Vive en Ciudad Naranco. Y sal si puedes

Álvaro Boro

OPINIÓN

Puente de Nicolás Soria, en Oviedo
Puente de Nicolás Soria, en Oviedo

02 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Cada mañana, de lunes a viernes, gran parte de los residentes de Ciudad Naranco comienzan el día sumidos en la desesperación y el cabreo: tener que coger el coche  para ir a trabajar es como una plaga bíblica que se repite desde hace años. Porque los problemas de tráfico en el barrio se llevan dando desde hace años, muchos, demasiados, y nadie les ha dado una solución, nadie ha encarado el problema. Unos y otros han pasado por el Ayuntamiento, pese a algunos ser vecinos de la zona y sufrirlo en sus propias carnes, y no han planteado una resolución rápida y sensata. Sólo ideas y propuestas que se pierden en el tiempo, los plazos de ejecución y el presupuesto, la pasta siempre manda. Yo creo que agujerear el Naranco no es la manera correcta de subsanar esta deficiencia, más que nada porque creo que hay que preservar y no destrozar un monte que, como defendía Valentín Andrés, ya era ovetense antes de que existiera la ciudad y nos dota de carácter y espíritu. Y, de manera más prosaica, porque antes de que veamos esa faraónica obra terminada puede que ya nos hayamos extinguido.

Pobre vecino de Ciudad Naranco que en torno a las ocho de la mañana coge su vehículo para desplazarse al trabajo. Pobre porque no es sólo uno, sino la inmensa mayoría. Aquí empieza el castigo. Con cientos de conductores a su lado, en una caravana inmensa, empieza a sufrir calores y a mirar el reloj de reojo. Trata de calmarse con la radio, pero lo que escucha aquí aún le pone de peor humor. Desde que ha salido del garaje ya se ha cruzado con más autobuses escolares que la flota de ALSA y esquivado a hordas de coches de padres mal aparcados ?da gracias cuando no están en doble fila bloqueando un  carril. Pero no suele darlas porque esto ocurre con frecuencia- que tienen que acercar a sus ya talluditos retoños a la puerta del colegio. Luego le surge la duda de si tirar por el puente de Nicolás Soria, donde un carril está cortado por las obras perpetuas de ensanchamiento, o por la glorieta de Luis Oliver, donde a la altura del IBIS tendrá que pelearse para poder incorporarse y arrojarse en brazos de la muerte para entrar en la rotonda. A todo esto, el vecino ya tiene la ventanilla bajada porque no puede más, da igual que haga un frío polar fuera, él está tan encendido que no siente pero sí padece. Por la ventanilla sale el vapor que desprende su cuerpo, la radio suena pero no escucha nada. Hace veinticinco minutos que salió de casa y sigue sin salir del barrio. La espera es, si cabe, más larga de lo normal, pero él, avezado y curtido, sabe la razón: los municipales dirigiendo el tráfico. Por su cabeza empiezan a pasar cosas terribles y todas con un desenlace fatal para los policías. Cuando por fin consigue rebasar los límites de Ciudad Naranco, una sonrisa se dibuja en su cara. Pero no dura mucho, viene a su cabeza que aún debe comerse las obras del tercer carril de la Y. El vecino se plantea el suicidio, pero recuerda a su familia y sigue rumbo al curro.

Esto que está escrito como un cuento, por desgracia, es algo muy real.