¿Sumemos? ¿Podemos sumar? ¿Sabemos? De parte de un «compa»

OPINIÓN

Ione Belarra y Alberto Garzón, líderes de Podemos e IU respectivamente.
Ione Belarra y Alberto Garzón, líderes de Podemos e IU respectivamente. Javier Lizón | EFE

09 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Una vez más asistimos a una poco edificante lucha de poder en el ámbito de la izquierda. Un problema menos frecuente en la derecha y casi siempre encubierto; tal vez por su férrea disciplina al servicio de intereses corporativos que recompensan su eficacia electoral de forma tangible, contable e inmediata. 

La política es una carrera en la que la ambición suele obtener recompensa. Y la ambición afecta al juicio moral, es decir, al orientado al bien común. Supongo que es una de las razones por las que no dejan de surgir contradicciones entre lo que los partidos dicen que pretenden y lo que realmente hacen; lo que lleva a la ciudadanía a generalizar a la clase política: «Todos son iguales».

Podemos no es una excepción. La pérdida de apoyo electoral desde Vistalegre 2 no se debe solo a la continua campaña de acoso mediático y gubernamental, sino a la forma en que afronta sus contradicciones. En mi opinión, el acoso, evidente, afecta principalmente al voto flotante (el que fluctúa entre varias opciones, incluida la abstención) y las contradicciones, al voto fiel, el que necesita más coherencia.

Disculpad la extensión y la posible ingenuidad, pero voy a compartir mi experiencia como parte de Podemos con la intención de aportar a una crítica constructiva. No voy a unirme a quienes quieren crucificar a Podemos, sino a quienes quieren una cooperación entre las fuerzas de izquierda o, al menos, una contienda honesta que no avergüence a su electorado hasta empujarlo a la abstención.

Podemos ha conseguido que mucha gente vuelva a creer en la democracia como una manera de formar parte de las decisiones que afectan a su vida, que no se limita a votar cada cuatro años. Y debe seguir haciéndolo en la medida que mucha gente tiene depositadas su confianza y su esperanza en que, a pesar de sus contradicciones, haga lo que dijo que venía a hacer.

No soy político ni politólogo, soy psicólogo y mi análisis parte de premisas diferentes: me interesan más las conductas que las tácticas, más las actitudes y las dinámicas grupales que las estrategias. Sirva mi relato para entender algunas de las razones que llevaron a desencuentros entre gente políticamente afín que trabajó codo con codo en la primera etapa de un proyecto político extraordinario. Un relato con dos perspectivas: desde arriba —la proximidad a la ejecutiva— y desde abajo —la militancia en un «círculo» de barrio—. 

Desde arriba

Formé parte del pequeño grupo que creó el Círculo de Podemos Valdés, en Asturias. Fuimos de oyentes a las primeras asambleas de Podemos Avilés para ver cómo se organizaban nuestras compas de la ciudad. Allí conocí a Tania González Peñas que, más tarde, pese a no postularse aceptó la petición de su círculo para que participase en las primarias a las elecciones al Parlamento Europeo: acabó siendo elegida y ocupó el número 6 de una candidatura que obtuvo unos impensables 5 escaños en la Eurocámara. Yo acompañé a Tania a Bruselas como Asistente Parlamentario cuando el exfiscal anticorrupción, Carlos Jiménez Villarejo, renunció a su escaño. 

Allí trabajé, además, con Pablo Iglesias, Teresa Rodríguez, Lola Sánchez Caldentey, Pablo Echenique, Miguel Urbán, Estefanía Torres y Xabier Benito. Y el resto de la Delegación de Podemos en el Parlamento Europeo; un equipo de personas muy comprometidas y competentes que hicieron de aquella exigente tarea una experiencia inolvidable. A todas ellas estoy muy agradecido porque, sobreentendida la mayor o menor afinidad personal o política, todas contribuyeron al objetivo común y se dejaron la piel para que la labor parlamentaria del primer equipo institucional de Podemos, escrutado por propios y extraños hasta el más mínimo detalle, fuera ejemplar. No puedo sentir más orgullo de haber sido parte de ese equipo. No pocas de aquellas compañeras y compañeros siguen en la actividad política como integrantes de gobiernos y/o parlamentos por diferentes partidos, o con importantes responsabilidades dentro de Podemos. Pero quiero señalar el hecho de otra parte significativa de dicho equipo ya no esté en política, pudiendo haber prorrogado su actividad, o ni siquiera forme parte del partido.

Transcurría la 8ª Legislatura del Parlamento Europeo (2014-2019) y el equipo se empleaba a fondo en aplicar al trabajo parlamentario la audacia que nos había llevado hasta allí para hacer ver a la ciudadanía que su voz podía llegar hasta una institución que se percibe como una burocracia muy distante. A la vez se iban percibiendo ciertos movimientos tectónicos entre dirigentes, cuadros y bases del partido que recordaban dinámicas orgánicas de otros tiempos y otras organizaciones ya en inercia obsolescente, para las que pensé que la «nueva política» estaba prevenida.

