El año pasado la editorial Anagrama tradujo al castellano el ensayo de Silvia Ferrara La gran invención. Una historia del mundo en nueve inscripciones, publicado en Milán en 2019. Ferrara es una filóloga italiana que imparte sus saberes de Filología Micénica en la Universidad de Bolonia y trabaja como investigadora en el Consejo de Europa. Para esta especialista en lenguas antiguas, la escritura es la «gran invención» de la humanidad, que nació en distintos lugares del mundo (Sumeria, Egipto, Creta, Micenas, China) y en distintos momentos (la tenida por la primera verdadera en el IV milenio antes del presente, entre los ríos Tigris y Éufrates). El símbolo (pictograma primero, ideograma en signos y letras después) es la manifestación, precisamente, de nuestra natural capacidad simbólica, luego moldeada por la cultura.
No entraremos, desde luego, a comentar las nueve inscripciones que nos propone esta lingüística de los signos. Para la columna de hoy nos interesa su apelación a la memoria, en tanto en cuanto es «nuestra esencia», y el proceso de escritura tiene por objeto «no olvidar el pasado». Porque esta sencilla y obvia constatación adquiere hoy, muy dramáticamente, el otro perfil de Jano, su opuesto en el mismo plano.
Una de las formas de olvido de lo acaecido es su reinterpretación según ideas manifiestamente vulgares y retorcidas, incluso increíbles tras el proceso de vapuleo, llegando al extremo de creerse eso que es increíble. Si la Tierra proyecta una sombra curva sobre la Luna, verificable por todos, ¿cómo es posible que algunos sigan creyendo que habitan un planeta plano? Y esta creencia es una nimiedad con respecto a otras inyectadas por el Poder Multidireccional. Escribió Nietzsche en «Así habló Zaratustra»: «¡Mirad cómo atrae a los demasiados! ¡Cómo los devora y los masca y los rumia!».
La escritura es, dicho en breve, una asociación de símbolos y sonidos articulados. Una pareja indisoluble, para ser pareja, como la latitud y la longitud en las coordenadas. Ambas tienen por meta evitar el engaño, la distorsión de los hechos. Y, sin embargo, quien ha tomado el mando, ya definitivamente, es el anti-hecho, el capataz de nuestras «nuevas» vidas, empapadas del tiempo presente, el tiempo de la Gran Manipulación. Alguien escribió en este medio, alguien que no se significa por su conservadurismo, sino al revés, y a propósito de la intención del Gobierno andaluz de privatizar la sanidad primaria, que tendremos que ir acostumbrándonos a este tipo de «sucesos» (la cursiva es nuestra) porque el Estado no puede con tanta «carga» (nuevamente, nuestra es la cursiva); una línea de pensamiento híper liberal que el Poder Multidireccional está colando incluso en los ciudadanos que se colocan en el reverso de aquel. La recognoscibilidad aviesa es sorprendente.
De otro lado, el rigor, la extensión y precisión acerca de lo que se escribe, han sido arrasados por la marabunta de lo simple, de lo insignificante que cabalga a lomos del no esfuerza, de la vanidad, del egoísmo sublimado. La Cultura y la Ciencia (que reciben el honor de las mayúsculas), ridiculizadas por una sociedad iletrada, envalentonada en su cruzada contra el Saber y, en consecuencia, mágica, astrológica, infantil, crédula, acrítica, y, así, finalmente, dócil, conspiratoria, totalitaria, donde se cuece la animadversión y la repulsa por conocer lo que, maliciosamente, oculta la depravación de quien está en disposición de ejecutarla.
La relatividad que se da entre los signos y sus significados, que antes de que el padre de la lingüística moderna, Saussure, la sellara, Platón ya la había advertido 2.300 años antes, es la prueba de cómo unos (pocos) poseen la capacidad de desconectar las letras de sus contenidos asociados por la razón, en el sentido de Kant, para que otros (muchos), por su deseada y feliz incapacidad, caigan en la distorsión, aun en la que un niño de cuatro años no incurriría.
El adjetivo «social» es puro e inocuo porque apela a los ciudadanos que se agregan en sociedad. Por tanto, si calificamos al sustantivo «justicia» de social, estaremos llanamente refiriéndonos a que todo el que se halle en ese conjunto (sociedad) ha de estar protegido por igual. Entonces, quien apele, sin justificación, arbitraria y maliciosamente, a emparentar en exclusiva social con socio-comunismo, estará incurriendo, aparte de negar la Constitución (española en este caso), en una distorsión extrema de la correspondencia entre justicia y social. Estará, por supuesto, incidiendo en las creencias y opiniones básicas de los felices incapaces. También es muy notable el hecho de que una formación política endose a su principal adversario lo que un tercero, un regional del norte, haya decidido respecto a la composición de sus listas, pese a que en ellas figuren indeseables. Entrar a matar al «enemigo público» número uno por cuestión completamente ajena a él, aduciendo pactos anteriores de carácter social con el regional, es una villanía que resalta la herrumbre del acusador, y de su aliado «natural», en la contienda democrática, haciendo que esta desfallezca y resucite el fantasma de la autocracia. Las manipulaciones más groseras son los enemigos de las letras. Es decir, enemigos de los saberes elementales. Es decir, enemigos del Estado constitucional.
(En «Adversus mathematicos», VII, 111, Sexto Empírico traza un abismo entre lo Superior y lo Inferior: «Y nunca prevalecerá eso que del no ser sea, sino que aparta tú el pensamiento de ese camino de investigación, ni te fuerce por ese camino la costumbre de larga experiencia de dirigir unos ojos que no ven y un oído que retumba y la lengua, sino juzga con tu razón el argumento muy debatido que te he formulado»).
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