I.- Introducción:
La plaza de la Catedral de Oviedo fue siempre importante. A la entrada principal catedralicia, durante años, hubo una cruz negra, delante de la cual, unos con camisas azules y otros con pantalones cortos y botas, hacían ritos raros. Enfrente siempre el Colegio de notarios y la capilla de La Balesquida, con su Virgen milagrosa; a un lado está el palacio de Valdecarzana, antiguo Casino, y el edificio antiguo de la hoy extinta Caja de Ahorros de Asturias, «gobernada» por unos, llegados de la aldea, que alardeaban enchufe con un socialista, condenado más tarde por delitos contra el patrimonio. Y queda el otro lado, el de la Iglesia San Tirso, muy del «Oviedín del alma», y el de Fluorescencia Onís, que vendía fluorescencias y radios. Y ¡cómo no! en esa Plaza está la escultura de la protagonista de LA REGENTA (en la página web del Ateneo Jovellanos (Gijón) hay escrituras mías sobre Clarín, que datan de junio de 2020).
Un titular de periódico pudiera ser, más o menos, como el siguiente: «Clarín está de moda». Esa fase no es correcta por exceso de superficialidad, mereciendo don Leopoldo Enrique García-Alas Ureña (1852-1901) un mayor respeto, tanto por sí, tanto por lo que supuso para la cultura española. Si antes apenas se escribía sobre él por estar censurado, ahora, en libertad, no deja de escribirse. Es buena la edición de La Regenta, anotada por el crítico Ignacio Echevarría, y fundamental es el libro El caso Alas Clarin, la memoria y el canon literario, del que es autor el ensayista y crítico Ricardo Labra, editado en 2021 por Luna de Abajo.
Lo que me impulsa ahora a escribir sobre Clarín es el libro que reencontré, La Regenta, en edición especial y numerada, a cargo de don José María Martínez Cachero, que consta de 300 ejemplares, impreso en los talleres de Gráficas Summa el 6 de agosto de 2013, festividad de San Salvador, añadiéndose en la última hoja: «San Salvador, patrón de la Ciudad de Oviedo, bajo cuya advocación se erigió la Catedral que lleva su nombre».
II.- Silencio sobre Clarín y sus responsables:
Siempre tuve respeto y aprecio por el que fue catedrático de Literatura en la Universidad de Oviedo, don José María Martínez Cachero, que fue profesor mío, a los once años, de Geografía Universal, en 2º de Bachillerato, en el Colegio Auseva de Oviedo. La afición y el éxito profesional, universitario, de don José María Martínez Cachero, tan vinculado a Clarín y a todo lo clariniano, me traen al recuerdo aquellos años en que don José María extendía mapas junto al encerado colegial o hacía girar la «bola del mundo» en la mesa de maestro, en la ovetense calle de Santa Susana. En una entrevista, publicada el 1 de julio de 2010 en La Nueva España, días previos a su muerte, el profesor M-Cachero explicó cómo en 1952, centenario del nacimiento de Clarín, por esfuerzo de él y de Alarcos, «contra viento y marea», la revista Archivum «sacó» un número dedicado en exclusiva a Clarín.
Antes de eso, en la misma entrevista, M-Cachero explicó: «Había un sacerdote, Florentino Arrojo, que era un santo varón y muy diferente a todos o a casi todos los del gremio eclesiástico de aquel momento, personas intransigentes, duras. Don Florentino me dijo un día: 'Haré una cosa que no debes decir a nadie porque si los de mi gremio se enteran me excomulgan'. Y me prestó una primera edición de La Regenta, y a partir de ahí comenzó mi afición por Clarín, que se robusteció con el libro de Juan Antonio Cabezas, Clarín, el provinciano universal, estupendo».
Conservo muchos recuerdos de aquel formidable profesor de Geografía: mapas que caían al suelo, pues las chinchetas no los sujetaban bien a la pared; una verruga negra, imponente, en pleno rostro; un andar «cachazudo»; un ánimo alegre que cortejaba a Josefina Rojo en la imprenta Gráficas Summa en la calle Doctor Casal, casi enfrente de la Librería Cervantes, la de don Alfredo Quirós, siempre con pajarita.
Y jamás en clase, a los principiantes del Bachillerato, don José María, mencionó a Clarín, tampoco a La Regenta. Y en ese Colegio religioso, «maristas/baberos que educan a los chicos para nacionalcatólico» (Umbral), en las clases de Literatura, en años posteriores, a Clarín ni se le citaba. No supimos los alumnos de la existencia de Clarín, siendo de aquellos tiempos los llamados «Comentarios de textos» de otros autores, como los poemas del extremeño Gabriel y Galán o la prosa del santanderino Pereda.
Recuerdo las tardes de ocio y juegos en el Campo de San Francisco, sin jamás haber oído hablar del busto que tuvo Clarín, allí repuesto a finales de los años sesenta del pasado siglo, que tan bien cuenta Ricardo Labra en el capítulo VII de su libro (El monumento del Campo de San Francisco). Tampoco se jugaba en las inmediaciones del lugar donde estuvo colocado tal busto, cerca de la empinada Calle Santa Cruz y no distante del estanque de la Virgen de Covadonga, de muchos cabezones.
