Lo único que puede provocar temor en unas elecciones democráticas es la posibilidad de que venza una fuerza política que amenace su supervivencia. En una democracia, la ciudadanía tiene que estar dispuesta a la resignación, que debe superponerse al enfado. No es probable que triunfe siempre la opción preferida y tampoco es infrecuente que incluso esa haya sido elegida solo como un mal menor, del que se esperan algunas cosas positivas, pero se temen otras que disgusten. La rutina democrática y el final de las utopías han conducido a la disminución del entusiasmo por los partidos y, lo que no es malo, del fanatismo político. Hoy, la gran excepción reside en la extrema derecha, la actual alternativa antisistema, que ha convencido a un sector de la sociedad, en el que se mezclan quienes desean recuperar viejos privilegios, sectarios intransigentes y víctimas de la ignorancia, de que resolverá los problemas volviendo a un pasado de autoritarismo e intolerancia que solo los que se aprovecharon de él, o los que lo desconocen, pueden añorar.
Es cierto que el debate político se ha radicalizado en España, pero es una radicalización impostada, sustentada en insultos o descalificaciones personales, más que en argumentos sólidos. Afortunadamente, no sucede como en EEUU, donde la extrema derecha populista se ha hecho con el control del partido republicano, aunque las formas del debate se hayan visto contaminadas por las que allí utiliza el trumpismo. Nadie mínimamente inteligente puede creerse que Pedro Sánchez es comunista, que gobernó un frente popular esta legislatura o que existió alguna vez la amenaza de que proliferasen los soviets y España se rompiese en mil pedazos. Eso es pasto para borregos. Evidentemente, tampoco el PP es fascista ni, en sí mismo, un peligro para la democracia. El problema está en otro lado.
Vox no se esconde, sus nombramientos en ayuntamientos y autonomías y las primeras decisiones de sus cargos públicos confirman lo que ya se había visto en Castilla y León, su programa electoral disipa cualquier duda. Solo desde el cinismo se lo puede definir como un partido «constitucionalista», si con eso se quiere decir que está identificado con los valores y las disposiciones de la actual Constitución.
La entrada de un partido de extrema derecha en un gobierno de coalición siempre es peligrosa, no solo por lo que pueda hacer desde el poder, sino porque es una forma de normalizarlo, de edulcorar su temible radicalismo. Es lo que se ve obligado a hacer el PP para justificar sus pactos, por eso un día se distancia y el otro le echa un capote, y lo que hacen sus blanqueadores de la pluma, obsesionados por lograr la derrota de eso que llaman «sanchismo». La debilidad ideológica que muestra el PP, demasiado dispuesto a plegarse a concesiones programáticas e incluso a adoptar el lenguaje de los ultras para hacerse con el poder, agrava el peligro.
No se trata de que con un gobierno de coalición PP-Vox se vaya a producir un retorno a la dictadura, pero ya se ha visto con Jorge Fernández Díaz lo peligroso que puede ser un ministerio del Interior regido con los métodos que tradicionalmente se llamaron jesuíticos, la versión católica del maquiavelismo. Tampoco es necesario recordar la inquina que tiene Vox a la libertad de expresión. La alcaldesa de Gijón ha dicho que no se pondrán obstáculos a los espectáculos en asturiano, bien está, pero todavía no ha aclarado si, independientemente del idioma, se va a hacer un examen tipo brigada político social para establecer si son de izquierdas antes de contratarlos. Los casos de censura que ya se han producido en varios lugares hacen temer lo peor. Las amenazas a medios de comunicación vienen de atrás.
