Cada uno tenemos una forma de hablar y una manera de expresarnos. Las lenguas, y concretamente el castellano, contienen múltiples vocablos que nos permiten construir mensajes, los cuales hay que relacionarlos dentro de un contexto para darles un sentido. Se puede ser muy vehemente en un debate y defender unos argumentos con pasión, con convicción y con tesón, pero es verdad que para trasladarlo a la calle, hay quien cree que lo importante es elevar el tono al menos durante dos minutos y veinte segundos (que es lo que dura un vídeo en Twitter). La Presidenta del Congreso, Meritxell Batet, ha querido frenar la escalada de insultos y de palabras malsonantes que se escuchan en el hemiciclo, pero es verdad que lo va a tener difícil si lo que mediáticamente se convierte en noticia es precisamente la publicidad de descalificativos y de bronca en las sesiones plenarias. Comprendo que la máxima responsable de la cámara baja se encuentre preocupada por ver que cada vez que habla alguien en la tribuna, y sobre todo de determinados partidos de derechas, aquello se convierte en una barra de un bar (tanto por lo que dice el orador como por lo que le contesta el resto de parlamentarios), pero con el aforamiento que disponen quienes intervienen tienen prácticamente carta blanca para decir cualquier cosa, por muy gruesa que sea. Y va a ser difícil acabar con ello mientras haya partidos que centren su oposición en temas que parecen afortunadamente muertos por el tiempo, como es el desafío independentista catalán y ETA. No es infrecuente escuchar a la derecha hablar de golpistas y de terroristas todo el tiempo, ni tampoco es extraño que se rescaten temas olvidados para crear nuevas polémicas, como la que está intentado dirigir el PP con la reforma del delito de sedición (hasta en el Ayuntamiento de Oviedo/Uviéu será el asunto más importante del próximo pleno, a celebrar el miércoles 7 de diciembre). Ojalá ese clima de tensión se rebaje, aunque lo veo difícil de cara a las citas electorales que tendremos en 2023, porque parece que la idea de algunos partidos es seguir rentabilizando la publicidad que se les otorga aunque sus mensajes sean difamatorios e hirientes.
Por incomprensible que parezca, hay un periodista en este planeta al que se le ocurrió preguntar a Sanna Marin y a Jacinda Ardern si el motivo de la reunión que mantuvieron en Auckland era por «las cosas en común» que tienen ambas mujeres (puso de ejemplo la edad, cuando se llevan cinco años). La respuesta de ambas mandatarias, de manera muy educada, es que su encuentro se debió a que son primeras ministras de Finlandia y de Nueva Zelanda. No pareció suficiente que estuvieran acompañadas por gente diversa (empresarias y empresarios en su mayoría) para dejar claro que como tantos países en el mundo establecer relaciones bilaterales de cualquier índole son de lo más normal. Las palabras del periodista bien podrían servir como otro ejemplo para una nueva campaña del Ministerio de Igualdad, porque todavía escuece y molesta el último anuncio (señal de que ha sido un éxito, aunque lejos de reconocer los aludidos sus errores, todavía se han mostrado atacados). A nadie le hubiera hecho la misma pregunta a dos hombres, como podrían ser Barack Obama y José Luis Rodríguez Zapatero, de 61 y 62 años respectivamente, cuando se vieron por primera vez. ¡Cuánto camino para la igualdad queda aún por recorrer!
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