No hace mucho, Rafael del Pino, presidente ejecutivo de Ferrovial, mencionaba la importancia de convertir a España en un lugar proclive a la inversión y a la atracción del talento. Para lograrlo, destacaba la necesidad de contar con un marco laboral competitivo y de seguridad jurídica. Pocos días después, la corporación ha sacado una nota de prensa anunciando una fusión entre la matriz y Ferrovial Internacional, sociedad con sede en los Países Bajos. De facto, supone el traslado del domicilio fiscal a Ámsterdam.
En efecto, uno de los motivos del cambio de sede es la menor carga tributaria del país de los tulipanes, en especial, por los beneficios percibidos a través de dividendos recibidos de filiales del grupo en el extranjero. Es un movimiento lógico teniendo en cuenta que Ferrovial es una empresa internacional que genera más del 80 % de su negocio más allá de nuestras fronteras, y que en el 2021 en España se suprimió la bonificación del 100 % sobre los beneficios en el extranjero.
¿Será la única que tome esta decisión? Lo cierto es que sienta un precedente y genera un efecto llamada. La mayor parte de las grandes multinacionales españolas obtienen, de manera principal, sus ingresos y beneficios a través de sus operaciones en el extranjero. Sin duda, es demoledor para la marca España el que se le acuse de ser un país poco «amigable» con los negocios y que se traslade una imagen de inestabilidad jurídica.
En vez de poner el foco en Ferrovial, a la que el único ejercicio de patriotismo que se le debe pedir es el de generar el máximo número de puestos de trabajo y de riqueza, habría que entender los motivos por los cuales se puede marchar una de las grandes firmas de nuestro país. Es más, esto debería hacernos replantear qué explica que no sean otras empresas las que decidan instalarse en España.
La valoración que hacen las principales agencias de calificación del riesgo financiero sitúa a nuestro país varios niveles por debajo de Países Bajos. El marco regulatorio es cada vez más amplio, complejo, y sin coordinación entre administraciones. Con grandes retos de presente y futuro que no son abordados.
Tampoco ayudan en nada los mensajes antiempresa, llegando incluso a señalar de manera directa a empresarios. Creando impuestos ad-hoc que rozan la doble imposición, con una técnica legislativa que dista mucho de ser la ideal, o el escudo antiopas. Además, la inestabilidad política echa más leña al fuego. Por un lado, un Gobierno fragmentado en el que no es raro escuchar cada semana algún globo sonda sobre posibles políticas públicas que después o no llegan a puerto o, de producirse, se hacen por la puerta de atrás sin respetar los trámites legislativos pertinentes. Por otro lado, parte de la oposición se abona al espectáculo en vez de moderar el debate.
En el corto plazo no habrá un cambio en las posiciones de Ferrovial en España, pero sí en el medio plazo, cuando las decisiones de inversión se empiecen a tomar desde Ámsterdam.
En vez de discursos estériles y de buscar chivos expiatorios, es necesario preguntarse las causas y la fórmula para recuperar la competitividad en un entorno global como en el que vivimos.
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