En Dakota del Norte se aprobaron el pasado mes de febrero sendos proyectos de ley que pretenden prohibir que las bibliotecas públicas muestren «material sexualmente explícito». Esta prohibición afectaría también a los libros para adultos. Esto no solo es terrorífico por la censura de libros más o menos guarretes, sino que además lo sexualmente explícito puede ser cualquier cosa que se le antoje a los ayatolás del Partido Republicano. Algunos opositores a estos proyectos señalan, correctamente, que con la excusa de evitar que los niños tengan acceso a la pornografía, se va a evitar también el acceso a contenido educativo sobre el cuerpo humano. En Florida, el fanático fundamentalista Ron DeSantis, aleluyo gobernador del estado, ha aprobado leyes para limitar el acceso de los chavales a libros que traten la orientación sexual o teorías críticas de la raza y para que no se hable de que existen otras orientaciones sexuales en las escuelas. Existe en varios estados de Estados Unidos una persecución activa de libros que se consideran dañinos para los chavales, amparándose en el derecho de los padres (los menos indicados para decidir esto, y de esta piedra no me pienso mover) a controlar el acceso de sus hijos a estas cosas terribles como la existencia de la homosexualidad o la Teoría de la Evolución. Todos hemos visto las estanterías en bibliotecas de Florida debidamente cercadas con cinta y con los libros colocados con los lomos hacia dentro, pues todo el mundo sabe que la mera visión del título de alguno de estos libros puede convertirte en homosexual. En Kansas o Arizona, los profesores pueden ser denunciados si tienen la ocurrencia de hablar en clase de la existencia de personas no heterosexuales. Hay una persecución hacia personas LGTBI y otras minorías y se fomenta la delación y el señalamiento a profesores que osen poner sobre la mesa que quizá no es todo como dicen que es los aleluyos de turno.
Una profesora de Florida tuvo que dimitir recientemente por haber osado mostrar el David de Miguel Ángel en clase, lo que parece ser que cabreó considerablemente a muy palurdos padres y más palurdos profesores. Al parecer, tanto unos como otros creen que el David es pornografía. Toda esta basura viene de la derecha, que ya no es, solo es ultraderecha en occidente, y a ellos les gusta decir que luchan contra lo woke. Aquí, en España, la cosa se retuerce todo lo que se puede, y hasta tuvimos al jefe de opinión de El Mundo hablando de censura woke. Mientras en algún estado norteamericano se vota que se dejen de financiar con dinero público las bibliotecas, aquí la gente está poniendo el punto de mira en organizaciones que luchan por los derechos de las minorías o en las parejas homosexuales que salen en las series de Netflix, que vienen a ser tres o cuatro, tampoco vayan a pensar que está lleno de ellas.
No he sido yo el mayor defensor de los excesos de lo woke precisamente, pero ocurre que realmente muchos de los aguerridos luchadores patrios por la libertad de expresión y en contra de las cancelaciones, supuestas o reales, siempre cargan hacia el mismo lado: con el testículo derecho sobre el izquierdo. Si un tipo negro al que la policía le casca una paliza que lo deja frito en la acera genera manifestaciones con el sano y necesario objetivo de cambiar las fuerzas policiales del país que acumulan cadáveres a lo largo y ancho de él, resulta que todas esas personas que se quejan son canceladores woke. Si quieres enseñar a los niños que existe discriminación hoy, que la hubo en el pasado y que es bueno conocer lo que ocurrió, eres woke. Si se te ocurre señalar la existencia de minorías, eres woke. Todo es woke y todo es cultura de la cancelación menos la cancelación y la censura reales para las que nuestros aguerridos juntaletras contra la cancelación y la censura sencillamente no existen o son minucias a las que no hacer mucho caso a pesar de que se ejerzan desde el poder real, desde el poder que pone en marcha leyes que persiguen a profesores o a quienes quieren evitar que se discrimine a una chica por ser trans o a tu vecino musulmán. Desde el poder que tiene capacidad real de machacar a las minorías y que, tarde o temprano, de seguir así, irá a por todos, pues las minorías solo son la punta de lanza, a ver qué te has creído.
Nuestros emuladores de sociópatas misóginos como Jordan Peterson están más pendientes de si alguien se queja, como esta semana, de haber sido discriminado por dos adorables señoras mayores en un restaurante a causa de su orientación sexual, que ya no se puede llamar maricón a la gente ni se puede decir nada, que por la existencia de cincuenta y dos diputados en el Congreso cuyo partido pretende hacer un DeSantis en todos los colegios de España mediante el estúpidamente llamado pin parental o por las cancelaciones reales de exposiciones, obras de teatro o campañas institucionales. El testículo derecho, pues estas personas suelen tenerlos o se les supone, carga como una apisonadora contra las personas trans, contra las series de Netflix, contra lo que sea que refleje que ahí fuera las cosas son bastante más complejas que en tu familia neocatecumenal. Es que hay que ver, una mujer trans pidiendo que no le cambien el género al dirigirse a ella, es que hay gente que no aguanta nada, pero seguimos sin ver que quien no aguanta nada es quien se niega por sistema a referirse a esa persona como lo que es. La piel fina está mucho más en el lado derecho, y esto es así, así ha sido y así va a seguir siendo para siempre, pero algunos cancelados ocupan portadas de medios importantes y llenan enormes salas de conciertos mientras lloran entre billetes de cincuenta lereles por su cancelación.
Tenemos una ultraderecha que ha calado en todas las derechas dispuesta a llevarse todo por delante, pero andamos preocupados por las personas trans o por si Andrés Calamaro, uno que dice ser músico, puede decir o no que va a los toros. Cuando queramos darnos cuenta, todos nuestros luchadores contra lo woke escribirán columnas alabando la censura de libros LGTBI en bibliotecas públicas, que esto tarde o temprano llegará a nuestro país, y recordaremos lo inofensivo que parecía todo cuando se nos ponía a Bertín Osborne como un héroe de la libertad. No será que no lo estamos viendo al otro lado del charco. Al tiempo.
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