Hubo un tiempo en que los sindicatos fueron la sal de la tierra. Nada había contribuido tanto a la dignificación del ser humano, hombre, mujer, negro o blanco, como su lucha.
La tortura, la traición, la salvaje brutalidad de los poderosos, se cebó con ellos. Víctimas, sangre, hambre y sacrificios que conformaban uno de los mayores valores de la humanidad. Dirigentes cuyo nombre se recuerda, obreros cuyo nombre se perdió en el olvido, merecían figurar en el libro jamás escrito, boicoteado por los responsables ideológicos y culturales, atentos siempre a la servidumbre del poder, más que al merecimiento de personas que dejaron la mayoría de años de su vida dedicados a conseguir avances para las clases trabajadoras explotadas por el decreto de perpetuidad.
Desde la sangrienta lucha obrera de Chicago en abril de 1886, hasta el final del franquismo, y principios de la llamada transición democrática, el compromiso y la participación de los sindicatos en los logros y avances conseguidos fue incuestionable.
Hubo un tiempo… Por eso nos parece ahora tan lamentable, miserable, reaccionaria y siniestra la actuación de los sindicatos, de quienes los controlan, dirigen y atrincheran en su triste papel de defensores del poder (los poderes).
Es cada vez más difícil entender el papel de los sindicatos en estos tiempos tan complejos de retrocesos acumulados en todos estos años. Tanto es así, que hay momentos en que no se sabe quién es la patronal y quien los sindicatos. Las últimas declaraciones de Pepe Álvarez secretario general de UGT, mostrándose favorable a quitar las prestaciones por desempleo a quienes rechacen ofertas de empleo, parecen más propias de la patronal que de un sindicalista, que, además, parece desconocer las ofertas de empleo y las condiciones de muchas de ellas, pues se da la situación de que quien las recibe, podría perder el desempleo, porque el ofertado puede no adaptarse en absoluto a las características de esa persona.
El pasado 30 de marzo, se conocía también la sentencia del Tribunal Superior de Justicia gallego, la cual condena a CCOO por vulnerar el derecho de huelga, debiendo indemnizar con 25.000 a cada uno de los demandantes. Si este es el comportamiento de los responsables sindicales con sus empleados/as, poco le pueden exigir a la patronal en el cumplimiento de sus obligaciones.
Resulta triste y demagógico hablar de la despolitización de la juventud, del embrutecimiento colectivo provocado por la tele, de los estragos producidos por el pensamiento único o el no pensamiento. Palabras, palabras sin análisis, conceptos sin explicación que justifique en modo alguno por qué hemos llegado a esta situación.
Deberían ponerse nombres concretos, responsabilidades ciertas, de organismos, colectivos y personas que a ello contribuyen. Y entre esas responsabilidades, las más acusadas son las de los propios sindicatos.
Desde la mal llamada transición democrática hasta nuestros días. Quienes, como cualquier canción diría, se humillan y se miserabilizan con tal de sentarse a la mesa del patrón y obtener algunos privilegios que el resto de trabajadoras/es no tienen.
La burocracia sindical es el principal problema de los sindicatos, como en todos los órdenes establecidos con todo aquello que tenga relación en la defensa un mundo mejor. Estados Unidos, como en casi todos los aspectos de la vida, marcó el camino para el conjunto de la humanidad. Ese camino es hoy mucho más pernicioso y atroz por los látigos que sacuden las ideologías, las conciencias y las luchas por los derechos humanos, sociales y políticos en todo el mundo. No por los partidos de derechas o algunos denominados de centro izquierda, no la iglesia, no los empresarios, no los banqueros o la casta judicial, ni los medios del poder. Esos, son fieles a sí mismos, consecuentes con sus conceptos sobre el papel de dominio que han de jugar en la sociedad occidental. (En el llamado primer mundo, porque el otro es preciso sea condenado al infierno. Todo atado y bien atado no desde ayer, si no desde que el poder controla a la humanidad a través de sus armas).
