Tres grandes crisis en apenas 15 años. La última, todavía caliente. Ingentes cantidades de dinero público para amortiguar los golpes y salvar los muebles. Y una montaña de deuda. Tanta como el 91,5 % del producto interior bruto en la zona euro. Recuperados los niveles de PIB anteriores a la pandemia, toca achicarla.
No va a ser fácil. Nunca lo es. Pero, esta vez, los retos a los que se enfrentan las cuentas de los Estados son muchos. Y costosos. Transición verde y su gemela digital, envejecimiento demográfico y refuerzo de las políticas de Defensa con una guerra a las puertas. Casi nada.
Pero no queda otra que emprender el camino de vuelta a las reglas fiscales. Peligroso eso de seguir cargando con semejante deuda en los bolsillos con los tipos de interés en ascenso y los tambores de ralentización sonando.
La propuesta de Bruselas para esta nueva era de endeudamiento por las nubes: sendas de gasto y ajuste individualizados para los países con pasivos más abultados. Para no ahogar el crecimiento. Ni las inversiones. Planes cuatrienales de ajustes para los que no cumplen con el sacrosanto Pacto de Estabilidad y Crecimiento: el déficit público anual no debe superar de forma continuada el 3 % del PIB, y el volumen de deuda pública tiene que situarse como mucho en el 60 %. Inamovible. No así, el camino de vuelta cuando se exceden esos límites.
¿Todos de acuerdo? ¡Qué va! Eso sería un milagro en el seno de la Unión Europea. Sería darle la espalda a esa costumbre tan suya de dispararse en el pie. Imposible.
Los bandos. Los de siempre en cuestiones de disciplina fiscal. De un lado, Alemania y sus aliados. Los sempiternos halcones. Partidarios, claro, del máximo rigor. Un ajuste rápido y sin excepciones es lo que quieren. Ya aburren. En el otro, Francia e Italia, que se inclinan por una mayor discrecionalidad. Y también España, a la que, además, como país que preside este semestre el Consejo de la UE, le toca tejer el acuerdo sobre la reforma de las reglas fiscales. Y eso antes de que acabe el año.
Encaje de bolillos habrá que hacer. Y no solo para encontrar la fórmula que los contente y enoje a todos por igual, como sucede cuando los acuerdos son buenos. También, y sobre todo, para garantizar que esta se aplica. Y que resulte creíble a los ojos de los mercados, que en esta parte del mundo también sabemos ya cómo se las gastan cuando las cuentas no salen. No tienen piedad alguna.
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