Primero de mayo. Entre el Día del Libro y el Día del Trabajo

OPINIÓN

Trabajador de Urbaser
Trabajador de Urbaser JOSE PARDO

29 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La escena fue confusa, como todas las que se ven de pasada o a distancia. Un tipo joven, descuidado, con algo de barriga, blanco y de aquí, se dirigía a otros dos, de piel tostada y que no eran de aquí, que llevaban un carro de dos ruedas lleno de trastos de chamarilería. No es que el joven de aquí pareciera crispado, pero el gesto severo de los de piel tostada sugería que el diálogo no era amable. Según me voy acercando voy oyendo retazos de la cháchara. El chico de aquí decía, como quien quiere ser razonable y educado, que entiende que lo del carro es su vida, pero que no le puede molestar el paso por la acera, que sí, que el carro es su rollo y que lo respeta, pero que la acera es de todos. Yo pasaba a su altura por esa acera sin mayor problema. Parecía una de esas escenas de película americana en la que los matones locales acosan al forastero con chulería y aparente urbanidad, reprochándole que no los haya saludado, que es maleducado eso de no saludar. Sin duda el mozo de aquí se sentía fuerte por eso, porque era de aquí, por el acento y por la piel. No hay debilidad ni fortaleza mayor que la que viene del acento, la piel y de ser o no ser de aquí. A medida que me alejo voy perdiendo la onda, pero ralenticé el paso hasta detenerme porque no estaba del todo seguro de qué escena estaba viendo ni cómo evolucionaría. No oía lo que decían, pero sí el soniquete de extranjero de uno de los dos del carro y el bisbiseo de gente razonable del de aquí reiterando que no es educado molestarle el paso en la acera. El que no hablaba cogió de entre los trastos una varilla de metal sin decir nada y sin hacer nada especial con ella. Los ademanes se mantuvieron unos minutos y se disolvieron pacíficamente.

No estoy seguro de qué valores había en juego en el asunto de la varilla de metal y reconozco que mi brújula moral giraba sin control. Lo último que quería ver es a alguien pegar con una varilla a alguien y ni siquiera levantarla como amenaza. Ninguna de las dos cosas ocurrió. Sé que hubiera sentido un disgusto sordo si los de piel tostada hubieran agachado la cabeza y solo hubieran esquivado al bravucón como el forastero de las películas que no quiere líos. No sé si el valor que estaba en juego en esa varilla era el de la violencia o el de la firmeza. No sé si tuvo algo de consolador que los dos extranjeros mantuvieran la mirada del justiciero de las aceras con severidad. Hace unos días, en el programa de Évole y refiriéndose a su homosexualidad, Rodrigo Cuevas sintetizó en una frase cuál es esa libertad que habían perdido Miguel Bosé, Mario Vaquerizo y otros pensadores: les jode que de repente haya gente que haya dicho «hasta aquí, ya no te vas a reír más de mí». Firmeza. En la naturaleza abunda más la intimidación que el combate. De eso va el 1 de mayo.

Como todas las fechas conmemorativas, el 1 de mayo es un chasquido de dedos delante de los ojos, una reafirmación en algo de lo que debes ser. En 1886 era normal que los trabajadores tuvieran jornadas de 16 o 18 horas y que toda la productividad que traían las máquinas fueran beneficios para la empresa y no tiempo para el trabajador. Con la jornada de 8 horas que pretendían los trabajadores de Chicago pasaba lo mismo que ahora con la subida del salario mínimo o los impuestos a los ricos: que no era eficiente, que destruía riqueza, que arruinaba la economía. La represión sanguinaria contra aquella movilización que trajo las 8 horas para todo el mundo es lo que se conmemora internacionalmente cada 1 de mayo. Firmeza. El 1 de mayo es un chasquido de dedos para recordar que, cuando la patronal de la hostelería dice que no son viables jornadas de 8 horas o cuando Juan Roig insiste en que hay que trabajar más horas por menos salario, eso ya estaba dicho a sangre y fuego en el siglo XIX. Se reitera la cita de que la historia no se repite, pero rima. Pero viendo lo que estamos viendo, parece que la historia hace algo más que rimar. Remedando aquel verso de Ángel González, parece que la historia a veces quiere asemejarse a la morcilla, que está hecha de sangre y sí que se repite. Ahora vuelven salarios de hambre por eficiencia económica y se habla de cuántos empleos se perderán con la inteligencia artificial, en vez de cuánto menos debería trabajar todo el mundo. El 1 de mayo es un chasquido de dedos para recordar que la lucha de clases no es una propuesta ideológica, sino un hecho.