Pero no. No sé si por la supuesta batalla entre los diferentes planteamientos estratégicos de cara al asalto a los cielos, por la versión política del complejo de Edipo o porque la ley de la oligarquía de Michels se ceñía implacable condenando la horizontalidad y el liderazgo coral a seguir siendo una utopía, las corrientes ideológicas se iban haciendo más nítidas y susceptibles, lo que parecía obligar a posicionarse con papá o con mamá. Una inercia que fue deshilvanando esa ilusión transversal con la que se tejió el movimiento popular al que retaron desde el poder a presentarse a las elecciones. 

En una reunión plenaria de la Delegación en Bruselas, en 2016, dije, literalmente, que si habiendo superado aquel reto no éramos capaces de trascender las aspiraciones personales o de grupo para luchar por las de quienes confiaron en nosotros/as, mereceríamos fracasar. Hubo un aplauso generalizado, no tanto como gesto de contrición o reconocimiento como de cortesía porque, al fin y al cabo, yo era un técnico discreto, referencia para nadie en aquel entorno.

Entre Vistalegre 1 y 2 la inercia centrífuga de la lucha por las cuotas de poder se intensifica hasta culminar en la fractura y la redefinición de valores y prioridades. De alguna manera, como predijera Robert Michels un siglo atrás, cuando una organización política crece, se burocratiza y constituye una élite afín e incondicional al líder, sacrifica la democracia interna y la pluralidad en favor de la eficiencia, y favorece el culto a la personalidad para facilitar a las masas su identificación con un líder fuerte. Una contradicción lamentable, teniendo en cuenta los valores constituyentes de Podemos. 

Respecto a Iglesias, que es quien encarna las filias y fobias que suscita Podemos dado su (aún) destacado liderazgo, diré que es un político extraordinario. Pocos políticos, de con cuantos he trabajado, he visto con esa inteligencia, formación y capacidad de trabajo. Un líder fuerte y buen comunicador que decía desde el principio las cosas claras y se enfrentaba al poder oligárquico, y  a sus brazos político y mediático, sin complejos y con mucho fundamento. Y que, por un lado, se hizo, así, depositario de la esperanza de millones de personas que tenían en el bipartidismo una fuente de indefensión aprendida. Y blanco de una campaña de acoso e intimidación infame, por otro.

Pocas personas son capaces de asumir una carga como esa, con una sobredosis permanente de popularidad, sin perder pie en la realidad y levitar en una nube de mesianismo sobrevenido. Porque, además, ese tipo de liderazgo, con esa acumulación de capital de confianza, conlleva un grave peligro: la patrimonialización de la organización y el abuso de poder. Y, muy a nuestro pesar, sucedió. 

Digamos, como posible atenuante, que, en Vistalegre 2, Pablo Iglesias, asumiendo esa enorme responsabilidad y temiendo que las tesis rupturistas de Podemos frente al «Régimen del ’78» degeneraran en meras prácticas reformistas, decidió, utilizando ese capital de confianza cultivado por toda la organización y entregándolo a la misma en forma de rodillo, enrocarse en un partido más pequeño, más homogéneo y mejor controlado. Rodeándose de un equipo para el que parecía anteponer la lealtad incondicional a la capacidad de consenso y representación política, y deshaciéndose de mucha gente que, teniendo esa capacidad, no era incondicional ni acrítica. Ese fracaso colectivo tuvo un enorme coste interno en forma de ostracismo, exclusiones, abandonos y escisiones. Y externo en forma de pérdida de confianza de parte del electorado. Y lo seguimos pagando con recelos y rencores mutuos que nos debilitan, para regocijo del reaccionariado.

No puedo decir que las nuevas formaciones políticas surgidas en la margen izquierda del PSOE, como Más País o Sumar, lo hayan hecho mucho mejor: mantienen el discurso de la transversalidad del eje arriba-abajo para ensanchar su base electoral, pero con una participación ciudadana mucho menos ambiciosa que la de Podemos; ya no estamos tan cerca del 15-M. Diría que han empezado de una forma pragmática: mas cerca de la eficiencia que de la democracia interna para tener un mayor control sobre las decisiones estratégicas y reducir la conflictividad interna de unas, posibles, bases heterogéneas. Una especie de despotismo ilustrado para que la máquina  electoral no se les vaya de las manos. Es su decisión; ya veremos los resultados.

Esto explicaría la discusión por las primarias en la reclamada coalición entre Podemos, Sumar y otras organizaciones políticas de izquierda. Podemos hace, aparentemente, un buen movimiento al reclamar primarias, y las demás organizaciones no aciertan a explicar, sin parecer antidemocráticas, por qué una herramienta democrática básica puede acabar siendo una trampa. Resumiendo mucho: si un partido con una militancia grande se coaliga con partidos más pequeños y poca militancia, y se toman decisiones en base a consultas abiertas, unas primarias por ejemplo, sin potentes (y, posiblemente, conflictivos) mecanismos correctores, el grande podría imponer su criterio a los pequeños y fagocitarlos. Y eso es lo que Sumar y demás organizaciones quieren evitar: que Podemos tenga la capacidad de reproducir dentro de sus organizaciones las dinámicas que nos llevaron a esta situación de confrontación debilitante. Yo creo que están en su derecho de preservar su autonomía, incluso aunque sea para ejercitar su propio hiperliderazgo. Y creo que hay maneras de cooperar sin que unas organizaciones controlen a otras. 

