La primera vez está igual de borrosa que la cinta de VHS que, de tanto reproducirla, empezó a ser más ruido que mitología egipcia. Quizá sea imposible recordar la primera visita guiada al monte Olimpo, pero sí permanecen indelebles las lecciones en las clases de latín, de griego, de historia del arte de cultura clásica. Han vuelto todas, de golpe, esta semana. Cuando Brian Cox señala un cuadro de Goya y encierra, en apenas una frase —«este es el cuadro con el que me describen»— una cosmogonía entera. Porque es imposible entender del todo el comentario (quizá es imposible entender del todo Succession) si se desconoce quién es Saturno y por qué devoraba uno a uno a sus hijos. Lo explicaba, días después, otra estrella del rock en un paraninfo coronado por una alegoría sobre la sabiduría: conocer la literatura y la historia clásicas no habla solo del pasado, sino del presente. De lo que todavía hoy nos pasa. De lo importante que son el pensamiento, el diálogo, la reflexión, la filosofía, en la era de la inteligencia artificial y del dominio de las máquinas.
Gracias, Mary Beard, por hacer de las humanidades materia mainstream y afición de masas. Y a Brian Cox —ave, Logan— por ese momento único en el Museo del Prado en el que demostró lo necesarias que siguen siendo las Letras, porque son el poso fundamental de lo que hemos sido y lo que somos hoy. Sapere aude, que diría Horacio.
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