Las clases sociales ahora no son tan visibles como en 1886. Todavía un siglo después, en los 80, cada uno se veía entrar en la fábrica o la mina con muchos otros con el mismo mono y en situación similar. Ahora los procesos productivos son más dispersos y cada vez hay más casos como Uber, donde los trabajadores y trabajadoras nunca se ven y se las ven de uno en uno con una empresa sin rostro a la que en formalmente ni siquiera pertenecen. La propaganda y las magias simbólicas fueron haciendo desaparecer la idea de trabajador de la autoimagen de todo el mundo (como el personaje aquel de Mendoza que pedía limosna con un cartel que decía «Agente Mendicante»). ¿Dónde están los pobres de Madrid, que no los veo?, decía el consejero Ossorio encantado de sí mismo y para regocijo de Ayuso. Cierto, ahora parece que buscar por ahí obreros es como coger calderos de agua de mar buscando en alguno de ellos el color azul. No se encuentran obreros ni porciones de agua de mar azul. Pero por mucha morralla simbólica que nos metan, el 1 de mayo debe ser un chasquido de dedos con el que veamos lo que está delante: las clases existen, la lucha de clases es un hecho y el mar es azul. Aunque haya que alejarse un poco para verlo.

La mejor forma de no verlo es ese ensimismamiento en la nación, la raza, la religión, el sexo o el acento que está entrando en las derechas europeas como un veneno que quieren inocular en la población. Se utiliza la frustración de la población para regar miedo, desconfianza y odio grupal, para que se demande fuerza y decisión y para que se sienta a la vez amenazado y fuerte el grupo racial, nacional o religioso propio. Para que, por su piel o nacionalidad, un bobo crea que está liberando Granada de los moros acosando a dos chamarileros de piel tostada. En esos frentes de grupos iracundos con amenazas imaginarias quieren ver los ricos a los humildes, y no en la lucha de clases. Nunca se persiguió a minorías más que para controlar a las mayorías. Meloni es una célula durmiente esperando a Francia y EEUU. El PP empieza a desautorizar a la UE, Europa ya no es una obligación.

El veneno ultra no se extiende porque seamos bobos. Somos avaros cognitivos. La avaricia cognitiva consiste en no emplear los conocimientos en la conducta, decisiones y asimilación de mensajes. Igual que un avaro parece pobre porque no usa su dinero, un avaro cognitivo parece tonto porque no usa su razonamiento y su conocimiento. Así somos, pero nos quieren más avaros, quieren que ahorremos más raciocinio, que actuemos como tontos irrecuperables. ¿De verdad la izquierda quiere extender la droga y dar alas al narcotráfico para destruir al estado? ¿De verdad se ganan así las elecciones en Madrid? La avaricia cognitiva se estimula con un odio ruidoso que solo deje espacio a discursos de 280 caracteres, a concatenaciones de insultos y a una falsedad profunda, la que consiste en que no importe la verdad sino lo que confirme prejuicios, odio o indignación. Todas las recetas contra eso pasan por lo que se celebró justo una semana antes del 1 de mayo, el libro. El libro es muchas cosas, pero sobre todo lentitud, lo contrario del zasca rápido que chisporrotea en el ruido burdo de la red social. Con la lectura entra algo en nosotros lentamente y por esa morosidad lo que entra es muy reactivo, agita y renueva conocimientos, sensaciones, memorias, penas y contentos. Nos hace generosos cognitivos para reaccionar con la santísima trinidad de la conducta humana (racionalidad, emoción y moralidad) y para no ver un choque de civilizaciones en un carro de dos ruedas con chatarra. Y para que un chasquido de dedos el 1 de mayo nos recuerde que las clases sociales existen, que la lucha de clases es un hecho. Tan claro como que el mar es azul.