Guste o no guste el fútbol, Luis Enrique ha sido un descubrimiento en el Mundial de Catar. Como persona, me refiero. «Hoy es un día muy especial porque Xanita cumpliría 13 años. Amor, allí donde estés, muchos besos, pasa un gran día y te queremos», expresó este padre. Tuvieron que pasar cuatro años para que el seleccionador nacional —que también es de carne y hueso— fuese capaz de concluir una parte importante de ese tormento. Las palabras que escribió son prácticamente imposibles de pronunciar cuando una persona está bajo el efecto más duro del dolor por la pérdida de un hijo, explica Manuel Fernández Blanco, psicoanalista, psicólogo clínico y colaborador de La Voz.
Luis Enrique, ese hombre duro, que va de sobrado y muy reservado, elevó algo íntimo a público. Elaboró su duelo por la pérdida más dolorosa que puede sufrir un ser humano, en este caso, la de Xana, una niña risueña y preciosa que salía al terreno de juego a los hombros de su padre. Ver morir a un hijo es una herida que deja de sangrar, pero genera una cicatriz permanente, profunda y llena de sensibilidad.
Luis Enrique hizo un gesto de amor en Catar. Por fin, pudo hacerlo, y quiso hacerlo. Lo podía haber eludido y reservarlo para un acto íntimo o compartirlo solo con su familia y amigos. Pero no fue así. Sintió la necesidad.
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