Kosovo es un ejemplo de los logros y las limitaciones de las políticas internacionales de pacificación. Una larga presencia de tropas de paz, un contingente considerable de asesores extranjeros durante décadas, un período de protectorado para preparar el país para su independencia y una fuerte inversión económica y política de la UE y la ONU han conseguido congelar un conflicto étnico, lo que no es poco, pero no han podido resolverlo. Porque, como casi todos los conflictos étnicos, es probablemente irresoluble. La mayoría albanesa de Kosovo, tratada, o más bien maltratada como una minoría en los tiempos de la antigua Yugoslavia, vivía humillada. Ahora, en un Kosovo independiente, es la minoría serbia la que se siente humillada y sobre todo insegura. Esa minoría sigue considerándose parte de una Serbia a la que ya no pertenece; y Serbia, gobernada por nacionalistas, sigue sin reconocer la independencia de Kosovo. El conflicto podría ser todavía más grave si no fuese porque Serbia, al mismo tiempo que culpa a Europa de la secesión de Kosovo, quiere integrarse en la Unión Europea.
De este modo, el drama de Kosovo continúa a lo largo de los años, como tantos otros conflictos de baja intensidad: ni se resuelve ni estalla en una confrontación abierta. El último episodio de violencia es, en este sentido, característico. Los serbios que han boicoteado las elecciones municipales lo han hecho en gran parte para mostrar su descontento por la falta de policías serbios en las fuerzas de seguridad de Kosovo. Pero si no hay apenas policías serbios es porque en una campaña previa la mayoría decidieron dimitir para mostrar su descontento. Ahora, el resultado de este boicot de las elecciones ha sido que solo han votado los albaneses, con lo que sus alcaldes han pasado a ser de esta etnia. No cabe ejemplo más claro de darse cabezadas contra una pared.
Probablemente, esta escalada se detendrá. De ello se encargará Belgrado, presionado por la UE. Se repetirán las elecciones y se elegirán alcaldes serbios para estos cuatro pueblos. Después de todo, eran ya los únicos pueblos en los que era posible intentar un boicot. El resto de las zonas serbias de Kosovo más o menos se han resignado a una realidad que no tiene vuelta atrás: la de un Kosovo independiente, desvinculado de Serbia y con una mayoría albanesa que, incluso si ocasionalmente muestra un afán conciliador, es también fuertemente nacionalista y xenófoba. Ahora que tienen en sus manos el Gobierno, los albanokosovares no están dispuestos a llegar a un sistema de reparto del poder y el territorio como el que existe en Bosnia desde el final de la guerra, y que también es un limbo frustrante e inestable. Mientras tanto, los serbios van abandonado el país, convencidos de que para ellos no hay futuro en Kosovo. También lo abandonan muchos albanokosovares, un tercio de los cuales residen ya fuera del país. Al final, la demografía, que está en el origen de ese conflicto, lo resolverá a su modo. Desgraciadamente, ni será una solución necesariamente justa ni será pronto.
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