Hay series tan bien amuebladas que la simple idea de quedarse a vivir en ellas se convierte en un atractivo más de sus sinuosas tramas. Quien dice vivir dice conformarse con veranear unos días en uno de esos resorts suntuosos que embellecen la pantalla en cada plano con una existencia de costosos privilegios. The White Lotus juega muy bien esa carta de trasladar al espectador a la realidad paralela y efímera de los hoteles que solo están al alcance de unos pocos. En ellos plantea con acierto la paradoja de que las miserias y los conflictos vitales también se padecen cuando las cuentas están bien saneadas.
La serie de HBO Max sorprendió con su primera temporada, ambientada en Hawái, a la hora de desmontar sus problemas de ricos en una isla exótica. La segunda da vueltas de nuevo sobre el mismo eje, esta vez al borde de un Mediterráneo opulento y soleado. Hay aquí más comedia de enredo para adultos mezclada y agitada con drama, género negro y ácida crítica social. También más caricatura en muchos personajes. Su estilo propio resulta ya conocido y adereza una estructura coral clásica con un truco infalible: plantear desde el primer momento un asesinato y dejar su resolución para el final. Aquí no hay que descubrir al asesino, sino averiguar quién es la víctima que ha encontrado la muerte entre tanta belleza.
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