La simbología

OPINIÓN

Incendio en el monte Naranco de Oviedo
Incendio en el monte Naranco de Oviedo J.L.Cereijido | EFE

07 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

No hemos pasado nuestros mejores momentos en los últimos días. El terrorismo ambiental ha vuelto a convertir en ceniza miles de hectáreas (el concejo más afectado ha sido Valdés). Aunque sea muy difícil dar con los culpables, no se debe desistir en localizarlos para que sus actos no pueden quedar impunes. La verdad es que desconozco qué ha sucedido con las investigaciones de casos anteriores (no tengo constancia de que nadie haya sido condenado en España por provocar un incendio). En mis últimas vacaciones hice el Camino de Santiago (el de la Costa), y al llegar a la capital de El Franco (La Caridad/A Caridá) vi el «contenedor de la memoria», que es la manera que eligieron allí para no olvidar las consecuencias que les produjo el fuego que arrasó el concejo el 19 de diciembre de 2015. Todos los lugares de Asturias/Asturies que se vieron afectadas la semana pasada son igual de importantes, pero reconozco como ovetense que la simbología que tiene el Naranco ha podido suponer mi mayor indignación y rabia por lo sucedido. Siempre que tengo tiempo subo hasta el Picu Paisanu por un camino por el que Carlos Fernández Llaneza nos guiaba a los asistentes a las jiras que organizaba con llegada a la cima del monte. Me disgustó el pasado domingo (una vez que ya no había peligro y se había dado por confirmada la imposibilidad de que hubiera reavivaran las llamas) ver gran parte del recorrido negro y con el olor a quemado. Nunca se podrá dar respuesta a una pregunta que carece de sentido alguno: ¿Por qué? ¿Qué razones hay para hacer eso? ¿Qué consiguieron sus autores? Volvemos en estos momentos a tener unos días de buen tiempo y con viento que podrían revivir la angustia, el horror, el miedo, el cansancio, el hartazgo y la rabia de muchas personas si se reproducen estos incidentes. Ojalá no brote ningún foco más y que estos días de descanso y de llegada de turistas a nuestra tierra se desarrolle con total normalidad.

En la política, como en la vida, las apariencias también son elocuentes. Hay imágenes que se buscan protagonizar para clarificar un escenario de tensión y desacuerdo, como ha ocurrido con la ausencia de dirigentes de Podemos en el acto de Sumar (donde Yolanda Díaz anunció su intención de presentarse a las elecciones generales). Hay otras instantáneas que en principio deberían ser muy incómodas, como la de Donald Trump entrando en un juzgado de Nueva York y sentado en el banquillo de los acusados por más de treinta delitos (seguramente, conociendo que en Estados Unidos, como buen país capitalista, quien tiene dinero todo lo arregla, así que estará defendido por los mejores abogados posibles). Cabe ver próximamente si hacerse la víctima y decir que le persigue un juez le beneficia de cara a su electorado o si podría abrir una espita en el Partido Republicano de cara a elegir a otra persona a las presidenciales de 2024. Lo que me ha dado mucha pena es que dos grandes mujeres, cuya simbología prometía una regeneración y revolución mundial con vistas a un futuro prometedor, ya no continuarán como primeras ministras en sus respectivos países por razones exógenas a ellas y por influencias de quienes solo se dedican a poner zancadillas a las buenas personas. Hablo de la finlandesa Sanna Marin, que ha perdido las elecciones (le superó incluso la ultraderecha) y de la neozelandesa Jacinda Ardern, a las que me gustaría que no se las diera por jubiladas y amortizadas, porque todavía les queda mucho por vivir y aportar por un mundo mejor.