Medir el riesgo :la gente prefiere no perder 100 euros antes que ganar 100
OPINIÓN
Medir el riesgo es difícil. Tanto como mantener agua en la palma de la mano sin que se escape entre los dedos. Lo que las decisiones arriesgadas reportan en términos esperados o la satisfacción que podemos esperar de ellas no sirven para tratar con el riesgo. Pero hemos insistido en la tarea y en 1952 se dio un paso más. Si caracterizamos los activos aleatorios por su rendimiento promedio y la dispersión del mismo, la gestión de una cartera se basa en que su rentabilidad es la media de la rentabilidad de cada inversión que la forma, pero su riesgo es menor que la media de los riesgos individuales. En esto se basa la buena praxis financiera de no poner todos los huevos en la misma cesta. Sin embargo, medir el riesgo a través de la dispersión de los rendimientos valora por igual las pérdidas que las ganancias, sin tener en cuenta que a la gente solo le preocupa la parte negativa del riesgo; con la positiva, está encantada. De hecho, más que de riesgo se habla de volatilidad.
Más recientemente, los acuerdos de Basilea aconsejan a las entidades financieras que utilicen el VaR para medir el riesgo. El VaR no es más que la pérdida máxima de un activo en 10 días con un grado de confianza del 99 %, es decir, el rendimiento que deja a su izquierda el 1 % de los rendimientos inferiores a él y a su derecha el 99 % de los superiores. Por ejemplo, que el VaR de una empresa sea -10 % significa que en el 99% de los casos el rendimiento de 10 días de sus acciones será mayor a -10 %.
Gestionar una cartera con el VaR pasa por maximizar su rentabilidad con la condición de que el VaR sea inferior a un determinado valor. Pero el problema es que no tiene en cuenta qué sucede en el 1 % de casos no considerados. Obviarlos puede parecer irrelevante, pero los eventos muy improbables pueden ocurrir en un momento dado y, de hecho, suceden más veces que las que queremos creer. Estos episodios, llamados cisnes negros, muestran que no importa la probabilidad de un evento si sus consecuencias son demasiado costosas para afrontarlas. Pues bien, para intentar paliar el efecto cisne negro se acompaña el VaR con el valor del CVaR, que no es sino la pérdida esperada en el 1% de los peores rendimientos y que el VaR no considera. Con todo, sigue sin ser una medida apropiada.
Y, por esa razón, en los últimos años se ha puesto el énfasis en que, bajo incertidumbre, las decisiones se adoptan por atajos heurísticos que se desvían de las leyes probabilísticas. Por ejemplo, dado que la gente prefiere no perder 100 euros antes que ganar 100, es asimétrica en la toma de decisiones, lo cual explica que, pese a la aversión al riesgo, acepte un riesgo dependiendo del dinero implicado. Pero falta mucho para construir una teoría de medición y gestión del riesgo coherente con esta visión. ¿Será porque el riesgo se resiste a ser enjaulado a pesar de los muchos intentos por conseguirlo?
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