Tierras de Israel

OPINIÓN

Judíos ultraortodoxos en la ciudad de Arad, en Israel.
Judíos ultraortodoxos en la ciudad de Arad, en Israel. AMIR COHEN | Reuters

02 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado miércoles, veintinueve de marzo, Religión Digital publicó un artículo que titulé: La rabina y la tierra de Israel; fue el cuarto y último dedicado a comentar el libro de Delphine Horvilleur, Reflexiones sobre la cuestión antisemita, recientemente publicado en España, y cuyo último capítulo, el 5º, se denomina la excepSIÓN judía. Mi artículo fue un comentario de actualidad, desde el principio, pues fue comentario a dicho libro, especialmente al capítulo 5º, escrito por una rabina, «mujer sabia, estudiosa y maestra de la Biblia, el Talmud y la Cábala», y así hasta la parte final del artículo, que hizo referencia a los problemas políticos que en el Estado de Israel se plantean en la actualidad, con ocasión de la reforma propuesta por el Gobierno ultraderechista del Premier Netanyahu. Una reforma aplazada desde el lunes 27 de marzo hasta el próximo periodo de sesiones parlamentarias, que comenzará a finales de abril próximo (2023).

Acaso por ser el pueblo judío el pueblo «elegido» por Dios, su Dios, y formando Alianza Yahveh y su pueblo, una teología política, todo resulta complicado y lleno de Misterios. Uno de esos misterios es que, siendo un pueblo muy singular, es a la vez de pluralidades infinitas: hay un judaísmo y muchos judaísmos. Generalmente, lo identitario, sea o no obsesivo, conduce a los apartheids y a las separaciones, siempre en busca de eso que se conoce como la autenticidad y lo más puro. Y así, siendo el pueblo judío único, especialmente hacia afuera, es muy plural hacia adentro. Es el único pueblo, por ejemplo, que se divide en dos: los judíos de Israel, asentados desde tiempos inmemoriales en lo que se llama Eretz Israel, que es una porción de la superficie terrestre en el Oriente Medio, y los judíos de la Diáspora, palabra griega que significa dispersión, y que son los judíos, con vinculaciones de procedencia con las tierras de Israel, pero asentados luego por el mundo, fuera de Israel. Un pueblo privado de Estado, de existencia nacional, «condenado a vivir en los márgenes de la historia» (Élie Bernavi).

En los cerca de tres mil años de historia judía, numerosos fueron los episodios que hicieron de los judíos unas víctimas, siendo expulsados de sus tierras, las de Judea, en años anteriores a Cristo y en años posteriores también, buscando nuevos refugios, más o menos conectados o relacionados con la destrucción de su Templo en Jerusalén. Y escribo «más o menos», teniendo en cuenta que la más importante diáspora producida por la gran masacre de judíos en tiempos del Imperio romano, tiempos bajo la potestad del Emperador Adriano, la revuelta conocida de Shimon bar Kosiba, de los años 132 a 135, el Templo de Jerusalén estaba ya destruido desde el año 70 por la acción del romano Tito, hijo del emperador Vespasiano al que sucedió, y que paseó triunfal por Roma la «Menoráh», candelabro de siete brazos del ritual judío, conseguido por los saqueos al indicado Templo.

André Chouraquí, sabio judío y traductor de la Biblia (hebreo), el Corán (árabe) y los Evangelios (griego), en diálogo con su hijo Élie, explicó que existen dos tipos de Israel, el Israel del Exilio y el Israel del retorno, insertos en lo más profundo de todo judío, permanezca en el exilio o ya retornado, siendo dos fidelidades irrenunciables:

1ª La de los judíos del exilio, obsesionados en llegar un día a la que fue su Tierra de la que escaparon o les obligaron a salir, ahora la llamada Tierra Prometida, soñando la vuelta o regreso a la Tierra de Canaán, con esa repetida promesa u oración bíblica y mesiánica: «El año próximo en Jerusalén». Y es en ese querer permanecer judíos, lo que evitó que se produjera la «asimilación» o absorción, o sea, que se diluyera o perdiera lo genuinamente judío mezclado con el resto de poblaciones, única manera de conectar lo judío del exilio con lo judío del retornado. Unos judíos, los del Exilio, y esto es muy importante, que nunca perdieron contacto y/o comunicación con los miles de judíos que permanecieron en Tierras de Palestina, tierras que nunca abandonaron o dejaron de poseer, conservando siempre el «animus possidendi», y mucho antes de la llegada de los musulmanes.

