Ay, la corrupción. No hay partido político al que no se le aparezca un Tito Berni de la vida, las mariscadas y el lenocinio y, a renglón seguido, presuma de dejarlo todo, por comparación, como los chorros del oro, como si el asunto en cuestión fuese el último detergente que salió al mercado: el mío lo deja más blanco, miren qué horror la colada del vecino. Como si la corrupción de unos pudiese borrar la de los otros, y aquí paz y después gloria. Lo lógico sería ver a la portavoz del Gobierno colorada de vergüenza. Pero sucede casi lo contrario. Isabel Rodríguez transmite ante la prensa una alegría que ni que le estuvieran preguntando por Ramón Tamames. Conscientemente o no, la mujer hace un gesto que muchos políticos de este país llevan en su ADN. En plan: vale, pero nuestros corruptos no le llegan a la punta del zapato a los corruptos de los otros, son mucho más pequeños. Definitivamente, a demasiados políticos este país les viene grande.
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