Analfabetismo y tiranía

OPINIÓN

Pilar Canicoba

15 ene 2023 . Actualizado a las 09:04 h.

Tiempo y progreso

El progreso hacia una sociedad analfabeta requiere un lenguaje analfabeto, un no-lenguaje. Decimos «progreso» porque lo contenido en este sustantivo es indiferente a lo que contenía cuando, a partir del siglo XVII, la ciencia espoleó el entendimiento de los fenómenos para alumbrar la Naturaleza, cegando sus sombras. Este progreso primero estaba en la estela del esfuerzo que se hizo en la Antigüedad por el Saber (mayúsculo), por amarlo, por desplegarlo en la relación con los demás, pero no solo con los «nuestros», también con los que están al otro lado de la frontera que circunda nuestro estrecho y asfixiante entorno, y que llamamos, a ese despliegue, conducta ética.

El viejo esfuerzo se esfumó casi por completo en la Edad Oscura y Medieval, renaciendo para cancelarlas, y se agigantó dos centurias después para, a lo largo del XX, ir languideciendo, con despertares temporalmente limitados, y acabar en la cultura del nuevo «progreso». El hoy. Tendríamos que planearnos que el regreso no es posible, pese a que con él nos refiramos a una involución política y social, a un pasado en el que imperaba la crueldad más estricta. Creemos que, por ejemplo, el cercenamiento de derechos de la mujer en Castilla y León, no es exactamente una vuelta al franquismo, que es empero su pretensión. Creemos que, como el tiempo es cambio, porque de lo contrario no estaríamos en el tiempo, estaríamos varados, es la causa de cambio celular, del cambio mental, del cambio cosmológico (la expansión del Universo, su creciente frialdad y entropía). Es decir, nunca se pueden dar fenómenos pasados idénticos a los presentes y a los futuros. Las circunstancias, el tiempo corriendo, lo descartan.

Por eso señalábamos al principio que el progreso hacia el analfabetismo no es un regreso. La huida de la complejidad, de los fundamentos científicos y filosóficos de la Naturaleza está dado en el cerebro, al lado de esa complejidad y de esos fundamentos. Queremos decir: casi noventa mil millones de neuronas, cada una de ellas con capacidad para intercambiar información (sinapsis) unas siete mil veces con cada una de las restantes, arroja una potencia de una desmesura sin igual y, por ello, el cerebro está abocado a manipular el medio hasta el punto de crear un nuevo cerebro (un émulo de la criatura de Mary Shelley), que en su prehistoria, en el hoy, ya conecta a varios miles de millones que van configurando un monstruo sin conciencia ética, desorientado por el volumen de datos contradictorios recibidos a velocidades que arrollan la reflexión y el estudio. Estamos viviendo la agonía del hombre, que precede a su muerte, o lo que es idéntico, el nacimiento de otro hombre que ya no es un hombre.   

Analfabetismo y parusía

Tampoco, estimamos, estamos errados en el contenido del también nuevo «analfabetismo», que, no siendo estricto, se aproxima de tal modo que el lenguaje y, por consiguiente, el entendimiento, son, incluso, más menguados de lo que eran en las comunidades ágrafas, donde la racionalidad no estaba decapitada por la información global, globalizadora de las mediocridades y miserias absolutas. Hoy no debería de sorprendernos mensajes mesiánicos de culto a la execración del diferente, que calan justamente por la refundación del hombre como sujeto odiador, capaz de todos los males «pandóricos», propios del estado agónico. No sería un «ejercicio» a lo Hitler-Franco o Lenin-Stalin, directo: cámaras de gas, fusilamientos. Sería un «ejercicio» indirecto, como si fuera algo banal, tipo Trump-Bolsonaro, Ayuso-Torra.

El desenlace de las ideas aplicadas de Margaret Thatcher de hace 44 años y de Ronald Reagan al poco, acerca de la desaparición del Estado en el mercado, que fue limando los quehaceres de la socialdemócrata europea occidental, es, ese desenlace, la charca en la que nacen, como la sopa primordial que dio origen a las primeras células procariotas, quienes proclaman que la parusía está próxima y, todavía más: algún que otro se presenta como el mismísimo hijo de Dios (el adopcionismo tenía más sentido dentro del sinsentido), que regresa para librarnos de Satanás, por supuesto rojo, muy rojo.

Hemos referido ya en este espacio digital que, en España, los que siguen denominándose comunistas, no lo son, y, de llegar al poder, ni se les pasaría por la cabeza, aparte de que no podrían, implantar un marxismo-leninismo, o un maoísmo. No, el comunismo en el mundo, hoy, es una ideología que, nada más ni nada menos, pretende que el Estado pueda echar una mano a los desgarrados por la voracidad de los lobos del mercado libre. No hay, pues, comunismo. Hay socialismo y socialdemocracia, respetuosos con los principios indelebles de la democracia, pero que, no obstante, cuando yerran (Sánchez con el independentismo), dan pie a que la ideología del mercado sin Estado pase desapercibida a los necios, atiborrados de eslóganes sin tuétano pero efectivitas del tipo 'comunismo o libertad”': un comunismo fantasmal y una libertad propiedad de quien pueda pagarla.

