por la cronificación del sufrimiento de lesa humanidad.
En este sentido, un aspecto clave del Modelo PAS para entender el sufrimiento a escala individual es la inclusión del factor «Poder» en el análisis del contexto. Cómo determinado ejercicio del poder, desde el ámbito doméstico al geoestratégico pasando por el laboral o el político, se convierte en una amenaza y genera sufrimiento. Un malestar que, añado, en su extensión e intensidad, señala a procesos no adaptativos, es decir, que comprometen la supervivencia de la especie; así como una fiebre elevada señala a una infección que, de no atajarse, puede resultar letal.
Un ejemplo que ilustra la vuelta de tuerca que el acelerado deterioro global ejerce sobre la salud es la denuncia que hace la antropóloga y economista Christiana Figueres, Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático (2010-2016) y una de las negociadoras principales del Acuerdo de París, en un vídeo para el canal de la Universidad de las Naciones Unidas. En dicha declaración hace énfasis en que millones de jóvenes, y no tan jóvenes, que entienden la ciencia y, por tanto, rechazan el negacionismo, están angustiados al ver cómo la ciencia está acertando en su predicción de eventos climáticos catastróficos y aterrorizados por la posibilidad real de que las demás predicciones se hagan realidad. Estamos entrando en una etapa que ella denomina de «Síndrome pre-traumático», no tanto como un diagnóstico formal como una alarma más sobre el sufrimiento que genera la parálisis e irresponsabilidad climática en la que estamos instalados. Una irresponsabilidad, añado, propia de un ejercicio nocivo del poder que define al lucro indiscriminado o «necroliberalismo».
Negar la existencia del problema, o atribuirlo a un complot de la ONU (como se dice de la Agenda 2030), no hace sino agravar la situación. Si nos dejamos arrastrar por quienes manifiestan estos delirios, es posible que no haya vuelta atrás en el camino desenfrenado al abismo. Su estrategia, la de quien ejerce ese poder, es polarizar a la sociedad, dividirnos, debilitar la forma de vincularnos que nos define como especie y sabotear nuestra estrategia más adaptativa: la cooperación. Pues saben que solo colectivamente podemos hacer frente a los abusones.
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