Todo es cosa del contexto. La imagen de las Torres KIO no tiene gracia, pero me hizo reír mucho en la película de El día de la bestia. El padre Berriatúa le había explicado al profesor Cavan que el diablo imita a Dios para burlarse de él. Por eso el Anticristo nacería el día de Nochebuena, como Jesús. Eso sí, en Madrid. Las iglesias son una réplica arquitectónica del símbolo cristiano de la cruz. Por eso la iglesia donde debía nacer el Anticristo tendrá que ser una réplica del símbolo del diablo, para imitar y burlarse del nacimiento de Jesús. El símbolo del diablo son dos rectas divergentes que representan su garra maligna. Cavan le mostró el edificio que tenía esa forma y que sin duda era el portal donde nacería el Anticristo. Y entonces aparece el fotograma de las Torres KIO. Me reí con la ocurrencia.
En otros tiempos las fuerzas reaccionarias denigraban la palabra «libertad», asociándola a desorden y caos. Y también denostaban la palabra «igualdad» asociándola a la codicia de los ruines sobre las riquezas legítimas de los ricos y a las ansias de los pequeños de tener lo que no se ganaron. Libertad sin ira se titulaba una canción de Jarcha, emblemática de la transición. Fuera cual fuera la letra, con ese título la canción hubiera sido prohibida en el franquismo, porque la palabra «libertad» era un desafío. Después las clases altas fueron elaborando un discurso que en realidad eran dos. Parecía uno, pero usaba unas palabras para los de arriba y otras distintas para los de abajo. La palabra «libertad» dejó de ser tóxica porque se refería solo a los de arriba. Chisporrotea esa palabra en sus discursos cuando hablan del interés de la Iglesia en acaparar la educación con dinero y suelo público, cuando alguna gran empresa quiere quitarse de encima impuestos o normas medioambientales o cuando la patronal quería mandar más y pagar menos a los trabajadores. Para los de abajo utilizan otras palabras, como «competencia» y sus derivados «competitividad» y «competitivo». Cuando se les oye trinar esas palabras algún pequeño comercio va a cerrar, algunos trabajadores quedarán en paro o alguna empresa deslocaliza su actividad.
Pero después las oligarquías económicas necesitaron algo más que neoliberalismo salvaje. Las sociedades se hicieron raras. Dejaron de ser racialmente uniformes, se multiplicaron las religiones, los progresivos derechos de la mujer alteraron familias y sociedad y ciertas minorías que siempre existieron se hicieron visibles y reivindicativas. La sociedad se hizo confusa, vagamente inquietante para los de abajo, pero también para los de arriba. Desde arriba se inspiran y se financian las opciones políticas agresivas que excluyan y simplifiquen a la sociedad, a la vez que defiendan el neoliberalismo más extremo. Desde arriba se soltó a la ultraderecha, pero no con el discurso antiguo. Decidieron abiertamente burlarse de Dios imitándolo. Ya tenían macerada la palabra «libertad». Solo había que imitar a Dios. El discurso reaccionario empezó a predicar la libertad y a luchar contra la opresión: la opresión de las minorías, la opresión de los extranjeros pobres, de los sindicatos, de las feminazis, de los progres y su saco de normas. Empezaron a luchar contra las élites corruptas en nombre de los de abajo, de los que tienen un coche de quince años contra los que pretenden imponer «sus» coches eléctricos. Empezaron a luchar contra los privilegiados, sus chiringuitos y sus paguitas, contra los progres de salón que viven a costa de los demás. Imitaron los acentos progresistas como el diablo dispuso las Torres KIO para burlarse del portal de Belén. En realidad, las élites corruptas de los fachas nunca son los ricos y poderosos. Llaman minorías privilegiadas a minorías marginadas. La Iglesia llama imposición religiosa a no permitirles imponer su religión y su presencia y mando en la vida pública. Y la libertad es la ausencia de trabas para alianzas corruptas y mafiosas del poder político con empresas y órdenes religiosas a costa del dinero y los servicios públicos.
