Ante el último sueño que el Alcalde del Ayuntamiento de Oviedo, D. Alfredo Canteli, ha trasladado en su primer discurso -la creación en el recinto de la antigua fábrica de armas de La Vega del Museo de los Premios Princesa de Asturias- parece oportuno esbozar una serie de reflexiones.
En el año 2005, con motivo del 25 aniversario de la Fundación de los Premios Príncipe de Asturias -hoy Princesa de Asturias-, se invitó a los premiados a participar en la celebración. Uno de los galardonados, el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer, remitió como reconocimiento un proyecto para la creación de un museo de los Premios. Considerado en aquel momento inviable por el Patronato de la Fundación, el arquitecto Niemeyer lo legó entonces, con una traza renovada, al Principado de Asturias. Este fue el origen del Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer erigido en Avilés.
Han transcurrido casi dos décadas y ahora resurge la idea de crear un Museo de los Premios, escogiendo por escenario la antigua fábrica de armas de La Vega. Al margen de otro tipo de consideraciones, es de temer que el modelo de intervención no sea, precisamente, el instaurado por la Fundación Princesa de Asturias que, en unas instalaciones sólo reivindicadas y estudiadas por un puñado -muy reducido- de investigadores, ha venido actuando con sumo respeto, sensibilidad y con una imaginación e inspiración que las ha devuelto a la ciudadanía tras años de abandono. ¿Será este el modelo a seguir? O, como nos tememos, ¿se optará por el que salvo raras excepciones viene siendo habitual en el Patrimonio Industrial asturiano? A saber: entrar a saco.
Porque, seamos realistas, en el Patrimonio Industrial asturiano tan sólo existe una rehabilitación que pueda definirse abiertamente y con rotundidad como modélica: la llevada a cabo en la antigua casa de máquinas del Pozo San Luis en La Nueva (Langreo). Hay algunas otras, más tempranas, como la emprendida en la Curtidora Maribona (Avilés) que, aunque derivaron en fachadismo y vaciado de las instalaciones, son disculpables por su prontitud. Pero no es este el caso de la mayor parte de las intervenciones realizadas en los últimos veinte años, donde impera la maquetización -como ha ocurrido en el Pozo Santa Bárbara (Mieres)-, la inserción de absurdos añadidos -como en el puente de Los Gallegos (Sotrondio)-, cuando no sajar y seccionar de manera despiadada -como en la antigua pescadería municipal (Avilés)-, o generar orfandad -como en el Pozo Modesta o en el Pozo Entrego, donde los castilletes claman al cielo el absurdo de su soledad-. Nuestra alarma viene motivada precisamente por esto, por todo este largo y amargo historial de nefastos precedentes con los que contamos en Asturias en los que sistemáticamente se ha optado por derribar, sajar, modificar de forma irreversible e invertir muchos, muchos, muchos recursos económicos públicos que podían haber alumbrado algo mucho más coherente. Ese ha sido el modelo que se ha seguido y no el de la mínima y respetuosa adecuación que, hasta ahora, la Fundación de los Premios Princesa ha seguido en las instalaciones de La Vega donde el mimo, el respeto, la elegancia y la economía de recursos han primado sobre todo lo demás.
Finalmente, a todo ello hay que sumar la absoluta patrimonialización que de la cuestión de La Vega se hace. Por un lado, con respecto a sus estructuras. Si bien se trata de una fábrica surgida a partir de un convento y que permitió la conservación de algunos vestigios que, de lo contrario, seguramente hubieran desaparecido, parece que solo interesan en ella sus componentes más antiguos -preindustriales- el claustro, los palacios alfonsinos que presumiblemente allí encontraron acomodo… Sin duda, todo ello es importante, pero también lo son las naves, el trazado de la fábrica, el arbolado, las viviendas y los equipamientos…. elementos hacia los que no parece mostrarse ninguna sensibilidad y que reflejan, sin estridencias, la evolución de un espacio industrial nacido en los albores de nuestro sistema liberal que espera un uso consecuente y una rehabilitación sincera, mínima y respetuosa que no borre su esencia. Otra patrimonialización se añade a esta: la de la ciudad de Oviedo o, más bien, la de sus políticos. No, señores, no: La Vega no es de Oviedo, La Vega es de Asturias y de España. La Vega, como la de Trubia, es una de las instalaciones fabriles más antiguas erigidas en nuestra región y en nuestro país. Por ello, las decisiones no pueden tomarse sólo desde Oviedo, deben responder a los intereses generales de todos y las intervenciones han de estar tuteladas y supervisadas por el órgano cultural regional que debe plantar cara desde ya, porque este es un patrimonio común, esta es nuestra identidad y nuestra historia. Y porque, al final, la cuenta la pagaremos todos nosotros.
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