Durante bastante tiempo creí que el silencio, forma extrema de venganza, impuesto en torno a Clarín, por su condición de republicano confeso y radical, tenía su razón en la política del Régimen de Franco. Ello lo pensé hasta el día que vi un cartel del «Frente de Juventudes de Asturias», del SEU de Oviedo, que decía: «Concurso-Homenaje a Clarín» (Servicio Formación Profesional, 1952). Fotografía de ese cartel está en la página 226 del libro Clarín (1884-1984) y La Regenta (1885-1985), escrito por Manuel F. Avello, editado por Alsa Grupo en 2002.
Un Manuel Avello que, con ocasión del centenario de la muerte de Clarín 1901-2001, en prensa, dijo: «El féretro, ligero como el de un niño, escribió su amigo Adolfo Posada, fue sepultado en el cementerio de El Salvador. Todo había terminado a los 49 años. La ciudad se estremeció. Como ha escrito uno de sus biógrafos, Juan Antonio Cabezas, había dado toda su alma en el esfuerzo».
Si aquel concurso-homenaje estuvo patrocinado por Falange, no podía ser política la razón exclusiva del silencio, encontrando en lo religioso más explicaciones. Don José María Martínez-Cachero, en la entrevista mencionada anteriormente, dice: «El interés grande por Clarín me constó, no digo algunos disgustos, pero si algunas regañinas en la ciudad. Sobre todo, del canónigo magistral de la Catedral, don Eliseo Gallo Lamas». La explicación la encontré más que en un veto político, que también, en el esencial veto eclesiástico, del que fueron responsables máximos, el obispo (1949, más tarde arzobispo (1953), monseñor Lauzurica Torralba, y canónigos como don Demetrio Cabo, luego deán.
Porque lo catedralicio y sus pecados, con el magistral novelado, don Fermín de Pas, son determinantes en La Regenta; la Catedral misma, «poema romántico de piedra», abre y cierra la novela: el Capítulo I lo titula Martínez Cachero: «El Magistral contempla Vetusta desde la torre de la Catedral. Saturnino Bermúdez muestra la basílica a unos visitantes»; el Capítulo II es titulado: «Presentación de algunos miembros del cabildo catedralicio». Ya el obispo de Oviedo por entonces, en 1885, un tal Martínez Vigil, fraile mitrado, escribió que La Regenta era un libro «saturado de erotismo, de escarnio a las prácticas cristianas y de alusiones injuriosas a respetabilísimas personas». Y el crítico Ignacio Echevarría habló, recordando a la más importante novela de Clarín, de la presencia apabullante que entonces tuvieron el clero y las jerarquías de la Iglesia Católica.
IV.- Clarín en periódicos:
Es interesante el libro de Emilia de Zuleta, titulado Historia de la Crítica española contemporánea, publicado en 1966 en la célebre Biblioteca Románica Hispánica, de la Editorial Gredos, en cuyo Capitulo II, «del realismo y del naturalismo», dedica a Clarín las páginas 66 a 73 en cuanto crítico, destacando la severidad y el rigor con los que Clarín ejerció su función; idea de la crítica como un magisterio y un deber moral, detestando la «falsa democracia del elogio» y siempre con la distinción entre el verdadero talante literario y la grafomanía o la mediocridad.
José Luis García Martín escribió que Clarín, desde 1875 a 1901, escribió unos dos mil artículos de prensa (La Nueva España, 13 de junio de 2001), haciéndose acreedor, añado yo, de enemigos por sus mordaces e intransigentes descalificaciones en un tiempo, el suyo, de tanto parecido a los pasteleos y mentiras de ahora, de ahora mismo, también de «restauraciones y/o de transiciones». No solo la sociedad ovetense, sino toda la sociedad ajustó cuentas y pidió explicaciones al escritor y también profesor en la Universidad de Oviedo, primero de Historia y Elementos de Derecho Romano (1883), y luego de Elementos de Derecho Natural (1888).
Dadas las exigencias con las que tomó la crítica literaria y periodística en general, no es anormal que él, Clarín, se decepcionara ante lo que estaba viendo: a unos directores de periódicos y unos propietarios de medios que, como se escribe en el libro de Zuleta, «tratan de favorecer a sus amigos»; con una nube de críticos de ocasión, también periodistas de ocasión, sin cultura, ni gusto ni talento, resumiendo alguna de las difíciles circunstancias del oficio de crítico de la siguiente manera: «Si no tiene la suerte de que no consigan destrozarlo, lo ignorarán y procurarán que el público lo ignore». Y aquí traigo una cita del Eclesiastés, sacada del libro Tratados de armonía de Antonio Colinas (Siruela 2022), muy apropiada para Clarín, que dice: «No seas justo en demasía y no seas sabio en exceso; ¿para qué destruirte?»
Leyendo estas cosas, doy en esta mitad del mes de diciembre de 2022 con el libro Crisis de confianza (2007-2022). El descrédito de los medios, cuyo autor es Francisco Javier Pérez Latre, editado por Eunsa, ediciones de la Universidad de Navarra, en cuyo Capítulo 2 trata de El descrédito de los medios.
Continuará.
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