Unos judíos del Exilio que mantuvieron su especificidad durante mucho tiempo: al menos dos mil años. Ante un acontecimiento tan importante para el pueblo de Israel como es la Diáspora, no resulta extraño que, como maldición o como esperanza, se dedique a ella líneas del Libro del Deuteronomio, números 28 y 30, libro que forma parte de los de la Thorah, el llamado Pentateuco por los cristianos. La Declaración de Independencia del Estado de Israel dispuso: «Luego de haber sido exiliado por la fuerza de su tierra, el pueblo le guardó fidelidad durante toda su Dispersión y jamás cesó de orar y esperar su retorno a ella para la restauración de su libertad política». Y de los judíos del exilio Ben Gurión se asombraba de su esquizofrenia: viven en sus exilios aspirando, en sus oraciones o en su sionismo, a ganar una Patria que les espera, la pretensión sionista del «hogar nacional», hecha realidad a partir de 1948. 

2ª La de los judíos retornados a Israel: Se ha escrito que la existencia del Estado de Israel obligó a un cambio de paradigma de la esencia judía. La declaración de la Independencia de Israel, el 14 de mayo de 1948, marcó el inicio de un nuevo tiempo, tiempo con un «estado independiente». Norman Lebrecht, en el libro Genio y ansiedad, escribió: «El nacimiento del Estado de Israel marca el comienzo de un nuevo capítulo. No es el fin de la historia». En esa continuación histórica, son innegables los éxitos de la «construcción de país». Las dificultades de «los retornados» desde el exilio hasta su integración en la nueva sociedad siguen siendo muy grandes. La complicada política israelí es fruto de esa tensión, incluso en lo faccioso, llegándose a afirmar que en las últimas elecciones, las de 2022, concurrieron a la competición electoral unos cuarenta partidos políticos. No es raro que el Estado de Israel, por conflictos derivados de la «colocación de Dios» en el Estado judío, carezca de Constitución, siendo reemplazada por las denominadas «leyes básicas», entre ellas la importante y discutible, la llamada «ley del Estado-nación» de 2018, conteniendo entre otros los siguientes principios básicos: «La Tierra de Israel es la patria histórica del pueblo judío, en la que se estableció el Estado de Israel y el Estado de Israel es el hogar nacional del pueblo judío, en el cual se cumple con su derecho natural, cultural, religioso e histórico a la autodeterminación».

Con anterioridad a la Declaración de la Independencia del Estado de Israel, la ONU aprobó un plan divisorio de Palestina con dos entidades soberanas o Estados: el Estado judío y el Estado palestino, este último siempre rechazado por los árabes y palestinos, pretendiendo, además, destruir el judío. Y escribimos en el artículo al principio indicado: «Es un hecho que la realidad geográfica actual, lo que hoy es Israel, ha ampliado los territorios respecto a lo que constaba en el inicial programa divisorio de la ONU, tanto por la política de hechos consumados de asentamientos de colonos judíos en tierras «palestinas» de Cisjordania, como por las conquistas territoriales en guerras sucesivas, posteriores a la Declaración de Independencia de 1948».

