El recuento del voto exterior en Asturias fue agotador. En una tensa jornada que se prolongó desde las ocho y media de la mañana hasta casi las diez de la noche, la tensión se palpaba en el ambiente por la posibilidad (nunca realmente muy alta) de cambio de un escaño del PSOE al PP y también por el intenso calor en la sala del escrutinio, mal ventilada y atestada de gente, de encargados del recuento, de apoderados de los partidos y de medios interesados. Pero la anécdota que marcó la jornada, en realidad la que marcó algo más que eso, hasta la posteridad, fue el caso de la caja de votos pendientes de valoración que demoró el proceso, que llenó titulares en la tarde del viernes, que puso de los nervios a medios digitales, y que lanzó, a mi juicio de forma totalmente irresponsable, una sombra de sospecha sobre el proceso.
Es un mal de nuestro tiempo querer contar asuntos complejos de la forma más simple posible hasta la vulgarización. Por ejemplo, el PP nunca estuvo ni a 934 ni a 890 votos (el recuento definitivo del Oriente le dio 44 sufragios más) de arrancar un escaño al PSOE y es algo que se ha estado repitiendo sin parar por parte del propio candidato, Diego Canga, y de medios de comunicación. Lo cierto es que necesitaba 890 más de lo que lograra el PSOE. Si los socialistas lograban 1, el PP necesitaría 891, si lograban 5, el PP necesitaría 895. Cuando a media mañana se dio la cifra de participación, y la primera que se dio era de 1.323 en el Oriente, el vuelco se mostraba ya prácticamente imposible, hubiera sido necesario que el PP logran esos 890 y el PSOE ninguno. Yo no digo que esto sea fácil de entender, pero al menos el esfuerzo de explicarlo hay que hacerlo, porque mucha gente de buena fe estuvo pensando que al PP le bastaban mil votos para obtener el gobierno de Asturias y lo pensaban porque se les explica mal y porque además la mayoría de medios de comunicación nacionales no entiende que hay tres circunscripciones en Asturias. No lo entienden y tampoco tienen ningún interés en entenderlo.
A la hora de comer se contaba una participación global para el Principado de 6.700 votos en el exterior y se había contado una caja con «incidencias», esto es, sobres dudosos, y la duda puede ser porque está mal un código, porque tienen con tono de color ligeramente diferente al resto, porque tienen una marca...; de unos 50 sufragios. Pero por la tarde esa cifra cambió.
En aquella sala de la que entraba y salía gente a refrescarse un rato al pasillo, empezó un revuelo porque las incidencias no eran 50, eran más, había otra caja y era necesario verificarla y añadirla al conjunto para iniciar el recuento definitivo. Y aquí paremos un momento para pensar cómo contamos lo que ocurrió a continuación. Se puede decir «apareció una caja con votos» o se puede decir que se les había despistado una caja de incidencias, porque la caja no apareció de la nada. También se puede contar que se echó a la prensa y público de la sala para seguir el recuento, porque queda mucho más dramático que contar que se puso al agente de policía que estaba sentado en la sala de pie en la puerta, para que no entraran más que los funcionarios del recuento y los apoderados de los partidos y que la ancha puerta de la sala siempre estuvo abierta y nos podíamos asomar sin problema para ver lo que estaba pasando, que se podía llamar a los representantes de los partidos para que se acercaran a contar qué estaba pasando.
Tampoco es lo mismo contar a media tarde en redes sociales que «aparece una caja con votos» a tener que explicar después lo mucho más aburrido de que eran unos sobres con un color de tono distinto al resto, que de forma muy escrupulosa los tres jueces que dirigían el recuento hicieron una consulta a la Junta Electoral Central, que la respuesta se demoró dos horas, y que tras esa verificación, porque todo se intentaba hacer de forma minuciosa, se reanudó el recuento.
Todos los aficionados al fútbol de Asturias saben que el último derbi en El Molinón terminó en empate. ¿Pero y si la noticia que se hubiera quedado era el resultado del descanso, con victoria del Oviedo? ¿Y si cientos de personas se aferraran a un tuit con la noticia del 0-1 de Sergi Enrich y se negaran a aceptar que hubo luego un penalti que metió Djuka? Pues es que en política está pasando eso, y pasa porque lo que se publica a media tarde no es que haya que añadir al recuento una caja de incidencias pendientes de verificar. Lo que se publica es que «aparece» una caja con votos. Y además en ese pasillo, donde este debate yo lo tuve en persona cara a cara con los implicados, en un inicio se dice que pueden ser hasta un millar de sufragios, y al final resultan ser poco más de 400. Pero a muy poca gente en ese pasillo le importó contar las cosas bien, lo que importaba era contarlas antes y de cualquier manera.
Con los votos ya verificados, aumentó la participación del Oriente de 1.323 a 1.475; son algo más de un centenar y pese a todo, vuelvo a insistir, el vuelco seguía siendo prácticamente imposible. Sería necesario que de esos 1.475, 890 fuera para el PP y de los 585 restantes ninguno para el PSOE. A lo largo de la tarde, en el bullir de la sala el único que parecía mantener la esperanza era el propio Diego Canga, que consultaba constantemente el móvil y entraba y salía.
Porque esa es otra y es un detalle no menor. En esa sala, con decenas de funcionarios encargados del recuento, tres jueces, tres (no uno ni dos) encargados de dirigir el proceso, varios apoderados de los partidos, público y prensa (que salieron a media tarde) estaba el mismo candidato del Partido Popular de Asturias, Diego Canga, que estuvo acompañado casi todo el día del secretario general del partido en Asturias, Álvaro Queipo, por parte de su equipo de prensa y también del portavoz de campaña José Cuervas-Mons. ¿De verdad usted se cree que delante de todos ellos, en sus mismas narices, le van a plantar una caja aparecida de la nada con votos?
Es igual, para centenares, quizá miles de personas, hubo fraude en estos comicios, porque no se van a parar a leer más, porque no les gusta el resultado y se les ha dado un versión alternativa que refuerza sus creencias, una teoría de la conspiración que se difunde de forma alegre sin medir las consecuencias reales que tiene para la misma confianza en las instituciones democráticas. Sin medir los riesgos espantosos que tiene esto.
Este otoño estará en Oviedo Meryl Streep, con papeles magistrales que son innumerables por su increíble talento. Uno de ellos es de la de puritana monja de la película La Duda que investiga a un posible sacerdote pederasta interpretado por el también siempre magistral Philip Seymour Hoffman. Lo traigo a colación por la metáfora que se explica en la película sobre la calumnia. En una confesión alguien reconoce haber mentido sobre la honradez de otro, la penitencia es soltar las plumas de una almohada al viento y luego tratar de recogerlas todas de nuevo. Es imposible, porque cuando se suelta una calumnia ya no hay remedio. Durante años, durante décadas, habrá personas que crean que el proceso de recuento de este viernes en Asturias no fue limpio. Y eso ya no se puede solucionar pese a todas las explicaciones de que se den.
En otra película bien distinta, en La venganza de los Sith, episodio III de la saga de la Guerra de las Galaxias, Padme, la reina Amidala comprueba con estupor desde su escaño del senado galáctico el derrumbe de la república para formar una dictadura imperial, concentrando el poder el canciller Palpatine: «Así muere la democracia, con un gran aplauso». Y así puede morir la nuestra si no la cuidamos, con la búsqueda del relato simplón, de arañar unos clics de audiencia una tarde de viernes.
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