En 1729 la Real Academia andaba con el segundo volumen del Diccionario de Autoridades. Como empezaba por «c», le tocó el turno a la palabra cagalera. Apareció definida como «La repetición de cursos o cámaras que más compuestamente se dice Desconcierto»; y se añadía la correspondencia latina, alvi profluvium. Luego se simplificó en «repetición de cursos o cámaras». Si bucean en la maraña de acepciones de curso y cámara, verán que la definición es correcta. Y se mantuvo hasta 1992, cuando llegó el AVE a Sevilla. Sin duda, se mantuvo una redacción tan antigua y pintoresca por poca diligencia o recursos en la actualización del diccionario. Pero también por esa mojigatería que hacía incómodo buscarle vueltas y palabras a las heces y su consistencia. Los redactores del primer diccionario hicieron lo que siempre se hizo y se hace, pero ahora en peores niveles éticos.
La mente humana no funciona como un ordenador. La secuencia del programa que lleva desde la pulsación de una tecla a que la impresora imprima puede ser más larga o más corta. Puede que la orden se dirija directamente a una impresora o que se dirija a un servidor que la tiene que transmitir por la red a un lugar remoto. No importa. Al final, la conducta es la misma: la impresora imprimirá con todos sus tonos. Los humanos no somos así. La palabra mesa hace deducible la idea de mueble, porque una mesa es un mueble. Y hace deducible la idea de cultura, porque una mesa no es un objeto natural, sino algo hecho por humanos. Pero la cadena deductiva que lleva de mesa a mueble es muy corta y la que lleva de mesa a cultura es muy larga. Por eso nadie piensa en cultura cuando oye mesa. Cuanto más trabajo cognitivo requiera una idea o dato, menos efecto hace en nuestras convicciones y en nuestra conducta. Las palabras cursos y cámaras no son eufemismos, significan las pulsiones de vientre que definen a la cagalera. Pero obligan al cerebro a un procesamiento más largo y así la idea se forma pálida en la mente. Es lo contrario de la poesía, que en ese trayecto mental más largo carga las palabras normales de electricidad y vida.
Yo conocía las acepciones de curso y cámara, pero confieso que no conocía la palabra concertina, más que referida a un tipo de acordeón. Hasta que Zapatero, primero, y Rajoy, después, llenaron de concertinas las vallas que quieren contener a los inmigrantes en Melilla. La palabra cuchilla resultó tan enojosa como cagalera, pero por razones más degradadas. Llenar de cuchillas la valla que separa la mayor diferencia de riqueza en el planeta es un simbolismo feo. Lo de las concertinas no era ni una falsedad ni propiamente un eufemismo. Era meter más código en el procesamiento e incluso cuando ya sabes lo que es una concertina la idea de cuchilla queda borrosa en nuestra mente, como si le hubiéramos puesto dioptrías al cerebro. Así es como se puede hablar sin mentir y referirse a indignidades sin provocar indignación. Esto lo sabe todo el mundo, pero no estoy seguro de que se perciba la densidad de expresiones malignas con que se está alterando la moralidad pública y se está educando la aceptación de lo inaceptable.
En estos días Pablo Iglesias se quejó del lenguaje utilizado en un editorial de El País sobre la amenaza ultra de nuestras democracias. Y se quedó corto. Palabras como dictadura, ultraderecha, populismo, iliberal, terrorista, radical y algunas otras, deambulan por la prensa como los focos de los técnicos de iluminación, para iluminar y oscurecer según qué cosas. ¿Alguien oyó o leyó la palabra dictadura referida a Marruecos? ¿Cuántas veces aparece la palabra feminista en una frase donde no aparezca la palabra radical? Decía que Iglesias se quedó corto. En ese editorial aparecía la palabra iliberal, que es como concertina, cursos o cámaras: son correctas, pero hacen que las ideas lleguen desganadas al cerebro y no afecten a valoraciones y conductas. ¿Diría el editorialista que el franquismo fue un régimen iliberal?