Luchar contra el cáncer sindical es también un deber colectivo de quien representa la gran mayoría social. No es fácil hacerlo ante quien juega el triste papel de defensores de la justicia social. Ellos son también parte del poder, tienen sus cuotas de participación, por pequeñas que sean, en sus estructuras, prensa, radio, televisión, conferencias, interlocución. ¡Qué palabra! Les dan la participación en el discurso de la opresión y la mentira, también les pagan y les piden que vez en cuando, como justificación de su existencia, realicen algunas patéticas manifestaciones o simbólicas huelgas. ¿Qué nos queda? Ni la palabra.
Tras los muchos conflictos que se están viviendo a lo largo y ancho de todo el ámbito estatal, los cuales van a huelgas, donde las soluciones se negocian sin la opinión de los/as trabajadoras/as, como está ocurriendo con muchas huelgas en el ámbito de la negociación colectiva, deslocalizaciones, despidos. Veremos muy pronto lo que puede ocurrir con el ERTE que acaba de anunciar Arcelor que afectará a toda la plantilla y cuál será el resultado final de la negociación entre la multinacional siderúrgica y los sindicatos.
Los sindicatos han internacionalizado la forma de hacer sindicalismo, y no precisamente para favorecer la partición social en las negociaciones y decisiones. Todo lo contrario; han decidido prescindir de lo más elemental, de quienes van a ser las personas afectadas por los resultados de esas negociaciones, que se producen sin ningún tipo de transparencia sindical, con el ya manido argumento de lo menos malo, pero siempre lo mejor para la clase empresarial, como podemos ver en todos los conflictos.
¿Qué diferencia existe pues entre el sindicalismo actual y el antiguo vertical? ¿Dónde está la diferencia entre la dictadura y la imposición? Pero, pese a todos estos desatinos que el sindicalismo pretende normalizar como algo natural, que debemos digerir sin protector estomacal, es importante dejar al menos para una reflexión futura, alguna proposición que nos puede servir para cambiar esta deriva sindical que nos hace sentir que el sindicalismo ha dejado de tener credibilidad y utilidad para organizar y defender a la clase trabajadora.
Para cambiar esta dinámica es imprescindible que los/as jóvenes, (muchos lo hacen ya), multipliquen sus esfuerzos y sus discursos anti autoritarios y anti verticalistas. Los sindicatos forman parte hoy también de la jerarquía vertical, aquella que en la clandestinidad combatieron en el franquismo, con la creación de ateneos populares, culturales, feministas, de migrantes, y realicen la política, que frente a los eslóganes impuestos desarrolla imaginación crítica y desmitificadora, que no supedita a imperios ni culturas alienantes y combate por la auténtica libertad, aquella que también piensa en la transformación de la vida cotidiana.
Los sindicatos son necesarios como lo fueron en el pasado, y por eso es imprescindible una regeneración interna en sus direcciones y estructuras orgánicas. Los sindicatos y dirigentes actuales deben de favorecer el relevo generacional interno. No pueden seguir manteniendo estructuras burocratizadas y jerarquizadas, ni estar dirigidos por personas jubiladas, fiscalizando la acción interna como si se tratara de una entidad privada que recibe subvenciones del Estado y la patronal, porque ello, dificulta la acción sindical contra los que subvencionan, y de ahí, que se estén pactando salarios de miseria, excesos de jornada, despidos y permisividad en la falta de inversiones en materia de prevención de riesgos, salud laboral, etc. Los y las trabajadoras no pueden seguir siendo cautivos y cautivas de dirigentes que se aferran al poder y control como Garrapatas, favoreciendo así el enorme descredito que sufre el sindicalismo en general.
Cuando los sindicatos deciden unilateralmente prescindir de la participación de las/los trabadores/as, que solo les sirven para pagar su cuota, sin percibir nada, es necesario buscar otras formas de comunicación y organización.
Las redes sociales pueden cubrir un gran espacio en las tareas de organización, para unificar propuestas y dar la información boicoteada por los propios sindicatos, para luchar contra las estructuras jerarquizadas de quienes monopolizan el pensamiento político y el discurso único, sin olvidarnos de los mecanismos que siempre fueron útiles en otros tiempos, incluso para los sindicatos, como son los procesos de información y debate abierto, dentro o fuera de los centros de trabajo. Todo ello nos ayudaría a ser más fuertes a la hora de negociar nuestro futuro en cuanto a calidad de vida y trabajo.
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