En este Mundial, lo mismo se echan cosas de menos que cosas de más, que diría Sabina. Italia es ese gran villano que toda trama necesita. La sombra. El peligro de un animal moribundo. Pero ahora contempla la selva desde la jaula. Es posible que los italianos se hayan sonreído con las penas de Dinamarca, coautora con Suecia de aquel biscotto de la Eurocopa del 2004 que dejó fuera a la azzurra en la fase de grupos (curioso que en los dos grandes escándalos de apaños estén los vecinos nórdicos, y los alemanes y austríacos de España 82). En la bota italiana habrán estado pendientes de Argentina. Pero es complicado que sucumban a la fiebre de Brasil. Parece que el fútbol le debe a la canarinha siempre el siguiente Mundial. No han sido los dioses del balón tan generosos con los Países Bajos, por ejemplo, a pesar de fabricar equipos y futbolistas con afán de convertir el juego en algo más que una mala representación de la batalla de las Termópilas. Gianluigi Buffon ha declarado en más de una oportunidad su admiración por aquellos españoles que sufrió en carne propia. España se ha convertido en la otra alternativa del sur. A Luis Aragonés se le debe el que la selección no acuda a estas citas como aquel cordero que desfilaba eternamente hacia el matadero de cuartos con la cabeza baja. Puede pasar cualquier cosa. Antes solo se daba por sentado el batacazo. Ahora todo es posible, lo peor, lo regular, lo mejor. Ocurre también en el baloncesto. España es como un jersey de lana. Nunca hay que dar por sentado que sea confortable. Existe la posibilidad de que te pique. Pero Buffon asegura que los héroes de este Mundial son los jugadores de Irán. Porque para esos, aquello de que te manden de vuelta a casa, es algo muy diferente.