Fernández Mallo se pregunta qué significa exactamente que un trozo de papel valga 20 euros. En otros tiempos eso significaba que había oro almacenado en alguna parte y que una autoridad te garantizaba que por ese trozo de papel podías conseguir una cantidad estipulada de ese oro. Hace tiempo que desapareció ese patrón. Ahora mismo la autoridad te pide que tengas fe en que ese trozo de papel se puede cambiar por cosas. Y tu fe se confirma cada vez que en una tienda otro creyente te da cosas por ese trozo de papel. Según Mallo esa fe no se sustenta en nada, porque la moneda no sustituye a nada material. Tiene razón solo en parte. En realidad, la autoridad emisora te pide que confíes en que todos los demás confían en que ese trozo de papel vale por cosas y que esa autoridad tiene poder para coaccionar a los infieles que se nieguen a darte cosas por ese trozo de papel. A ver quién me niega unas gominolas si mi billete de 20 euros es de curso legal.
Esto se llama sistema fiduciario. La moneda no es un vale que tenga detrás alguna riqueza real. Las religiones hablan de fe, pero los mercados prefieren hablar de confianza. Confiar es lo opuesto a desafiar y las dos palabras comparten la misma raíz. Confío cuando comparto la fe y desafío cuando me enfrento a ella. Los mercados conjugan con mucha agilidad los dos verbos. Ahí tenemos a Ferrovial, que desafía a España para generar confianza en los inversores. Así que nuestra moneda es fiduciaria porque se basa en una confianza compartida y vale tanto como la confianza que se comparta, por eso cambia de valor. Ayer fue 14 de abril, un buen día para recordar que no somos una república, sino una monarquía fiduciaria. En una monarquía el Jefe del Estado no es elegido. Para que eso sea una democracia tiene que ser un Jefe de Estado simbólico, es decir, de mentira. Y aun así depende críticamente de la aprobación de la población. Macron tiene derecho a seguir en su puesto aunque la población ande de uñas con él, porque fue votado y tiene un mandato. Si la gente se enfurruñara así con Felipe VI, la inestabilidad sería mayor porque caería como gota malaya el hecho de que nadie lo eligió. Así que un Jefe de Estado de mentira necesita críticamente no tener a la población de uñas contra él. Se necesita que la gente confíe en la monarquía. Durante un tiempo se hizo como que el valor de nuestra monarquía, como el de la moneda, se sustentaba en algo real, que era la figura, temple y rectitud del Rey.
Hasta que se le rompió la cadera en Botsuana y, mientras se caía de culo, a la población se le vinieron al ánimo trozos dispersos de incidentes, chismes y murmullos que fueron completando la figura de un golfo. Tras la caída de culo, arreciaron más datos que incapacitaron al Rey como valor de la monarquía. Ya no podíamos ser monárquicos por ser juancarlistas. Nadie cree cabalmente que Juan Carlos I no sea un ladrón, ni siquiera Nadal. Lo que creen muchos es que en su caso no importa. Pero la ley del embudo es un sustento muy débil para que el Rey sea el valor de la monarquía. Así arreció el otro hilo cultivado en la transición. El valor de la monarquía no es el Rey, sino la democracia. Cómo puede ser eso de que no elegir al Jefe de Estado sea lo que garantice que podamos elegir a nuestros representantes no es algo que se pueda entender con la razón. Es cosa de fe. Cada uno debe confiar en que todos los demás confían en que mientras haya Rey hay democracia. De manera fiduciaria, la monarquía vale por una democracia. Y lo mejor es que con este sistema fiduciario no importa la calidad moral del Rey, ni si la gente lo quiere o lo desprecia.
