Suicidio de adolescentes

OPINIÓN

En el 2021 hubo 4.003 muertes por suicidio en España, un 1,6 % más que en el 2020.
En el 2021 hubo 4.003 muertes por suicidio en España, un 1,6 % más que en el 2020. La Voz de la Salud | iStock

05 may 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace dos semanas, el 16 de abril, escribí que el cuerpo es nuestra fachada aparatosa y aparente, susceptible de modas y de negocios, que unas veces, las menos, lo quieren gordo, y que otras, las más, lo quieren flaco, como un tieso palo. Hace una semana, el 27 de abril, escribí que el cuerpo humano es susceptible de manipulaciones y que preocupa su fragilidad, siendo la clave de importantes debates sobre la salud mental de la ciudadanía. La fragilidad fue denunciada desde el Arte (el escultor Leiro) o desde el Psicoanálisis (Lola López-Mondéjar).

Hoy, horas después del hecho de que una gijonesa, joven de 21 años, por sufrir insoportablemente se auto/aniquilase, lanzándose por un cerro al mar y protestando de los acosadores, aún sigo con el impacto por un hecho apocalíptico, revelador de una perversidad del tiempo presente entre adolescentes, prefiriendo algunas víctimas adelantar el momento de morir contra natura. Un suicidio siempre plantea muchas cuestiones a los familiares de la persona fallecida, a los acosadores y a sus progenitores, y también al resto de la sociedad.

Nada me apetece hoy escribir sobre lo que prometí, que es sobre el capítulo IV del libro (2022) Invulnerables e invertebrados de Lola López Mondéjar, que lleva por título Soy gorda, ¿y qué?, lo cual pudiera parecer un típico alegato contra las mujeres, lo cual no es así, pues la gordura también es moda o morbidez masculinas, tan visibles a simple vista.

Y no voy al capítulo cuarto, prefiriendo hoy el capítulo primero, titulado La fantasía de la invulnerabilidad, yendo a la página 68 sobre el suicidio juvenil. Dice la autora: «El suicidio se puede producir a cualquier edad y en el 2015 fue la segunda causa principal de defunción en el grupo etario de 15 a 29 años en todo el mundo. El suicidio es la principal causa de muerte entre los adolescentes europeos, según otro informe de la O.M.S. (Infocop. Nº 78, julio-septiembre de 2017)».

Y la autora continúa: «Cifras que nos hablan de una vulnerabilidad más que evidente, también negada por el pensamiento hegemónico, que apenas hace noticia ni tema de debate de ello. El suicidio es el síntoma de una sociedad donde vivir se ha hecho demasiado difícil para determinadas personas».

Comienza Lola López-Mondéjar estableciendo que la vulnerabilidad, la precariedad de los humanos, está en su base, y que no es desacertado lo propuesto por José María Asensio de que al Homo sapiens se le llame Homo fragilis, siendo la «fantasía de la invulnerabilidad» una mera fantasía y/o necios los sentimientos de omnipotencia, que esconden la impotencia y una felicidad simplemente imaginada.

En esta situación, sociedad actual de individuos «invertebrados», sin columnas que les vertebren y dispuestos a todo, por ser psicópatas, narcisos envidiosos y con ausencia de sentimientos de culpa, quedan o se dejan a otros muchos seres humanos en total desamparo. Es, según López-Mondéjar, la sociedad actual potencialmente traumática para amplios grupos de población. Y si las patologías de siglos anteriores fueron unas, así la histeria y la neurosis obsesiva, las del siglo XXI pueden ser otras, como la depresión, el trastorno bipolar (maníaco-depresivo), la ansiedad, la crisis de pánico o el consumo de psicofármacos, etc. pues «cada época produce un malestar que la caracteriza» (López-Mondéjar). No es casualidad en los tiempos presentes, según Zygmunt Bauman, que todo sea precario y nada cierto, abolidas las certezas.

Siempre me llamó la atención cómo lo que tanto nos cuestiona e interpela, lo que es fuente de tantos conflictos intersubjetivos, o sea, los otros, los demás, la llamada «sociedad» o lo social, sea al mismo tiempo una necesidad vital para el desarrollo individual, completo y satisfactorio, en particular, para las facultades intelectuales. Es ya indudable que el hombre en soledad y dentro de una burbuja se atrofia y auto/anula, por eso los griegos llamaron idiota. La relación social, el razonar juntos, hace vivir y revivir, aunque esa misma relación social puede ser causa de desazones, llegando incluso a ser muy dañina para la persona, llegando a matar directamente o induciendo y cooperando al suicidio. En suma, que dependemos de los demás, lo que aumenta nuestra fragilidad.

