Si Irene Montero hubiese dimitido anoche, sería razonable pensar que esta imagen capta el instante en el que, ya como exministra, camina, derrotada, hacia la calle, donde le espera un chófer para el último viaje «a Galapagar». Si ella hubiese dimitido anoche, sería razonable pensar que, de un momento a otro, en esta escena penetrará, con perdón, su secretaria de Estado, alias Pam, y que las dos mujeres dirán mejor morir de pie que vivir arrodilladas, etcétera. Que, acto seguido, si hubiese dimitido anoche, explicará que su decisión es «irrevocable» y por «coherencia política», tras ser negada primero por sus socios del PSOE y después por la mayoría absoluta del Congreso, «fascistas todos». Cómo no, lo hará pasando por alto otros motivos, setecientos y pico, el número de agresores sexuales que han visto reducida su condena. Si Irene Montero hubiese dimitido anoche no vendría a cuento decir que el cargo de ministra tiene razones contantes y sonantes que la razón no entiende.
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