No es solo eso, ¿alguien puede creer que Europa es el enemigo? ¿Tan poca memoria existe como para olvidar lo que España consiguió desde 1986? Es fácil imaginar lo que sucedería si se suprimiesen la Ertzaintza, los Mossos d’Esquadra y la policía foral de Navarra y, además, se multiplicase la presencia del ejército en Cataluña y el País Vasco. ¿Se trata de enconar los conflictos o de apaciguarlos? ¿Se busca una guerra civil o el renacer del terrorismo? Qué decir de las mujeres, de las políticas de igualdad, de la protección contra la violencia machista; o de homosexuales y transexuales; o de las minorías étnicas y religiosas; o del trato a los inmigrantes… ¿Quién es Abascal para decirles a las mujeres los hijos que deben tener? ¿Qué derecho tienen a decirnos a todos cuándo y cómo debemos morir? ¿Alguna persona medianamente sensata cree que aumentar la contaminación es positivo? Que el clima ha cambiado y aumenta el calor no es una cuestión de creencias, tampoco que la tierra no es plana o que las vacunas salvan millones de vidas.
La dictadura, en sentido estricto, no vendría de un día para otro, Putin, Orbán, Erdogan, Daniel Ortega, necesitaron tiempo, pero España puede convertirse pronto en un país insoportable. ¿Ofrece garantías el PP de que lo evitará? No lo parece.
Lo importante no es lo simpático que pueda resultar Pedro Sánchez, los últimos días han mostrado que no es el único político inclinado a rectificar sus opiniones, lo decisivo es qué se desea que haga el próximo gobierno. El PP ha dejado de hablar de economía porque es indudable que Nadia Calviño ha hecho una gran gestión, también Yolanda Díaz en Trabajo. España crece, el paro es el más bajo en décadas, mayor que la media europea, pero siempre fue así, ese es un problema estructural español, que también existió con los gobiernos del PP. La inflación es más elevada de lo deseable, pero de las más bajas de Europa y no es un problema que se pueda atribuir a este gobierno; la Hungría de Orbán la tiene al 21%, por poner como ejemplo a un amigo de Abascal, pero ha aumentado en todo el mundo como consecuencia de la guerra. Han subido los tipos de interés, pero los decide el Banco Central Europeo y más lo han hecho en EEUU y lo están haciendo en el Reino Unido del Brexit. Hay problemas que son universales, que no han sido provocados por la gestión política española, y nuestro país los está llevando mejor que la mayoría. De hecho, han subido notablemente el salario mínimo y las pensiones.
Tanto PP como Vox saben que su única promesa no derogatoria es falsa. Solo podrán hacer bajadas cosméticas de impuestos porque desde 2024 será necesario reducir el déficit y la deuda provocados por la epidemia y las consecuencias del conflicto de Ucrania.
Seguro que hay leyes y decisiones adoptadas en estos últimos cuatro años que han disgustado a muchos, también habrán considerado otras positivas. Sucede con todos los gobiernos, pero lo importante es balance global. ¿A quiénes beneficiaron más sus medidas? ¿Han sido positivas para el país a pesar de los errores? Habría motivos para votar al PSOE o a Sumar sin necesidad de que existiese Vox.
¿Puede sostenerse que el gobierno de coalición entre PSOE y UP haya puesto en riesgo la democracia? ¿o que vaya a hacerlo el posible entre el PSOE y Sumar? Esa es la única coalición de gobierno, no electoral, que ha habido. Ha necesitado votos de otras fuerzas en las Cortes, pero una ley o un decreto no se contaminan porque los vote un partido u otro, lo que importa es su contenido. Eso lo sabe el PP, que ha contado con Bildu cuando lo ha necesitado, y debería saberlo Podemos, porque el voto del PP tampoco es contaminante. Eso es lo peor de haber reducido la política a “bloques”, hay pactos transversales que no solo son posibles o necesarios, resultan imprescindibles.
Siempre es importante votar, pero quizá este 23 de julio más que nunca. Es necesario hacerlo desde la reflexión, distanciándose de la cháchara y de lo que se parece más al cotilleo que al análisis político. Incluso poniendo la razón por delante del corazón en las numerosas provincias, como León, que eligen menos de cinco diputados. En ellas es una competición de dos y solo puede terminar en un 3/1 o un 2/2 y en las de incluso menos población en un 1/2, 1/1 o 2/0, dependiendo de que elijan 3 o 2 diputados. Unas decenas de votos pueden ser decisivos. De ahí lo especulativo que resulta el reparto de escaños de las encuestas y lo importante que es no olvidar lo que está en juego.
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