Lo malo de este sistema no solo es la fealdad de que la jefatura del estado pueda ser nido de golferías y delitos. Es que la monarquía no puede tener el valor de la democracia y la modernidad más que aceptando que el opuesto, la república, es la guerra y el pasado. Es decir, mintiendo con desvergüenza. Lo malo es cómo se está llenando el discurso público de mentiras históricas desvergonzadas. Es lo que pasa cuando se aceptan en la transición ciertos discursos, porque era la transición, y luego resulta que no eran transitorios. Encajar los hechos reales con los apaños que hubo que hacer para salir de la dictadura simplemente es imposible, y si se quiere que la transición sea estable, cosa imposible por definición, hay que reventar los hechos. Y así se cogen malas costumbres.
A medida que se actúa por fe, el razonamiento va pareciendo un entrometido. A medida que el pasado se confía a la fe, desaparece la historia y sus enseñanzas. A medida que nos acostumbramos a mirar para adelante, porque el pasado son viejas heridas, nos acostumbramos a la impunidad y a la porquería debajo de la alfombra. En estos tiempos conviene tener la cabeza despejada y con los engranajes bien lubricados. En EEUU la ultraderecha se lanza contra la democracia puñal en mano y a cara descubierta. En Europa habrá más ultraderecha en el próximo parlamento. Orbán y Duda disfrutan de sus dictaduras porque el enredo geopolítico los hace impunes. Meloni no se moderó. Es una célula durmiente en el corazón de la UE a la espera de vientos republicanos americanos favorables y tiempos políticos más amables para las autocracias en la propia UE. No solo acecha la ultraderecha. La ultraderecha es el medio, no el fin. El fin es el capitalismo sin límites ni intervención. Sí, en el capitalismo se dieron los sistemas más democráticos. Pero el capitalismo sin estado, sin intervención pública, es la jungla, la injusticia y la inseguridad.
Necesitamos menos morralla de esa fe a la que nos acostumbra el cotarro monárquico y más claridad de principios en tiempos en que es la democracia lo que está siendo atacado. Veamos un par de incidentes recientes. En la vida pública, sentir como ética una cuestión es devaluarla o dejarla por imposible. Se está insistiendo en la maldad de Rafael del Pino por la deslocalización de Ferrovial. La maniobra es despreciable. Pero el juicio ético distrae. Esto no ocurre porque el Gobierno hable mal de los empresarios, como algunos bobos propalan, como si estos ricachones fueran a poner pucheros e ir donde les den mimos. Esto ocurre porque la UE es férrea con los deberes de deuda del sur y tolera las golferías fiscales de tres países del norte; y porque el capitalismo sin intervención es como una plaga de langosta. Quedarse en que del Pino es gentuza es dejar por imposible lo importante. Otro incidente. Se habla mucho sobre la libertad de expresión, por el rugido carrasposo mañanero de Ana Rosa o por la parodia de la Virgen del Rocío cachonda y reprimida de TV3. Por supuesto que Ana Rosa es despreciable, no por conservadora, sino por sus falsedades, su mezquindad y su zafiedad. Lo de la Virgen se sintió como insulto o como mal gusto en sensibilidades muy dispersas. No se puede recortar la libertad de expresión para bloquear que una falsa periodista campe todas las mañanas escupiendo inmundicias o para garantizar lo que algunos o muchos consideran buen gusto. La cuestión de principio es que no se puede consentir tanta concentración de medios de comunicación en tan pocas manos, porque es una distorsión objetiva de la vida pública. Una vez más, el capitalismo sin intervención es la negación de la convivencia. Y la cuestión de principio es que libertad no es gratis. Se paga con inseguridad y con mal gusto (y conste que no me divirtió el corto de la Virgen, pero tampoco fue para tanto; no andamos cortos de humoradas sin gracia).
La democracia es atacada y veremos mermadas nuestras libertades los próximos años. Veremos debilitada la UE por nacionalismos simbólicos (no olviden que el patriotismo de la extrema derecha es como la españolidad que reclama Rafael del Pino con golpes en el pecho: simbólica, de mentira). El vendaval violento y fascista que se está levantando en EEUU nos afectará enseguida. El 14 de abril me recuerda que se protege mejor la democracia en el marco racional de la república que en el marco fiduciario de la monarquía. Se cogen mejores costumbres en el marco republicano.
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