En la próxima cita electoral del 23J nos toca elegir: consolidación de derechos o retroceso

OPINIÓN

Papeletas en una urna
Papeletas en una urna PEPA LOSADA

06 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Las previsiones realizadas por los gurús oficiales sobre las elecciones municipales y autonómicas han fallado estrepitosamente. El PSOE y la más izquierda se han dado un sorprendente batacazo electoral. Vascos y navarros no han tenido reparo en potenciar a Bildu, mientras que la otra España, mediatizada por la imaginaria resurrección de ETA, se han entregado en cuerpo y voto al PP y Vox. Los catalanes han premiado al PSC por la pacificación impulsada por el gobierno de coalición, pero también han virado a la derecha. Caso aparte es el de Madrid, afectado por patologías sociales centrípetas, tolerantes con la corrupción y la privatización de lo público. Las patologías madrileñas reflejan un preocupante retroceso en valores individuales, ideológicos y colectivos.

En definitiva, estamos ante una mayúscula contradicción, puesto que a la hora de rechazar amenazas y justificar temores, los criterios, a mi entender, deberían haber sido otros muy distintos. Votar, mayoritariamente, como señala el propio presidente del Gobierno, a la derecha y a la extrema derecha, cuyos historiales están repletos de casos de corrupción y recortes sociales, (uno está siempre ligado a lo otro) y de nostalgias franquistas, caracterizado por el golpismo, el nacional catolicismo y los miles de crímenes de inocentes asociados aquel régimen, no son fáciles de entender. Así pues, hay que aceptar el veredicto de las urnas, pero no es este un momento histórico para sentirse satisfechos como país, ni como personas que queremos un mundo más justo, en cuanto a derechos y libertades de la gente. No podemos estar orgullosos de dar un espaldarazo a la desigualdad, a la corrupción, a las privatizaciones, al cinismo, a las noticias falsas, a la contaminación ambiental, a los abusos de la Iglesia, al racismo, a la xenofobia, al machismo y a un rancio militarismo, que acapara cada día más recursos públicos. 

El bipartidismo, como los mejillones, tiene dos caras, y si bien una es bastante más negra que la otra, ninguna de las dos está limpia ni de adherencias, ni de suciedades. Así es que ambas se reprochan mutuamente, pero son parte de un mismo cuerpo.

Tanto para PP como para PSOE, que es una socialdemocracia con interés por el voto de izquierda, la legislatura que acaba de fenecer, no debe volver a repetirse. Se han visto desbordados todos. El PP por su hijo prodigo, la extrema derecha. El PSOE por una izquierda, que le ha forzado a legislar en favor de aquellos que necesitaban desde hace muchos lustros una defensa eficaz de sus intereses. Ha sido una auténtica pesadilla para quienes están hipotecados por compromisos ligados a la banca, a las guerras, a los fondos buitre, al Vaticano, a las grandes constructoras, etc.

Cualquier persona de a pie, a poco perspicaz que sea, ha tenido ocasión para saber quienes defienden realmente sus intereses, aunque cada avance genere mucho ruido y levante tensas polémicas. Las recetas del PP para combatir la crisis económica generada por la corrupción y el capitalismo asilvestrado, ya se conocen. Así pues, la presumible estrategia de campaña ante las próximas elecciones del 23-J, consistirá en recuperar el bipartidismo en estado puro, que ha sido muy lucrativo para unos y extremadamente duro para los que han visto como sus vidas son cada día más difíciles.

En las circunstancias actuales la campaña electoral se presenta bronca y sobre un terreno «embarrado» por los émulos del trumpismo. La izquierda, tanto junta como separada, solamente tiene la opción de agrupar todos los apoyos conseguidos los cuales esperemos sean mayoritarios, con un único objetivo, de no retroceder a un pasado cargado de desigualdades entre las distintas clases sociales existentes en todo el Estado español. De no ser así, en los próximos años seremos pasto de la voracidad de una derecha muy crecida por los resultados de las municipales y autonómicas, dispuesta a hacer caja a costa de los y las trabajadores/as. La abstención de la gente progresista, en esta ocasión, equivale a un voto a la derecha extrema y a los nostálgicos del fascismo. Así de claro. En esta ocasión, el voto de izquierdas será el mejor instrumento para continuar con las mejoras conseguidas la pasada legislatura por todas las fuerzas progresistas de los distintos territorios que conforman todo el entramado político estatal.

La izquierda está obligada a ganar las próximas elecciones, si no quiere vivir una nueva etapa de abusos y miseria. La extrema derecha es la mayor amenaza en este momento. Históricamente, no solamente aquí, en todo el mundo, está demostrado con datos irrefutables que el hambre, la pobreza y la exclusión social, han venido siempre de gobiernos de la derecha y extrema, aunque solamos ver más disputas en los espacios tradicionales de la izquierda.

Pero no solo eso; siempre se ha urdido una torpe maniobra para tirar por la borda a quienes les exigieron coherencia con la pretendida identidad y unidad de la izquierda, una operación en la que se confundía el sumar con el dividir, tratando de restar y hundir. El ocurrente cerebro de semejante defenestración política nos recuerda a un determinado monseñor, de tiempos relativamente recientes. Quizás la maniobra no aflorase con todos sus atributos, pero sí hubo muchas personas que han percibido su significado y el desengaño consecuente.

Es obvio que algunos han jugado con cosas muy serias y preparado un pan como montón de estiércol. El desencanto, el desgaste, la conciencia de conflicto sordo entre la izquierda y derecha zurda, se vio reflejada en el aumento de la abstención. El PP cosechó 7.054.000 votos aproximadamente. El PSOE 6.290.000. Entre ambos partidos suman tantos votantes como los que se quedaron en casa. Se alimentó el desconcierto en las filas de la izquierda. Y lo que se consiguió fue una derrota estrepitosa, la división y el desconcierto.

Es evidente que la izquierda y ciertas sectas no comparten ni los objetivos ni, en muchos casos, estrategias electorales, pero el riesgo de lo que puede caer es tremendo. Y si la ciudadanía responde, como es de esperar, será una oportunidad para toda la izquierda de reivindicarse de una puñetera vez, poniendo por delante siempre el bienestar colectivo, sin vetos, ni exclusiones, por encima de liderazgos y caudillismos personales, que son los que pueden dar al traste con todos los avances conseguidos, no solamente por los que son elegidos para representarnos, sino también por la persistencia del poder popular.