(PP: bajar los impuestos, limitar la subida de las pensiones, minar la sanidad y la educación públicas y esparcir unas migajas a tantos «perdedores» en esta furibunda jungla del falaz darwinismo social; Vox: lo mismo, más la misoginia, el catolicismo ultra, también en el PP, y la pretensión de descarnar la democracia, dejando la piel, tal y como hicieron, y siguen en ello, los Bolsonaros y los Trumps).

Tiranía y muchedumbre

La apelación al comunismo satánico (ni Brasil ni EE.UU. tienen gobiernos comunistas, y recordar a Venezuela, Cuba o Nicaragua es recodar a dictaduras como la de Franco, Pinochet o Videla (Occidente, hoy, solo ha de temer a la dictadura del dinero). La apelación al ateísmo (recuerden el papel de los evangélicos en favor de Bolsonaro, el papel de los católicos ultras en favor de Vox y PP: aborto, eutanasia, sexualidad): La apelación a…. Hay tantas y tantas, tan excéntricas y tan dañinas. Todas estas apelaciones caen en sacos bien cosidos por esos “comunismo o libertad”: las turbas.

Precisamente, además, el no reconocimiento de los ganadores electorales brasileños y estadounidenses pretextando tongo, que, por imposible por las garantían que ofrecen ambas naciones, nos señalan hasta dónde pueden llegar las turbas sin alfabeto para procesar quiénes son y qué pretenden de ellos los tiranos. Precisamente, además, que Bolsonaro y Trump hayan propiciado con plena consciencia de sus facultades mentales la muerte de millones de personas por la pandemia, pudiendo evitarlas, y aún el déspota de pelo amarillo sosteniendo que, de empezar a disparar a la gente, seguiría siendo votado en masa, nos descubre la composición del «alimento» intelectual, racional y solidario que se traga la turba todos los días. Se podría evaluar como verdaderamente milagroso que todos no fuéramos prestos a hinchar esta manda ruin.

Precisamente, además, España no se escapa a la voladura del sistema electoral: negación de la legalidad del Gobierno de coalición, identificándolo con el comunismo y con el Frente Popular y, sobremanera, situándolo fuera de la Constitución. España, pues, está en la senda de los países americanos mencionados, cuyo corto recorrido termina con el asalto criminal a los poderes del Estado, que se andará porque los tiranos (Mañueco y su órgano fálico al servicio de Vox; Ayuso y sus cadáveres de pandemia y postpandemia al servicio de sí misma: destronar a la marioneta Feijoo y fundir al PP en la matriz de Vox; la de Aragonés subyugando a la mayoría de los catalanes, etcétera, etcétera).    

Por eso, cuanto peor, mejor, y cuanto más se diga peor, mejor que mejor, que esto ya no va tanto de clases como de falacias y estafas. Porque, ¿están capacitados los millones y millones y millones de sujetos que, por ejemplo, se emocionan con la canción de la Shakira despechada, pero millonaria y atiborrada a privilegios, amén de diarias diarreas de incontables espectáculos barriobajeros, y, a la par, están capacitados para ver la miseria que les rodea o en la que están, para ver que es la oposición política en este país el problema de los problemas que, para empezar, lleva incumpliendo la Constitución año tras año (CGOJ), que, para continuar, se ha enganchado a la estrategia trumpista del insulto y la descalificación permanentes contra el Gobierno y que, para terminar, le dice a la turba de las redes y de la cancelación de la reflexión, así, a la cara, de sopetón,  que va a bajar los impuestos a sus opresores y reducirles a ellos el alimento a pan y agua, teniendo esta muchedumbre como paradigma de tal maldad (a menos impuestos, más desolación) lo acontecido en el Reino Unido?

A pie de página

Es muy posible que Pedro Sánchez caiga en diciembre por sus errores, especialmente con los fascistas catalanes, pero, también, dejar, valga como muestra, que Irene Montero, a la que despreciamos desde lo de Galapagar, en su desesperación por erradicar el congénito-cultural machismo ibérico, aberrante y criminal, se pase de la raya. Entonces, el Gobierno que vendrá será otra coalición, la de Feijoo y Abascal. Nosotros estamos expectantes: ver cuánto crece la pobreza, la necesidad y la enfermedad; ver cómo sube el número de mujeres violadas, asesinadas y con el derecho a abortar a lo yanqui; ver a más niños y ancianos hambrientos; ver aumentar más y más las fortunas de los afortunados; ver cómo se va desmontando la democracia, y ver, en fin, cómo se joden tantos y tantos idiotos, que es lo único que nos dará satisfacción de un Gobierno tiránico. Tiranos e idiotas: necesarios.