Se encuentra Irene Montero de Galapagar en ese instante en el que no se sabe si aún es ministra o ya ha dejado de serlo. Técnicamente, ella seguirá ejerciendo, acudiendo al ministerio, siendo jaleada por las Pam que salgan a su encuentro, pero la línea entre ser ministra y no serlo es ya tan delgada —y cada palabra de Pedro, y cada frase superbonita de Yolanda la hacen aún más delgada— que a ella le habrán empezado a asaltar las dudas. No ayuda la mirada de José Luis Rodríguez Zapatero, al que Irene ha decidido premiar por defender los intereses del colectivo LGTBI. El ubicuo expresidente mira a Irene con ojos y cejas propios de quien se ha encontrado con un fantasma o con un lastre, o con ambas cosas. En este su epílogo, Irene podrá encontrar consuelo en que no hay político que, antes o después, no haya pasado, digamos, a la Historia. Algunos, incluso, lo hicieron como lo está haciendo ahora ella: sin pedir disculpas, sin decir lo siento, sin asumir los fatales errores.
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