Voy a poner un ejemplo muy significativo de la perversión en la que pueden incurrir las consultas abiertas.

Desde abajo

En otoño de 2016 volví a la ciudad desde la que emigré a Asturias hace quince años para seguir trabajando en el equipo de análisis e investigación en una de las oficinas europarlamentarias de Podemos en el Estado español. Y, como militante, empecé a participar en las reuniones semanales, sobre temas políticos de interés, en el local del Círculo. La asistencia rara superaba la decena de personas y la media de edad debía ser de más de 60 años. En las asambleas tal vez llegáramos a 30 personas.

Meses después de mi llegada, y después del acoso por parte de la dirección autonómica que hizo dimitir al Secretario General de la ciudad por su apoyo a la candidatura errejonista en las primarias autonómicas, el proceso de purga del errejonismo instaurado una vez superado el Rubicón de Vistalegre 2 facilitó que uno de nuestros concejales (en la oposición durante el mandato 2015-2019) consiguiera, con el beneplácito de la dirección autonómica, convocar una asamblea extraordinaria para descabezar al Círculo de la ciudad e imponer una nueva dirección controlada por él. La asamblea tuvo lugar en un local sindical ajeno a Podemos, tal vez para dar cabida al ejército de «nuevos militantes» con el que el concejal se presentó a la votación. Tuve que pedir la palabra porque no entendía que se abriera el acto con la votación sin mediar debate entre la escasa militancia que acudió. Se accedió a mi petición, pero no sirvió de nada. Otra contradicción resuelta en contra de los principios de la organización. Otra decepción.

La operación le debió reportar al concejal un buen impulso a su carrera, pues acabó en la órbita del reducido círculo de quienes conforman la dirección estatal. Después de las siguientes elecciones municipales entró en el gobierno municipal gracias a una coalición de gobierno con el PSOE. Y un año más tarde se hizo con la dirección autonómica del partido, a lo que sumó el cargo de diputado autonómico un año después. Y aun reconociendo su gran labor en la mejora de la ciudad como alto responsable municipal, no puedo evitar pensar en cómo ha gestionado su responsabilidad dentro del partido, excluyendo a una importante parte del mismo para satisfacer una ambición política que, según lo visto, no es poca.

El fin no justifica los medios. Son contradicciones como las de estos relatos desde arriba y desde abajo, incoherentes con los principios y valores con los que fundamos Podemos, los que van minando su credibilidad entre la militancia y el electorado, sin necesidad de cloacas que inventen nada. Muchos de quienes creyeron en Podemos han vivido situaciones similares. No hay más que ver cómo se ha intentado «corregir» desde arriba la lista elegida desde abajo por la militancia asturiana para el Principado.

Y no hay más que recordar la enorme lista de nombres de quienes trabajaron en la construcción de Podemos a todos los niveles y que acabaron, acabamos, abandonando por decepción. Es cierto que hay quien ha decidido intentarlo de nuevo en otras organizaciones políticas; eso no los convierte en traidores, como el fanatismo ciego los trata. Muchos/as, sin embargo, volvimos a nuestros quehaceres y creo que no pocos con el pesar de haber defraudado las expectativas de quienes se ilusionaron con la «nueva política». 

Como muestra del ingente talento político perdido por Podemos en estos años, quiero recordar a dos de mis compañeros en el Parlamento Europeo, con quienes tuve una convivencia más estrecha: Pablo Bustinduy y Miguel Urbán. Políticos de referencia y, para mí, ejemplos de profesionalidad y coherencia.

De cara a las elecciones de este año, permanezco en un limbo a la espera de ver quién tiene la dignidad y el nivel de desarrollo moral para trascender sus aspiraciones personales, grupales o de partido para contribuir realmente a la construcción de una sociedad justa en la que las generaciones venideras tengan una vida mejor, no peor.

Pero, claro, para estar a pie de calle e ir de la mano de quienes se dejan las suelas para subsistir va a haber muchos burros de los que bajarse. Burros de todos los colores; morados, verdes, fucsia. Y, como hemos visto, hay gente que cuando se acostumbra a estar sobre el burro le cuesta volver a caminar a ras de suelo. Y cuando el burro se hace grande, más se aferran a él, ande o no ande.

En la antigua Casa del Pueblo de mi ciudad actual había un retrato de Pablo Iglesias. El otro: Posse, no Turrión. Y tenía una cita: «El proyecto es muy grande, el representante muy pequeño». Parece que no quieren entenderlo.