Sí hay palabras que degradan la ética a base de mentir con ellas. Así ocurre con totalitario y el bulo de que el gobierno sea totalitario o la zafiedad de que la República fuera totalitaria y trajera la guerra. La caverna mediática intenta que el significado de terrorista coja holgura dentro de la palabra, como esos martillos que bailotean en su empuñadura, hasta abarcar cualquier cosa, desde Sánchez hasta el padre de Pablo Iglesias. Aunque hay que decir que en este segundo caso no todos mienten. Sin duda Franco consideraría que el padre de Iglesias era en verdad un terrorista. Y sus pistoleros. Y Cayetana Álvarez de Toledo.
Pero la malignidad de otras palabras, decía, consiste, no en mentir, sino en dejar en el cerebro las ideas deshidratadas y sin pulso, listas para mezclar churras con merinas. Es el caso de populismo, que llamó la atención de Iglesias y que hace el efecto de igualar lo inaceptable con otra cosa y hacerlo de la única manera en que eso es posible: blanqueando lo inaceptable. La amenaza a la democracia es la extrema derecha, la única extrema que hay como hecho político. Hay demócratas (piensen en el PSOE caoba) que quieren una democracia con pocas alternativas y con un margen de decisión muy menguado. Les estorba la ultraderecha, claro, pero también pulsiones sociales que alteren el establishment e inercias socioeconómicas. Predican una ecuación que equipare a Podemos con Vox como extremistas de izquierda y derecha, y la palabra populismo es la que expresa esa ecuación. Lo que amenaza a la democracia son entonces los populismos. El problema es que Vox es racista, machista, clasista, negacionista y autoritario y no hay miserias izquierdistas equivalentes en Podemos. ¿A qué equivale el racismo ultra en su envés izquierdista? El problema es que Podemos no está planteando la estatalización de los medios de producción ni de consumo, ni la nacionalización de la banca, ni la expropiación de los bienes de la Iglesia; y Vox sí está planteando la privatización de la educación y la sanidad, la desaparición de las jubilaciones y la seguridad social, la eliminación de impuestos y la desregulación del mercado laboral y del medio ambiente. Vox, y las corrientes reaccionarias subterráneas, sí es extremista y un peligro para la democracia y Podemos es una opción normal y corriente en una democracia normal y corriente. Hubo versiones de la socialdemocracia nórdica más izquierdistas que Podemos. La ecuación que los equipara, como decía, lo hace de la única manera posible: blanqueando a los ultras para que una sola palabra iguale a Podemos con Vox y así el racismo, machismo y clasismo se instalan el sistema como opciones legítimas. Y así se educa la degradación moral. Podemos ver también cómo las palabras dejan también en sombra a Marruecos, vecino cada vez más fuerte con un gobierno peligroso con quien tejemos alianzas cada vez más inmorales y seguramente inútiles. En las trifulcas parlamentarias no aparecerá la palabra dictadura. Ni para Arabia, Qatar o Abu Dabi.
Con estas técnicas de iluminación sacadas del diccionario estamos pendientes y enfadados por batallas de usar y tirar. Isaac Rosa mencionó el informe de Oxfam (Oxfam es en origen religiosa, no será mala gente) que recoge que el 1% más rico del planeta se quedó con dos tercios de la riqueza generada desde la pandemia. Y recoge el curioso dato de multimillonarios manifestándose en Davos para que les suban los impuestos. El nivel de desigualdad al que vamos es incompatible con sociedades mínimamente estructuradas. Esto es lo que está detrás de las palabras y lo que los técnicos de iluminación quieren dejar en sombra. Algunos millonarios lanzan el mensaje de que hay que repartir algo antes de quedar rodeados de zombis. Quizá leyeron a Steinbeck: «Las compañías poderosas no sabían que la línea entre el hambre y la ira es muy delgada. Y el dinero que podía haberse empleado en jornales se destinó a gases venenosos, armas, agentes y espías, a listas negras e instrucción militar. En las carreteras la gente se movía como hormigas en busca de trabajo, de comida. Y la ira comenzó a fermentar».
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