Violencia sexual: la nueva vida de las víctimas

jorge sobral CATEDRÁTICO DE PSICOLOGÍA CRIMINAL DE LA USC

OPINIÓN

HENRY ROMERO | REUTERS

29 ene 2023 . Actualizado a las 10:54 h.

La todavía presunta agresión sexual del futbolista Dani Alves ha reactivado la atención de la opinión pública sobre este tipo de delitos. Se habla tanto de la estrella deportiva que pareciera poco el interés hacia las víctimas de estos crímenes. Unas palabras sobre estas últimas. 

Cuando conversamos, escribimos, enseñamos, acerca de la violencia sexual y sus efectos, deberíamos reflejar, aunque sea de modo somero y nada exhaustivo, el cuánto, el alcance del fenómeno. Solo así muchos bienpensantes, ingenuos o escépticos recalcitrantes, podrán visualizar la magnitud de tales efectos. Quizás el estudio epidemiológico más completo nunca efectuado acerca de la prevalencia de la violencia sexual haya sido el publicado en la muy prestigiosa revista médica The Lancet. Después de reanalizar 7.231 estudios que abarcaban a 56 países, concluyeron que el 7,2 % de las mujeres del mundo mayores de 15 años declaraban haber sufrido alguna vez violencia sexual. Y eso que esos estudios se restringieron a agresiones sexuales fuera de la pareja, y ni se asomaron a la brutal realidad de la agresión como un acto bélico más en tantos conflictos armados, y que no estuvo tampoco en su objetivo el amplio y escurridizo mundo del ASI (abuso sexual infantil).

Por supuesto que estos estudios muestran variaciones diversas (las cifras difieren según se trate de datos oficiales, de denuncias, de sentencias, de condenas, de encuestas, del tipo de violencia específica a indagar, etcétera). Lo cierto es que, sea cual sea la fuente, estamos ante una lacra tan extensa y profunda que nos sitúa ante un espejo, cruel e indiscreto, que nos refleja el recuerdo del origen simiesco, dominante, agresivo, de nuestra especie.

Más claro: en promedio mundial, 1.700 de cada 100.000 mujeres sufren alguna agresión sexual. De entre ellas, solo el 2,14 % acabarán formalizando una denuncia.

Visualizadas las dimensiones del asunto, vayamos a sus consecuencias. Y si hablamos de eso, las estadísticas sobre el cuánto palidecen ante el qué de sus efectos. Al respecto, deberían interesarnos al menos dos perspectivas. La primera, aquella que nos revela la literatura clínica de proximidad al respecto: gran parte de las sexualmente agredidas devienen insomnes, peleadas con el sueño; comen demasiado, o comen demasiado poco; no es raro que acaben desarrollando trastornos de la alimentación duraderos; refieren pesadillas recurrentes, pensamientos intrusivos, repetitivos y obsesivos.

Viven con el estado de alerta permanentemente activado, siempre en guardia, en estrés preventivo, con unos niveles de activación sumamente erosionantes y una emocionalidad inestable y teñida en negro.

Angustia y depresión se dan la mano; algunas desarrollan ideas paranoides, su universo particular se ha convertido en un contexto amenazante, lleno de potenciales peligros y amenazas. A menudo, su experiencia subjetiva de la sexualidad queda tan impregnada del miedo, el horror y hasta del asco, que difícilmente volverá al redil del placer y el disfrute.

Los flashbacks de la horrible experiencia surgen en cualquier momento, por cualquier motivo. Es difícil concentrarse, se evitan situaciones y espacios que recuerden al contexto de la agresión, se pierde el interés por aquello que antes lo despertaba. Y un largo etcétera de consecuencias.

Cierto es que la condición humana goza de mecanismos de resiliencia, como ese junco que se dobla ante el temporal, pero vuelve enhiesto a la vertical tras la tormenta. Muchas víctimas aprenden a vivir con ello; y recuperan una cierta normalidad. Pero la literatura al respecto es implacable: algunas no se recuperan nunca.

La segunda perspectiva requiere de luces más largas y más anchas. Muchas víctimas de violencia sexual grave, más allá de las manifestaciones psicobiológicas de su malestar, experimentan algo, si cabe, peor : su cosmovisión, su comprensión del mundo y de su rol en él (su weltanschauung), de la realidad social, de los patrones de interacción, de los otros, de los buenos y los malos, del valor de reglas y normas, del por qué y el para qué de tantas cosas, se ven profundamente alteradas. Y, más allá del apetito y el insomnio, eso es mucho más difícil de sanar.

Lo destruido es todo un sistema representacional acerca del orden y sus modelos antropológicos. Y si el daño lo ha causado uno de esos tantos dioses bajados del Olimpo de la fama, el corrimiento de tierras, la decepción y el desengaño, suelen ser peores y más duraderos.