Estamos acostumbrándonos a que en política se utilicen eufemismos como «cambiar de opinión o adaptarse a las condiciones del momento» para no reconocer que se miente a los ciudadanos. Pero al final la verdad siempre acaba saliendo a la luz, más hoy en día que hay cámaras en todas partes. Eso es lo que le ha pasado a Boris Johnson. El ex premier británico se hartó de defender lo indefendible: que nadie en el 10 de Downing Street había celebrado una fiesta cuando las restricciones por el covid estaban en su apogeo. Pero estos días ha salido a la luz una grabación muy interesante en la que no solo se ve a diversos miembros de su gabinete bebiendo y celebrando las fiestas navideñas, sino incluso a una pareja bailando muy animadamente. Si todavía siguiera en el Parlamento, muchos miembros de su partido que le son fieles habrían tenido que afrontar la difícil tesitura de votar a favor o en contra de las medidas de castigo que deberían de habérsele aplicado por el partygate. Sin embargo, gracias a su dimisión les ha evitado el mal trago. Boris confía que, con este gesto, pronto se olvide la mentira para regresar cuanto antes a la primera línea política.
Por su parte, Donald Trump, con graves problemas de organización doméstica, ha alegado que debido a la mudanza desde la Casa Blanca no tuvo tiempo de devolver los documentos secretos que había almacenado de manera descuidada en diversos lugares de su casa, los cuartos de baño incluidos, a los que tuvieron acceso incluso algunos empresarios chinos. Cuesta creer que un multimillonario como él no cuente con personal para seleccionar lo que puede o no puede llevarse, y, en caso de haberse equivocado, devolverlo. La enésima burla del candidato a la presidencia por el Partido Republicano que, desgraciadamente, un electorado manipulable no va a tener en cuenta si llega a los comicios presidenciales.
Por fortuna, todavía nos quedan las hemerotecas.
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