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La digitalización es una tecnología computarizada y disruptiva situada en los albores de un mundo nuevo. Manejados sus hilos por expertas mentes analógicas, con frecuencia se dejan ver en sus costuras unos bits todopoderosos cargados de niveles de gris y, asomando en las pantallas, unos mensajes que se asimilan unas veces con facilidad y otras con gran dificultad por nuestros cerebros. En los últimos años del siglo XX y en los comienzos de este siglo, mientras todavía el mundo analógico campaba a sus anchas, la digitalización se abría paso y su tecnología más avanzada, la inteligencia artificial, era un campo de juegos para los investigadores científicos, que no tenían todavía los semiconductores adecuados para dar la potencia necesaria a sus aplicaciones informáticas: durante un tiempo jugaron a los marcianitos, investigaron en algoritmos de segmentación, detección automática y reconocimiento de formas, y llenaron los foros de la ciencia de artículos y noticias del gran avance que supondría hacer un diagnóstico computarizado. Hoy, en 2023, el tiempo computacional ya no suele ser de horas y horas, las revistas cobran 2500 euros a los investigadores por publicar sus artículos científicos y la irrupción del machine y el deep learning ha permitido a la dictadura China perfeccionar el reconocimiento facial para vigilar a la población y ha cambiado los paradigmas de esta parte de la ciencia. Pero a pesar de esa mejora en su aspecto, muchos de los algoritmos siguen siendo de fabricación casera y su funcionamiento es lento y fallón; de hecho, funcionan con poca eficacia: la inteligencia artificial es una tecnología que, en muchos aspectos, sigue estando en la infancia, que no resuelve los problemas como un todo y que solo se atreve con las partes.
Sin embargo, debemos admitir que las cosas han cambiado mucho. Además, ha venido la pandemia y la digitalización se ha acelerado de tal manera que ha puesto conceptos como el teletrabajo encima de la mesa. Sufriendo ese gran despliegue digital, cualquiera diría que en nuestro país vivimos en la vanguardia de la tecnología y, sin embargo, ni España, ni siquiera la Unión Europea, están a la cabeza del desarrollo tecnológico. Y esto, a pesar de que la digitalización y la robotización están ya en el meollo de casi todos los procesos de producción: una gran cantidad de los empleos actuales (y no solo los menos creativos) son susceptibles de ser automatizados. Esto supone una amenaza para los derechos de los trabajadores. Las centrales sindicales, que tienen que situarse en el corazón de la defensa de las relaciones laborales y la mediación social, como un baluarte contra las desigualdades, deberán influir para que los cambios en la legislación no favorezcan los abusos ni perjudiquen a los afectados. También los partidos de izquierdas tendrán trabajo, si quieren evitar que la digitalización sin control se lleve por delante los derechos de las personas, que se empiezan a sentir en una situación de desamparo. En artículos anteriores nos posicionamos en este debate y recordábamos que hoy ya se habla de una Administración hostil y se empieza a construir toda una picaresca alrededor de los sistemas de citas.
Pero, como decíamos, ni España, ni la UE, están en la vanguardia tecnológica. A la cabeza están los Estados Unidos, que han liderado la batalla mundial de la tecnología, tanto el siglo pasado como el actual. Esto ha tenido varios motivos, entre otros que las universidades americanas han recibido con los brazos abiertos a los mejores alumnos de los cinco continentes y han financiado generosamente sus trabajos de posgrado. Y ello sin importarles que aquellos jóvenes fuesen de la India, de Colombia o de China, lo que le valió al país para ser pionero en la Revolución digital. De hecho, hoy China, que es la gran competidora desde el segundo puesto, y está en un fortísimo auge, podría beneficiarse de las restricciones de inmigración impuestas por el gobierno norteamericano en la actualidad, lo que acentuará la competencia estratégica entre las dos superpotencias. En este sentido, un hipotético regreso de Trump al centro del escenario internacional, podría resultar beneficioso para los intereses chinos.
Hoy la batalla de la tecnología y del desacoplamiento tecnológico es uno de los territorios más importante de la competición geoestratégica y se produce, en gran medida, en el terreno de la inteligencia artificial. Mientras el mundo se encamina a una nueva guerra fría y se recrudece la guerra en Europa, la globalización también cambia para que cada bloque reorganice sus cadenas de suministros. Las relaciones económicas entre la semiglobalización de USA y su contraparte de China serán cada vez más complicadas. La UE, que se está quedando rezagada, necesita pisar el acelerador en este terreno y colocarse en ese mundo viejo que se acaba, para ser algo más que una espectadora del nuevo que está llegando. Habría muchas propuestas que podríamos hacer, pero creemos que se podrían destacar dos de las que parecen esenciales, de modo que vayamos sobre seguro: la fabricación de microchips semiconductores (Europa está bien situada en la producción de maquinas para diseñar semiconductores) y la creación de programas para la atracción de talento científico. El gobierno de coalición en España debería aprovechar sus éxitos económicos para generar planes que vayan en esa dirección.
Por último, no debemos olvidar que en el fondo de la digitalización sin control también late una propuesta contra la democracia, que nos lleva hacia un nuevo modelo de neoliberalismo financiero, en el que las derechas más autoritarias y el populismo ultra defienden un ideario incompatible con nuestros derechos y libertades. Con una socialdemocracia en crisis, es hora de que las izquierdas aparquen sus diferencias para dar la batalla al autoritarismo patriótico, representado en España por el ticket Abascal-Feijoo.
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