Le acaban de conceder el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Humanidades y Ciencias Sociales 2023 al filósofo australiano Peter Singer, por haber realizado innovadoras contribuciones académicas en el ámbito de la moral, básicamente en el tema de los derechos de los animales. Supongo que en la Fundación BBVA saben —y por tanto comparten— que este autor acepta el infanticidio de un bebé con discapacidad hasta el primer mes de vida. Considera que la muerte del bebé con discapacidad conducirá al nacimiento de otro niño con mayores perspectivas de tener una vida feliz y, por consiguiente, la cantidad de felicidad total en el mundo será mayor. Esto lo lleva afirmando desde 1979 en varias de sus obras.
Entre las discapacidades que menciona figura el síndrome de Down. Llega a escribir lo siguiente: «No podemos esperar que un niño con síndrome de Down toque la guitarra, sienta afición por la ciencia ficción, aprenda una lengua extranjera, charle con nosotros sobre la última película de Woody Allen o sea un atleta, jugador de baloncesto o tenista importante». Me sorprende que desde el movimiento asociativo no se haya dicho nada sobre este asunto. Como dice una compañera mía, Sandra Várez, el Día Mundial del Síndrome de Down es mucho más que llevar un calcetín desparejado; es (debería ser) no aplaudir discursos ni conductas que consideran que una vida con un cromosoma de más puede y debe ser destruida.
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