No es sencillo traducir los matices de las lenguas. En inglés ghost significa fantasma. Se entiende por ghosting el hecho de interrumpir la relación entre dos seres humanos cuando uno de ellos decide convertirse en fantasma. Quien practica ghosting desaparece, se esfuma de nuestra vida sin explicación. Internet favorece la volatilidad de las comunicaciones, la falta de compromiso. Parece que los problemas «se resuelven» mejor de este modo, a pesar de que puede causar efectos psicológicos graves e impredecibles. Si alguien se despide sin despedirse, te está diciendo: «No ocupas lugar en el espacio y menos en el corazón». Así actúan algunos profesionales, incluso personas que trabajan en el mundo de la cultura.
El ghosting genera impotencia. La era digital, sin cuestionar sus inmensos logros, ha traído consigo la desaparición de algunos valores: dar la cara, cumplir con la palabra dada, etcétera. Si llamas por teléfono puedes decirle lo que quieras al automático; no le importa, pero a ti sí, porque no comprendes —el aparato tampoco— y despierta tu enojo. En el pasado, si tu pareja te dejaba podías llorar, el llanto era un signo de dolor; ahora no, porque estás expuesto a ser tratado como humo: el signo eres tú. La facilidad informática tiene su contrapartida: dar y quitar luz. Te enamoras y desenamoras a la velocidad de la salida del arco iris y su casi simultánea desaparición. El ghosting puede arrebatarnos lo más personal, la identidad, convirtiéndonos poco a poco en flotaciones.
Es habitual que algunas personas ofrezcan su correo electrónico cuando saben que no van a contestar. El compromiso de responder los mensajes ha desaparecido; hasta se puede insultar en redes sociales, mentir, timar. Lo natural hoy es vagar por el desierto sin hablarle a El Principito que regaba rosas o hablaba con las estrellas. No podemos vivir sin la tecnología para hacer aún más etéreo lo que ya lo era, para pulverizar con mayor rapidez las esperanzas. Es verdad que existían las palomas mensajeras. En relación con esto nada ha cambiado: si no éramos mucho, ahora somos menos. Lo comprobamos cuando alguien a quien queríamos se comporta con nosotros devolviéndonos a la espesura de la incorporeidad que nos amenazaba, pero que nos resistíamos a admitirlo porque queríamos ser, y no, no ser: «To be or not to be, that's the question» («Ser o no ser, esa es la cuestión»), como nos dice Shakespeare.
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