La libertad es una intuición paradójica. Es como la buena salud. Se sabe que se tiene cuando no se piensa en ella ni se habla de ella. Pero también es la resultante de muchas cosas. No puede ser libre quien no tiene trabajo, quien no gana para pagarse la vivienda, quien tiene que hacer cola para recibir comida porque no tiene, quien no tiene médico o tiene que esperar meses para ser atendido, o quien ve que su hijo no tiene las mismas oportunidades que otros. Ninguno de los factores que nos quitan la libertad por separado parecen ser la causa de la libertad en conjunto. Pero mala señal es que solo griten libertad los que ya la tienen porque tienen los privilegios. Los de abajo no gritan esa palabra. Gritan las palabras de cada uno de sus factores: vivienda, sanidad pública, educación, pensión, salario, … Que sean pijos y fachas lo que más voceen esa palabra es parte del aspecto del diablo imitando a Dios para burlarse de él. Esto es un runrún permanente en estos tiempos.
Ahora murió Benedicto XVI. Sostuvo posiciones muy conservadoras y opuestas a las de Francisco I. Parece que le pasaba lo que a todos los personajes emblemáticos. A la vez mantiene viva una corriente y es su muro de contención. Su presencia silenciosa era una referencia, pero también un símbolo que no había que atropellar. Esa especie de tapón desapareció y el torrente más reaccionario amenaza con desbordarse. Tiene muchos afluentes y mucho nutriente económico. Están organizados y tienen afinado el discurso del diablo burlándose e imitando a Dios. La Asociación Católica de Propagandistas, por ejemplo, igual que el Opus Dei y similares, son el enganche con ciertas élites económicas. Hace un año, en su medio congreso medio cursillo, pergeñaron su manifiesto contra el totalitarismo: el de la corrección política. En plena pandemia hablaron de la pandemia del cuerpo, la venial, la que mataba a ancianos abandonados en residencias; y la pandemia del alma, la importante, la de la corrección política, la de la subversión acarreada por la igualdad de derechos de la mujer. Siempre son ricos, élites que dan por hecho que el país es suyo y que, cuando no ladran apóstrofes machistas cargados de caspa desde las ventanas del Elías Ahuja, se burlan de Dios y las libertades imitando el lenguaje progresista contra el totalitarismo y la opresión. (Por supuesto, no faltó en su medio congreso medio cursillo el rojipardo de turno fingiéndose una voz indómita que mantiene los valores que otros perdieron. Ahí estuvieron, con más pena que gloria, los restos de Albert Boadella). Sin la sombra de Benedicto XVI, a la vez siendo su reflejo y su muro de contención, ya no hay símbolo intocable que mancillar e irán a la yugular de Francisco I.
El asunto puede no ser menor, porque el fundamentalismo religioso es el plasma por donde fluye la financiación de la ultraderecha y su organización subterránea y es la interfaz no siempre visible de la extrema derecha con las élites económicas. Están en la base de todas las ultraderechas en el poder o cerca de él. Aquí los tenemos en las finanzas y la justicia (por donde tanto cojea nuestra democracia) y se les entregan con voracidad recursos públicos para que con el dinero de todos tabiquen las clases sociales en la educación. La Iglesia española tuvo un papel razonablemente prudente en el desquiciamiento de la pandemia. En lo fundamental, y a pesar los ultras, Juan José Omella no siguió las conspiraciones y llamamientos inconstitucionales de las derechas. Eso puede cambiar.
Es previsible una ofensiva fundamentalista católica estridente, fuertemente respaldada por las derechas y su prensa lacaya, siempre por la libertad. Arreciarán voces contra la nueva tiranía blanda, líquida y asfixiante de los progres y la corrección política. Pero será el diablo burlándose de Dios usando sus palabras. Son los ricos contra los pobres, como siempre, pero también contra la rareza de una sociedad demasiado diversa y compleja que por momentos les parece el escenario de The Walking Dead. Son los ricos inquietos ante los zombis soltando a los perros.
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