Feijoo, reenviado muchas veces

OPINIÓN

Feijoo se vistió en tonos azules
Feijoo se vistió en tonos azules JUAN MEDINA | REUTERS

13 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Ya he hablado de esto aquí, pero demasiadas veces la realidad supera cualquier análisis. Seguramente tienen ustedes algún familiar, conocido o amigo que se informa a través de WhatsApp. Una de esas personas a las que es poco menos que imposible sacar de su error derivado de las toneladas de desinformación en forma de capturas de pantalla que pululan por esa aplicación de mensajería instantánea. Una de esas personas que no están acostumbradas a que les refuten, pues toda esa basura se propaga entre quienes comparten una forma parecida de ver la vida que cuando tienen que confrontar sus creencias compartidas muchas veces, se sienten atacadas. Es prácticamente imposible luchar contra los nocivos efectos de la aplicación. WhatsApp es el mal. Es por donde se nos están colando miles de bulos previamente cocinados en algunos medios con titulares torticeros cuyo fin es, precisamente, que la gente haga capturas obviando el contenido de los artículos para que se compartan miles de veces. Y cuando esto ocurre, ya es tarde.

Más o menos eso es Feijoo, un repetidor de bulos compartidos miles de veces. Feijoo es tu cuñado el cansino, es tu compañero de trabajo de derechas que compartía alegremente los bulos sobre la legalización de la pederastia gracias a Irene Montero. Con su estilo grosero, su cara de vaca mirando pasar el tren, su incompetencia y moral distraída, no debe despistarnos. La incapacidad es lo que convirtió el debate electoral del lunes en un dantesco espectáculo en el que el gallego no dijo ni una sola verdad. Ni una. Y ahí precisamente radica todo su poder: es el WhatsApp hecho persona. La utilización de la técnica del galope de Gish, viejo truco de los creacionistas bíblicos, consistente en no dejar hablar al contrincante y espetarle un chorreo de afirmaciones y datos manipulados, medio falsos o directamente inventados que por su volumen son imposibles de refutar uno a uno, tiene un éxito casi asegurado, no hay más que ver cómo de epatado quedó Pedro Sánchez ante la montaña de basura que le vino encima. Como los miles de bulos miles de veces compartidos en WhatsApp, es imposible luchar contra eso. Y así se cumple, como no podía ser de otra forma, la máxima de que la estupidez no está reñida en modo alguno con la maldad. Y la mezcla de ambas cosas es un cóctel terrible, uno que puede dejar una contundente resaca de cuatro años.

En el Partido Popular sabían perfectamente qué es lo que estaban haciendo. Nos hemos pegado algunos años señalando que Vox seguía a pies juntillas las pautas marcadas por Bannon que llevaron a la Casa Blanca a Donald Trump, y resulta que el Partido Popular es más trumpista que el propio Donald Trump. Bannon recomendaba en su momento llenarlo todo de basura, fuera verdad o mentira, y eso es exactamente lo que vimos el lunes. Y es que la mejor forma de que ganen los zánganos, los malos, los sinvergüenzas, es a través de WhatsApp. Y qué mejor mensajería instantánea que un debate televisivo moderado por dos muñecos de cera impasibles. El lunes, mientras miraba el debate, me sentí terriblemente cansado, aturdido, como cuando ese familiar al que no deseas ver ni en nochebuena te envía un WhatsApp alertándote de que la aplicación será de pago en unas semanas o que los okupas entraron en la casa de una adorable viejecita y defecaron en su salón. No hay forma alguna de refutar eso. Es como un debate entre creacionistas bíblicos y evolucionistas: no puedes aportar una prueba de que los dinosaurios no convivieron con el ser humano. Es falaz, pero a nadie le importa eso si confirma sus repugnantes prejuicios.