Y dentro de los problemas no resueltos por el Estado de Israel desde su fundación, hace setenta años, está el gran conflicto territorial de las dos legitimidades a tener en cuenta, sobre una misma tierra: «legitimidad la del pueblo judío, el pueblo de la Biblia, y la legitimidad la del pueblo palestino, que también es su tierra, habiendo nacido en ella sus padres y abuelos» (Chouraqui). El palestino Edward Said escribió: «Los palestinos nos convertimos en las víctimas de las víctimas». Y ese conflicto no resuelto, por culpas compartidas, de unos y otros, determina el «Estado de Guerra» entre judíos y palestinos, y que el Ejercito israelí, que ha de ganar todas las guerras para evitar la aniquilación de Israel por los árabes, sea la institución central. De ese conflicto entre legitimidades resurge el antisemitismo y el antijudaísmo con todo tipo de relatos que diabolizaron a los judíos, recordando los más duros tiempos antisemitas, medievales, modernos y contemporáneos, donde el afán de aniquilación de lo judío no era escondido, sino que se propagaba para que todos lo conocieran. Y algo parece ir cambiando en el mundo árabe respecto a Israel, como lo prueban el reciente acercamiento de Arabia Saudita y el reconocimiento diplomático de Israel por los Emiratos Árabes, Bahrein, Sudán y Marruecos.

Es curioso que el antisemitismo más radical ahora esté a cargo de quienes no son árabes sino persas, aunque musulmanes chiítas y no sunitas, sunitas que son los jordanos, egipcios, sirios y los palestinos. Las amenazas, incluso a base de bombas atómicas por parte de la República Islámica de Irán, dirigida por clérigos o ayyatolás, además de una manera radical de aniquilación, no contribuyen a bajar la tensión en el conflicto judío/musulmán, favoreciendo radicalismos de extrema derecha en la política judía desde el Gobierno de Jerusalén.

Con ocasión de los últimos acontecimientos en Israel, surgidos por la polémica reforma judicial, ahora aplazada, y cuya aprobación por el Parlamento judío acabaría con la posibilidad de que la Corte Suprema frene el poder ilimitado del Gobierno, se ha repetido que el actual Gobierno del Premier Netanyahu es el más ultranacionalista de la historia de Israel y el más ultra derechista en las siete décadas pasadas desde la existencia del Estado judío, formando parte del mismo judíos ultraortodoxos y personas tan partidarias de los asentamientos ilegales de colonas judías en tierras de palestinos, como el israelí Ministro de la Seguridad Nacional.

La deriva ultraderechista, que en los últimos años se ha venido acentuando, afecta, en primer lugar y naturalmente, a los habitantes del Estado judío que, con sus votos mayoritarios, eligen a sus gobernantes y expresan cómo quieren ser gobernados; su responsabilidad es de ellos. Pero su política escogida, también afecta, y esto es una excepcionalidad, a los judíos restantes de la Diáspora, que no votan a la ultraderecha y que en sus tierras de exilio se les atribuye responsabilidad como si la hubiesen votado. Es como si lo que ocurre allá lejos, en Jerusalén, hiciera carambola en tierras del exilio: de la política ultraderechista de los judíos de Israel, se hace también responsables a los judíos de la Diáspora. Eso es así, aunque no justo.

Escribimos al principio del llamado «misterio» del pueblo de Israel, existiendo en la actualidad una diferenciación entre judíos laicos y judíos religiosos, pues el judaísmo, del mismo modo que no es una raza, tampoco es una religión, complejidad que arrastra tanto a los judíos retornados a Sión como a los no retornados. Lo que protege a todos es un sistema político equilibrado, muy del «centro» y no de los extremos, aunque lo religioso suele ser descentrado y de extrema derecha. Razón tienen los que con ocasión de la derechización del Gobierno actual de Israel proclaman alarmados y con temor, de que Israel se convierta en una dictadura, que el proyecto de reforma judicial amenace con dinamitar las instituciones, poniendo en riesgo los fundamentos democráticos del Estado. Los antisemitas de la extrema izquierda y de la extrema derecha no son sutiles en diferenciar lo de allí y lo de aquí, y piden explicaciones a los de la Diáspora.  

Y concluí mi artículo de La rabina y la tierra de Israel diferenciando que una cosa es el antisemitismo y otra la crítica política a Israel; son asuntos muy diferentes, pues el antisemitismo no es discrepancia política, sino un afán de aniquilamiento. Esto no parece tenerlo muy claro la extrema derecha española al culpar, a veces, de antisemitismo a la extrema izquierda.