Hace unas fechas este diario se hizo eco del malestar de varios hosteleros sobre las condiciones de trabajo que otros empresarios imponían a sus trabajadores, que eran, que son, ciertamente de esclavitud, entendido esta en su versión moderna, por supuesto. Del mismo modo, y con la ratificación de empleados, deploraban que incluso había clientes que «forzaban», que apoyaban a estos esclavistas modernos.
Yo mismo sufrí el maltrato en este sector. Estudiando en la Universidad Complutense de Madrid, un verano trabajé de camarero en el Hotel «Kaype» de Barro. Mi horario se extendía, con hábito, hasta las once horas, con apenas dos cuartos de hora para comer en la cocina y un sueldo de vasallo medieval.
Por eso, cuando uno se topa con un empresario que cumple a rajatabla con la ley y que considera a sus empleados personas, personas con derechos fundamentales, tales como la dignidad personal y laboral inexcusables, jornadas de ocho horas y descansos «humanos»; cuando esto se descubre, decía, un soplo de esperanza en los hombres me acaricia.
Si, además, los empleados no se ven forzados a trabajar a destajo porque su número es muy inferior a sus cometidos; es decir, cuando su número es proporcional a sus obligaciones, entonces, uno cree estar en un exoplaneta. Porque, de este modo, el personal atiende con mimo y dedicación al cliente. Porque, de este modo, el personal, ya de por sí amable, se vuelve maravilloso (mi hipocampo me dicta en estos momentos algunos nombres: Iris, Silvia, Aurora, Ana, Miguel…).
No es, ni por asomo, dar publicidad gratuita a este empresario. Sí es, por justicia, dar las gracias a quien dirige este restaurante, donde uno es, a la par, tratado como un «señorito» sin ser un señorito (un pijo con pasta y pedigrí), sino un tipo corriente y moliente que puede pagarse el plato del día a un precio corriente y moliente, pero con la consideración por parte de los empleados de un local de miles de tenedores.
Llegados a este punto, he de satisfacer la curiosidad del lector. El restaurante (bar y tienda) lleva por nombre «Junco», y está en La Franca, entre los concejos de Ribadedeva y Llanes, concejo este último cuya capital, en general, dista mucho de la excelencia, muy especialmente en las condiciones laborales de los trabajadores, que se da en este «junco» que se eleva en La Franca.
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