En la página 25 de su libro Lola López-Mondéjar lo dice de manera rotunda: «Dependemos de los otros para ser humanos» y líneas después lo reitera: «Nuestra necesidad de los demás es extrema». Y un filósofo italiano tan peculiar como Giorgio Agamben parece compartir aquello, pues en su libro Desnudez (2011), en la página 63, escribe: «El deseo de ser reconocido por los otros es inseparable del ser humano», y añade: «Es sólo a través del reconocimiento de los otros que el hombre puede constituirse como persona». Me llama la atención que tanto el libro de la psicoanalista como el del filósofo italiano formen parte o sean de la misma y prestigiosa Editorial (Anagrama), fundada por Jordi Herralde, lo cual, lo dicho en los libros, sean como argumentos de autoridad. 

No hay duda que las personas acaban siendo tal y cómo los demás las ven o juzgan -no como ellas creen que son-, resultando y resaltándose la importancia de los otros, en la visión del propio cuerpo y en lo reputacional, que, por eso mismo y desde fuera, tienen, los otros, un inmenso poder. El peligro es máximo en sociedades enfermas, de narcisos envidiosos, cobardes e invertebrados, de locos obsesivos lanzando todo tipo de bulos contra personas «superiores» con el único afán de desacreditarlas, humillarlas y menospreciarlas. ¿Cómo puede ser y estar uno bien si los demás, por envidia o por lo que sea, lo juzgan mal, queriendo destruirlas? Agamben recuerda que en el proceso romano la calumnia representaba una amenaza tan grave para la administración de justicia, que se castigaba al falso acusador marcándole sobre la frente la letra K, inicial de Kalumniator. Ahora estamos rodeados también de falsos acusadores.      

Marie France Hirigoyen en Los narcisos han tomado el poder (Paidos 2020), escribió que «en la infancia se construye un depósito de autoestima, y luego las experiencias de la vida pueden hacer que aumente o disminuya». Si en todas las edades de la vida, es trascendente para uno mismo lo que «llega» de los demás, más es, si cabe, en las fases primeras, infantiles y juveniles, formándose eso tal esencial y fuente de padecimientos y de errores que es la identidad.  Ahora exclamo: ¡Cómo no van a ser cruciales los tiempos de la infancia y de la adolescencia cuando la autoestima está formándose o formateándose!

Y los acosadores, también los adolescentes, suelen ser muy cobardes, pues su labor destructiva, además de emplear la premeditación y el secreto, la hacen, asquerosamente, en grupo, en manada, en cuadrilla. Para «entender» la llamada «ferocidad de los jóvenes acosadores», que hasta pueden negar la condición humana a sus víctimas al nombrarlas, habrá que tener en cuenta que estos acosadores no están aún equipados con los frenos educacionales ?«no están culturizados», careciendo en gran parte de la consciencia acerca de los daños que causan (en ciertas patologías de la Tercera Edad también se pierde la consciencia del daño ante agresiones verbales y violencias físicas a cargo de ancianos).

E inevitablemente, en la pandemia del bullying, con tantos episodios dramáticos, habrá que pensar y preguntar en qué valores se están educando a esos acosadores en los centros escolares, no pareciendo ser los mismos, los valores, de los que hacen tanta gala en la publicidad, dando igual, sean religiosos o laicos. E interesante por sus repercusiones es el caso de colegios o centros escolares que en tiempos pasados fueron de élites, las viejas élites, y que ahora algunos, también padres, quieren que sigan siendo de élite porque allí están sus hijos. Y también habrá que pensar en el posible narcisismo de algunos padres, que seguramente acomplejados, educan a su descendencia en falsas invulnerabilidades, para machacar más que cooperar.

Y acertada estuvo la madre de la víctima al decir: «A Claudia cortaron las alas, para anular su autoestima y autoconfianza». Eso hicieron los que quisieron acabar con ella, encerrándola en una depresión que, poco a poco, destruyó hasta el mal elemental instinto, el llamado instinto de conservación, muy poderoso en quien está empezando a vivir, adolescentes, y que poco a poco va desapareciendo, como avergonzado, ante la dificultad del vivir mismo. Para eso, la depresión, como la polilla, precisa de tiempo, pues avanza poco a poco, hasta la destrucción total.