O tiene ojos en la nuca, para reaccionar en caso de que de ese vestido negro que le sigue a pocos metros asome una cimitarra, o su guardia pretoriana está perfectamente entrenada y en un abrir y cerrar de ojos podemos —sí, perdón, podemos— encontrarnos a Yolanda desarmada e inmovilizada en el suelo, o es que no percibe el peligro, o sea, no ve los telediarios, no lee los periódicos, no escucha la radio, ya solo a Tezanos. Acaso Pedro, que tampoco es Teresa de Calcuta, anda por la Moncloa como Pedro por su casa porque ha perdido la perspectiva, no percibe que el vestido negro tanto sirve para perpetrar el asesinato político de Irene Montero —crimen, por cierto, que en toda España solo llora Pablo Iglesias, y gracias— como para asistir a su propio entierro político. Y no es difícil imaginar, llegado el caso, a Yolanda entonando un «les voy a dar un dato: pobre Pedro. Tengan la completa seguridad de que estaré, como mínimo, a su altura».
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